lunes, 25 de enero de 2016

Dreno

Dreno es el tercer poemario de Matías Miguel Clemente, un albaceteño de 1978 que, como tantos otros españoles en estos tiempos de tribulación, ha tenido que buscarse la vida fuera de España. Ahora reside en Turín. Yo conocí su poesía al principio de mi colaboración con DVD ediciones, hacia 2003, cuando él ganó el Premio de Poesía Joven de Radio 3, que entonces publicaba la editorial barcelonesa, con Lo que queda. Luego, en 2007, dio a conocer Los límites en otro sello catalán, La Garúa, dirigida por mi buen amigo Joan de la Vega. Y ahora nos entrega este Dreno en la muy activa editorial La Bella Varsovia, favorecedora sobre todo de la poesía más joven. Dreno parece el nombre de una ciudad alpina o un castillo bávaro, pero es la primera persona del singular del presente de indicativo del verbo "drenar", y ese significado "asegurar la salida de líquidos, generalmente anormales, de una herida, absceso o cavidad", como preceptúa la Academia determina la realidad del libro, dedicado a presionar las heridas del lenguaje para extraer de ellas cuanto le perjudica, bien porque sobra, bien porque no significa nada, o bien lo peor de todo porque miente. Las heridas del lenguaje no son, paradójicamente, como las del cuerpo: no sangran, sino que se encallecen; no supuran: se fibrosan. Las heridas del lenguaje son coágulos de in-significación, abscesos de tedio, escaras de ocultación o falsedad, y una de las tareas del poeta, acaso la más importante, es sajar esos grumos, descubrir la carne desubstanciada por la costumbre o el vacío, el sentido asfixiado por la superposición de materiales inanes. En Dreno, Matías Miguel Clemente reúne cuarenta escenas en prosa, siempre vinculadas al vivir cotidiano o a la presencia del arte y la literatura, construidas y a la vez destruidas por una lenguaje anómalo, que incurre a menudo en la subversión. Las escenas siguen siendo reconocibles "Ciego", "Casa", "Brazo", "Alondra", "El violoncelista de Sarajevo. Biblioteca", "El diablo cruza el Po"..., pero lo son gracias a su desordenación, a su desbaratamiento, al perfil palpitante que adquieren por mor de su rebeldía. Así lo confirma el poema más breve del conjunto, este monóstico que lleva el título del libro y que encarna, entre vanguardista y gongorino, una poética: "Tengo que poner un poco de orden en poco esto un todo de orden". Es muy significativo, también, que el libro esté dedicado a "buzos, alpinistas y astronautas": gente que sube a lo más alto o se sumerge en lo más profundo; gente que quiere encontrar la verdad en lo abismal o en lo sidéreo, lo que, bien mirado, viene a ser lo mismo. Y todo está en las palabras que se juntan, o que se desjuntan, en el poema. Matías Miguel Clemente desmonta lo previsible y regala una articulación a contrapelo, a contraluz, que vivifica, por desanudarlo, cuanto describe. El lector deambula por estos instantes desacomodados como si asistiera a un extraño espectáculo de ingeniería y demolición, y comparte su incomodidad: respira el polvo de lo que se erige con esfuerzo y se derriba con naturalidad. Y así debería ser siempre: que los poemas nos descolocaran; que nos recordasen que la realidad no es un objeto ajeno a la representación de la realidad, sino una edificación cuya mampostería son las palabras, e incluso las sílabas; que los poemas nos persuadieran de lo que subyace en las cosas, de lo que las cosas contienen más allá de su apariencia. Lo coloquial convive en Dreno con lo culto, y lo quebradizo con lo violento. La investigación en los sentimientos se traba fluidamente con la observación del mundo, y el resultado de esa concordia encabritada es una breve convulsión, tan dérmica como penetrante. "Todo poeta es un sismógrafo", ha dicho Javier Moreno, y Matías Miguel Clemente lo cita al pie del poema "Terremoto". Ciertamente: todo poeta percibe las ondas subterráneas del yo, y de cuanto acecha al yo: el poema es su transcripción, sintética y delicada, pero anunciadora de un íntimo temblor o un cataclismo inaudible. Uno lee por ahí los elogios inacabables que merecen libros colmados de tramoya, futilidad y ñoñería, y se pasma de que tanta vaciedad produzca tanta algarabía. Dreno, en cambio, ofrece verdad, verdad desconcertada y desconcertante, llena de interrogación, de contradicción, de claroscuros, es decir, de vida. 

Esto dice el poema "Grande":

Las cosas grandes como una demolición tienen un punto de partida, un inicio como de vida inminente, una esencia eléctrica que se deja oler, una premonición en clave de sombra.

Las cosas grandes como una tarde entera, en una fotografía, tienen una lenta salivación primera, un duelo, un gusto anticipado a salto, a herrumbre que se excede líquidamente antes de aparecer delante de nosotros.

Las cosas grandes como tú sentada en el mundo-suelo, durmiendo junto al radiador, tienen la habilidad de no comenzar hasta pasado un rato, en el que un brillo húmedo aparece en tu boca y en la boca de la enormidad.

Las cosas grandes, com un enorme silencio de gente que se esconde, tienen un hilo del que tirar, para acelerarlo todo y parar la vida a través de una roadmovie, un hilo del que dispone y que se encuentra callándose todos hacia los lados, huyendo.

Las cosas grandes como un dolor lechoso en el vientre, tienen apenas una carencia de músculo y articulación, que no le faltará nunca al movimiento de mis manos en tu pecho.

Las cosas grandes como las que se hacen con los ojos en el metro, mientras se espera, tienen ese temblor que tiene también la mano del viejo que pelea al tiempo otra parada.

Las cosas grandes que intento guardar en mis bolsillos se clavan y duelen por sus formas incomprensibles y desoladas.

Todo lo grande es impaciente y sobrevive por la cadencia con la que observamos su leve temblor, su deseo y su ansia de permanencia.

La soledad es una forma de drenar todo lo grande. Yo lo dreno a través de formular un verbo que conozco como sersolitario. Lo conjugo y lo mentalizo a base de secarme la frente ante lo enorme.

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