domingo, 15 de noviembre de 2015

Los atentados de París

Hace dos días un grupo de terroristas del Estado Islámico, una más de las organizaciones que, con Al Qaeda y otros dicharacheros grupos del fascio mahometano, llenan de sorpresa nuestra vida (y nuestra muerte), ha asesinado en París a 129 personas y dejado a más de 300 heridas, la mitad en estado crítico. Es muy posible, pues, que en la lista de muertos vayan goteando nuevas incorporaciones estos próximos días. Los asesinos deben de sentirse muy satisfechos: en primer lugar, porque, habiéndose inmolado, deben de estar ya disfrutando de los inenarrables placeres que les procuran las despechugadas huríes del paraíso, y también, y quizá sobre todo, porque, ellos y quienes los apoyan, han conseguido introducir el dolor, una vez más, en el seno de la sociedad occidental que tanto detestan: han destrozado docenas de vidas inocentes (aunque para ellos no lo eran: todo no musulmán es, a sus ojos, un culpable), han deshecho familias, han destruido bienes y han sembrado el caos en una capital europea. Un gran logro: una hazaña digna de héroes. Ahora, junto con las expresiones de condolencia a las víctimas y de condena de los victimarios, no faltarán las voces que proclamen que los atentados no tienen nada que ver con el Islam. Dirán: el Islam es una religión de paz, el Corán repudia la violencia, Alá es misericordioso y Mahoma, su profeta, solo desea la concordia entre las gentes (aunque él fuera un temible guerrillero que destripó a cientos de enemigos y a no pocos de los suyos, no suficientemente fieles). Que como en el atentado contra el Charlie Hebdo— los matarifes gritaran, mientras estaban celebrando su aquelarre de destrucción, Alá es grande no parece persuadir de lo evidente a los irredentos defensores del mahometanismo: el Corán justifica, es más, promueve la violencia. Los terroristas nunca estarían de acuerdo con quienes los defienden: para ellos, su libro sagrado es el motor, no solo de su fe, sino también de sus actos, de esos actos con los que pretenden establecer una teocracia probablemente peor que la que ya rige en Irán o Arabia Saudita que redima al mundo de las aberraciones del laicismo y el liberalismo democrático. Y Alá no es grande: si lo fuera, no permitiría que una horda de criminales sin cerebro causara el mal en el mundo que ha creado. Alá, de hecho, como todo dios, es la proyección de lo peor del ser humano: de su pequeñez, de su miedo, de su miseria de criatura desconcertada y débil, y condenada a morir. Hace algunos años, cuando los atentados en los trenes de Madrid, escribí un poema sobre el horror que se publicó en 11-M: Poemas contra el olvido, un libro colectivo de Bartleby Editores. Lo transcribo a continuación, en homenaje a estas nuevas víctimas. Escribir y leer poemas es más necesario que nunca después de una atrocidad como esta; escribir y leer poemas es más necesario que nunca después de Auschwitz. Cuanta más ferocidad demuestren los enemigos de la razón, más feroces hemos de ser nosotros en afirmar la razón. Y la poesía es la razón. Este "Llanto por los desconocidos y los amados" expresa hoy mi consternación y mi solidaridad por lo sucedido en Francia, y aspira a proclamar que la brutalidad de los verdugos nunca debe doblegar la voluntad de vivir sin temor, libres e iguales, en una sociedad exonerada, después de tantos siglos de sufrirlas, de la peste de la religiones.


LLANTO POR LOS DESCONOCIDOS Y LOS AMADOS

                          Poema para los asesinados el 11 de marzo de 2004 en Madrid 
                                                                                                                                y contra el terror.

Un sol nacido e inmediatamente muerto.
Un cuervo amarillo.
Sangre en el aligustre.
Los perros han huido.
Un tórax sin cuerpo.
Una ventana que grita.
Mariposas entre la chatarra.
Lápices sin niño.
Cuerpos sin yo.
La nada es elástica y negra.
El silencio ha hablado ciento noventa veces.
La embarazada ya no tendrá que parir.
Hígados rebozados en polvo.
Han perdido el nombre: ahora se llaman ciegos, se llaman                                                                                                    [decapitados,
se llaman nadie.
¿Olieron sus cuerpos?
¿Vieron ojos?
Todo el ser es materia.
Ulular lila de sirenas.
El berbiquí de los móviles agujerea la ausencia.
Un gorrión encuentra un gusano.
Pronto habrá miles.
¿Repararon en los pechos de las jóvenes?
Los cuerpos ya no proyectan sombra.
La sombra se proyecta en los cuerpos.
Cielo coagulado y derruido.
Dios no existe, pero ha hecho esto.
No hay palomas en las azoteas.
La hemorragia alcanza los cerros difusos, la ropa tendida.
Se oyen ladridos como tumbas.
El suelo es un lodazal, aunque esté seco.
Muerde la brisa, tras la que brilla lo oscuro.
Un gato se asoma al abismo.
Penden lágrimas de los cascotes.
Piel no piel.
Los andenes vomitan noche y amor.
Madrid.

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