Asisto hoy, con mi amigo el escritor hispano-estadounidense Lawrence Schimel, a la lectura que hace la poeta mexicana Tedi López Mills en la Saison Poetry Library, un espacio privilegiado del Southbank Centre, cerca del London Eye. Y digo privilegiado porque una biblioteca pública exclusivamente dedicada a la poesía es un privilegio para cualquier amante de la literatura (y un sueño irrealizado en España, con la excepción, quizá, de la Fundación José Hierro de Getafe). Los fondos son amplísimos y los recursos materiales, envidiables. Tiene hemeroteca, un generoso sistema de préstamo, espacio infantil y abundantes medios informáticos. También ofrece gratuitamente información completa y actualizada sobre revistas (en Gran Bretaña hay casi 200), editoriales y encuentros de poesía. Y todo ello, en un edificio con cafés, terrazas e inmejorables vistas sobre el Támesis. A Tedi López Mills la conocí el verano pasado, en la lectura en homenaje a Octavio Paz organizada en Madrid por Aurelio Major. Ambos leímos poemas, pero solo yo, al parecer, reparé en ella. Cuando, al presentarnos, le preguntan si me conoce, responde: "No". Le recuerdo entonces nuestra coincidencia y ella se excusa: "Es que había tantos españoles en aquella lectura...". "Sí, eso es lo que pasa en Madrid: que hay muchos españoles", le respondo yo. El espacio habilitado para la lectura es la zona central de la biblioteca. Hay cincuenta sillas ocupadas y gente de pie. Yo le cedo mi asiento a Adriana Díaz Enciso, que también ha venido al acto. Por maravillosa suerte, Lawrence ha reservado tres plazas, así que nadie ha de aguantar de pie una lectura que se anuncia de una hora de duración. La presentadora es Sasha Dugdale, poeta a su vez y directora de Modern Poetry Translation, una de esas casi 200 revistas, dedicada a la traducción de poesía contemporánea. Observo que sesea un poco al hablar, como mi amiga Fiona Sampson. ¿Será el seseo una característica de las poetas inglesas? Otro rasgo de Sasha me llama la atención, y me escandaliza un poco: dobla el pico de las páginas de los libros para recordar dónde está leyendo. Doblar el pico de las páginas de los libros es un sacrilegio, y debería estar prohibido en un lugar como este, igual que no se permite fumar o hablar en voz alta. Pese a este execrable hábito, su trabajo con Tedi es diligente: dialoga con la poeta, que habla un inglés casi nativo, y subraya los elementos fundamentales del libro al que pertenece la mayoría de los poemas recitados, Death on Rua Augusta, un poemario narrativo, un thriller, de hecho, como especifica la escritora, para el que se inspiró en algo que vio en Lisboa: un turista alemán que cayó muerto en plena Rua Augusta. Siempre me han interesado los poemas narrativos, aunque estén muy lejos de lo que yo hago. La razón por la que me atraen es la misma por la que me atrae el poema en prosa: porque me obligan a adentrarme en la poesía de una forma distinta; porque desafían las estructuras poéticas que tengo interiorizadas. No descarto escribir una novela en verso, aunque, de momento, no he encontrado todavía la energía suficiente para acometerla. Acabada la lectura, Tedi, Lawrence, Adriana y yo nos vamos a cenar a un Pain Quotidien que, alabado sea el Hacedor, está delante del Southbank Centre: lo que menos nos apetece, ya de noche, con hambre y con frío, es caminar en busca de un lugar que no esté atestado donde refugiarnos. Al salir del edificio, en el ascensor, nos sorprende un gemido angustioso: es el propio ascensor, que suelta un "aaaaaahhh" lastimoso, casi tétrico. Se conoce que, al subir, profiere un "eeeeeehhhhh" entusiasta, más acorde con la esperanza y la ilusión de quien espera llegar a algún sitio. Entramos en el Pain, donde nos atiende una camarera de Palma de Mallorca. Nuestra comanda es la más laboriosa a la que he asistido nunca. Lawrence es vegetariano, celíaco, intolerante a la lactosa y mortalmente alérgico al pescado. Para demostrarlo, nos enseña una foto suya hecha quince minutos después de haber besado a alguien que había comido pescado: está hinchado como una bota. El diálogo que mantiene con la mallorquina para determinar lo que pueda comer de la carta es digno de un manual de física cuántica, con una pizca de Tip y Coll. A la complejidad del intercambio contribuye afanosamente Tedi, que duda entre las muchas viandas, sus guarniciones y complementos. Yo opto por algo sencillo: sopa, salmón y cerveza. La charla pasa pronto del chisme al despellejamiento. No hay nada más divertido -ni más frecuente- en una conversación entre escritores, a sabiendas de que, cuando sean otros los escritores que se reúnan, el despellejado puede muy bien ser uno mismo. Cuando el diálogo recae en una prolífica novelista catalana que Lawrence ha traducido, nos enteramos de que ha publicado más de 50 libros. Tedi exclama entonces: "Será malísima". Lawrence responde, sombrío: "Pues yo he publicado más de 100". Ha sido una cagada gloriosa. Poco después, Tedi vuelve a demostrar que yo no he constituido para ella, hasta el momento, una figura digna de atención. Lawrence me pregunta por mi edición de Whitman, y Tedi se interesa también por ella. Les digo que ya se ha publicado, con, ejem, bastante éxito. Entonces Tedi vuelve a exclamar: "¡Ah, claro! Vi la reseña en El País". "Pues sí", le aclaro yo, "yo soy el traductor del libro, como decía la reseña". Nos despedimos, por fin, y yo acompaño a Tedi en el metro hasta Victoria, donde me bajo; ella sigue hasta Baron's Court. Charlamos sobre hijos, maridos y presidentes de república. Pero no estoy seguro de que, pese a todo, esta vez se haya fijado en mí.
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