Ayer participé en un acto singular, en el marco de unas actividades
más singulares todavía. Fue la inauguración de la exposición de fotografía
«Paisajes interiores. Imagen & Palabra», del placentino José Antonio
Marcos, cuyas fotos iban acompañadas por extractos de algunos poemas de El desierto verde, publicado por la
Editora Regional de Extremadura en 2012. Es una muestra breve –de ocho piezas–
de un conjunto mayor al que José Antonio querría dar forma de libro. Tanto sus
imágenes como mis poemas se inspiran en el paisaje de la Sierra de Gata, donde
está enclavado Hoyos, el pueblo en el que vive él y paso yo temporadas cada vez
más largas; un espacio agreste y contradictorio, en el que se conjugan la
sequedad y la lluvia, la exuberancia y el vacío. Y todos son, en efecto,
«paisajes interiores»: proyecciones del paisaje de la conciencia en el paisaje
del mundo. Sus fotografías reflejan muy bien esa transformación contemporánea
de la representación, que ya no persigue la mímesis aristotélica, la reproducción
fiel de la naturaleza, sino la expresión del yo que la contempla, del ser que
la vive. También mis poemas utilizan el pretexto de la naturaleza para
bosquejar sus propios perfiles, para articular sus luces y sus sombras. José Antonio ha
dibujado, con el pincel de la lente, un mundo en blanco y negro, cuya ausencia
de color esencializa las imágenes: las reduce a sus más puros y significativos
huesos. Su paleta fotográfica exhibe también luces y sombras, limítrofes pero
difusas, individuales pero entrelazadas: la plata tenebrosa de los bosques, la
penumbra pálida de los cerros, la claridad ennegrecida de los ríos, pueblan
rectángulos tan reveladores como inquietantes. También los espejos abundan en
sus composiciones. Espejos naturales, claro: siluetas de árboles que se
reflejan en cursos de agua, o líneas del horizonte a las que se superponen
otras, y más allá de estas, otras, y más allá, otras, todas enhebradas por la
niebla. Lo especular sugiere en estos «Paisajes interiores» el desdoblamiento
–o la dislocación– de la conciencia moderna: un asunto tan peliagudo para la
psique como fecundo para el arte. La inauguración tuvo lugar en el Instituto de
Educación Secundaria Obligatoria «Valles de Gata», de Hoyos, dentro del programa
«Extremarte. Proyecto para la musealización del IESO de Hoyos», gracias a la
iniciativa de uno de sus profesores, Manuel Pascual, y a la colaboración de
muchos otros del mismo centro. «Extremarte», que va ya por la sexta edición, lo
que acredita la solidez del proyecto y el empuje de sus promotores, acoge cada
año, coincidiendo con el curso escolar, exposiciones de pintura, artes
plásticas, fotografía y literatura, y lo hace con un criterio rector, la
diversidad, que se explicita, en los folletos informativos, con una frase de
Bakunin: «La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida». La afirmación
resulta algo taxativa, pero se me hace simpático que uno de los príncipes de la
acracia figure en la publicidad que circula por un instituto de enseñanza
media. En la actual edición, han pasado por «Extremarte» artistas y poetas como
María Jesús Manzanares, Raquel Román, Pedro Geraldes, Soledad Vidal, Bomonk,
Ángel Álvarez de Sotomayor y, hoy, José Antonio Marcos y yo mismo. Las
inauguraciones no solo instalan las obras en el Instituto, con el
enriquecimiento que ello supone para sus alumnos, sino también, y no es menos
importante, una ocasión para que la gente de Hoyos, y de toda la Sierra,
comparta los estímulos y los placeres de la cultura, y se relacione en un
contexto especial, no limitado a las grisuras de las cotidianidad. Ayer me
sorprendió el mucho público presente en el acto: casi una cincuentena de
vecinos, un éxito rotundo si lo comparamos con las doce o quince personas que
suelen asistir, en el mejor de los casos, a actos de estas características en
ciudades como Madrid o Barcelona. Disfrutaron, me parece, con las fotos (y
espero que también con los versos), y escucharon con atención nuestras breves
presentaciones. Luego charlamos todos con todos. Las conversaciones se
complementaban opíparamente con las croquetas que Toña, la mujer de José
Antonio, había preparado para la ocasión, aunque yo, ay, no probé ni una, como
tampoco su marido, aunque él sí alcanzó a devorar dos aceitunas: estábamos
demasiados ocupados atendiendo a la gente; y así suele sucede siempre: a los
protagonistas de la velada pocas veces se acuerda nadie de acercarles una copa
de cava o, mejor aún, un pincho de tortilla. Me sorprendió gratamente que
hubiera varias personas interesadas por El
desierto verde. Una, Susana, madrileña establecida en la Sierra, mujer
amabilísima y traductora técnica durante muchos años, lo había adquirido por
Amazon, porque no había encontrado modo de comprarlo en librerías y ni siquiera
de conseguirlo de la propia Editora Regional de Extremadura; y allí lo tenía,
listo para que se lo firmara. Otra, Eva, asimismo encantadora, profesora de
lengua y literatura en el Instituto, responsable de su biblioteca y crítica
literaria, mostraba igual inquietud por la falta de acceso al libro. Ante su
interés, me comprometí a enviarle un ejemplar: creo que todavía me queda alguno
en Sant Cugat. La distribución sigue siendo el eslabón débil de toda la cadena
editorial, en particular de los sellos institucionales, por interesante que sea
su catálogo, como en el caso de la ERE. Los libros publicados por
ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas difícilmente entran en el
mercado. Por el contrario, muestran una deplorable tendencia a no salir de sus
almacenes. No obstante, resulta doloroso que la ERE no disponga de un sistema
de distribución eficaz en la propia comunidad, esto es, que los libros no
lleguen, como mínimo, a las principales librerías de Cáceres, Badajoz, Mérida y
Plasencia (y de Madrid, y de Barcelona, y de Sevilla), ni a la amplia red de entidades
culturales públicas y privadas: universidades, colegios e institutos,
bibliotecas, museos, casas de cultura, aulas de letras, clubs de lectura. No
costaría mucho hacerlo, me parece, como tampoco establecer, incluso, algún
sistema de venta directa a través de la página de la propia ERE. Además de con
lectores, o más bien lectoras interesadas, estuve charlando también con Sara
Fontán y su marido Luis, que tuvieron la amabilidad de viajar desde Cáceres
para asistir al acto. Sara es la directora de un medio de comunicación
imprescindible, Sierra de Gata Digital,
atento siempre a cuanto sucede en la comarca, y redactado con entusiasmo y
profesionalidad; con Luis, profesor de la Universidad de Extremadura,
proseguimos una antigua conversación, iniciada cuando presenté El desierto verde en Cáceres, sobre la
plausibilidad de la metaliteratura. A él no le convence como asunto de la
poesía; yo, en cambio, creo que no hay, ni puede haber ya, arte contemporáneo
que no hable, en alguna medida, de sí mismo. Estoy seguro de que continuaremos
discutiendo de ello en futuros encuentros.
Te emociocinas y emocionas . Gracias , Eduardo . Un gran abrazo .
ResponderEliminarExtremarte es una de esas iniciativas modestas, locales, pero llenas de ilusión, en las que es un placer participar. Y el trabajo de José Antonio Marcos es, sí, emocionante.
ResponderEliminarOtro beso.
Me pasaría veindo estos paisajes años y años porque no pierden belleza alguna, a ver si para el vearno puedo encontrar algo de tiempo para este hobby porque cada vez tengo menos tiempo, gracias por compartir
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