lunes, 9 de septiembre de 2013

Walias

Nos visitan Javier Pérez Walias y su mujer, Teresa. Es la primera vez que vienen a Londres, y les envidio por ello: aún recuerdo la confusión y el deslumbramiento con el que yo descubrí la ciudad, con 16 años, en 1979. También ellos -que esperaban ver el Big Ben, el Parlamento, la Torre de Londres y la estatuilla de Eros apuntándoles al corazón en Piccadilly Circus- han reeditado esos sentimientos inaugurales ante la floración de rascacielos inverosímiles que jalonan la capital, y que configuran un conjunto abigarrado, pero nunca desagradable: una inmensa mampara de cristal, perteneciente a un nuevo edificio, puede prolongar hasta casi el cenit una fachada tudor o el pórtico historiado de una iglesia anglicana; o una cúpula de aluminio puede superponerse, en un resquicio que se abre de pronto entre edificios, a otra de mármol. Ambos tienen la sensación -y nosotros con ellos- de que, en cada rincón, a cada vuelta de la esquina, espera algo inesperado, en perturbadora mezcolanza: una escultura, una réplica del barco del pirata -aquí héroe- Drake, un tiovivo decimonónico, una casa de Norman Foster, un restaurante de las islas Fiyi. Antes de venir, Javier me envió el manuscrito de su último poemario, W. El título augura un libro biográfico y sustancial; y lo es. Javer ha escrito, hasta hoy, una obra enteriza, labrada con oficio admirable, de filiación realista, pero nunca desatenta a las solicitaciones de la imaginación. Esta nueva obra, inédita todavía, lo ratifica en esa línea de contemplación de lo humano desde una atalaya íntima y musical. Hoy él y Teresa han vuelto a casa, con la luminosa grisura del Támesis todavía en los ojos. 

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