Muchos dicen que, con los calendarios digitales y demás herramientas de Internet, las agendas de mesa se han quedado anticuadas. Es muy posible. Cuando trabajaba en la Administración, los últimos días de cada diciembre nos llegaba a todos los jefes un taco plastificado que contenía las hojas del calendario del nuevo año, y que nosotros debíamos colocar en el soporte de plástico y anillas que sobrevivía, exangüe, en el escritorio. Hace algunos años ya, el taco dejó de llegar. Había que ahorrar, dijeron, y las funciones de la agenda de mesa podían ser realizadas por medios informáticos. Imagino que la Generalidad engrosó sobremanera sus arcas con tan gran ejemplo de austeridad, pero yo me sentí empobrecido. Hay, no obstante, una manera de hacer que las agendas sobrevivan: convertirlas en libros. Así lo ha hecho Vaso Roto Ediciones, que ha publicado una hermosa agenda para 2016, conmemorativa del 400º aniversario de la muerte de William Shakespeare. 2016 va a ser el año de Shakespeare, como el 2014 lo fue de la Primera Guerra Mundial y el 2015, de Winston Churchill. (En España celebraremos también el 400º aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes. Como se sabe, Shakespeare y Cervantes murieron en la misma fecha, el 23 de abril de 1616, pero no en el mismo día, porque porque España e Inglaterra se regían entonces por calendarios diferentes: nosotros, por el gregoriano, y los ingleses, por el juliano. El 23 de abril del calendario juliano correspondía a nuestro 3 de mayo. De hecho, si somos estrictos, ni siquiera coincidieron en la fecha de fallecimiento, porque Cervantes murió el 22 de abril; el 23 lo enterraron). La agenda de Vaso Roto luce en la portada el célebre retrato póstumo de Shakespeare, hecho por el grabador inglés Martin Droeshout, que apareció como frontispicio de la edición del Primer Folio de 1623. En el interior, cada mes viene precedido por un fragmento de una obra de Shakespeare y su traducción al castellano. Las doce traducciones se las reparten seis poetas españoles (Andrés Catalán, Luis Alberto de Cuenca, Jordi Doce, Julián Jiménez Heffernan, Antonio Rivero Taravillo y yo mismo) y seis mexicanos (Jeannette L. Clariond, Elsa Cross, Pura López Colomé, Tedi López Mills, José Luis Rivas y Julio Trujillo). El fragmento que yo decidí aportar al volumen, y que se ha hecho corresponder al mes de octubre, es el famoso "discurso del día San Crispín", contenido en el acto IV, escena III, de Enrique V. La obra, escrita en 1599, se estrenó en la Corte en 1605, aunque una tradición imposible de verificar dice que fue la primera que se interpretó en el recién inaugurado The Globe, y se incluyó en el Primer Folio. El discurso del día de San Crispín reproduce la arenga que el rey Enrique dirige a sus tropas antes de la batalla de Azincourt, uno de los más memorables hechos de armas de la siempre ajetreada historia militar inglesa. En 1415, durante la Guerra de los Cien Años, se enfrentaron en el pueblo así llamado, en el norte de Francia, el ejército capitaneado por Enrique V de Inglaterra y los caballeros franceses, al mando de Juan le Maingre, Carlos de Albret y David de Rambures. Las tropas galas doblaban a las inglesas en número, pero estas compensaban la inferioridad numérica con una hueste aguerrida, bien pertrechada, y, sobre todo, armada con los famosos —y letales— long bows, los arcos largos, con los que se podía abatir a un caballero provisto de armadura pesada a 200 metros. Este fue, de hecho, otro de los factores que jugaron a favor de los ingleses: las armaduras, un verdadero lastre para los franceses; aquellos, ligeros de peso, se movieron con agilidad por entre los enemigos, liquidándolos con alegría y ferocidad. Para ello fueron fundamentales también las lluvias que habían caído en la zona y convertido el campo de batalla en un barrizal. En el fango, los caballería francesa no podía cargar y los infantes apenas podían moverse, y los comandantes galos empeoraron las cosas al ordenar un ataque frontal contra las sólidas posiciones inglesas, erizadas de estacas. Las flechas de los arcos largos barrieron la vanguardia flordelisada y la infantería que la seguía chocó con los caídos y se quedó atrapada en el barro, en una horrible mezcolanza con caballos, jinetes y soldados agonizantes o muertos. Los ingleses, tras obsequiar a sus enemigos con una lluvia de virotes, se dedicaron a despacharlos al otro mundo clavándoles espadas y misericordias por las cotas de malla o las aberturas de las corazas. La victoria de Enrique V fue total. Para los franceses, se trató de une journée malheureuse; para los ingleses, de un día de gloria. En el campo quedaron entre 6 000 y 10 000 cadáveres, de los cuales solo poco más de cien eran ingleses. Estos hicieron también un millar de prisioneros, aunque el tratamiento que les dieron destiñe la hazaña de aquella jornada y la acerca mucho al crimen de guerra. Concluido el enfrentamiento, algunos señores de la zona y combatientes franceses atacaron y saquearon el campamento de Enrique, en la retaguardia, mataron a los pajes y al personal auxiliar, y se llevaron las joyas del rey. Este, furioso, en represalia, ordenó pasar por las armas a todos los prisioneros. Y así se hizo: más de mil —excepto algunos altos señores, como los duques de Orleans y de Borgoña, para los que los nobles ingleses pidieron clemencia— fueron ejecutados a golpes de hacha. De este tenebroso incidente el cuco de Shakespeare apenas hace una mención en passant, y nunca mejor dicho, en el acto IV, escena VI, de Enrique V: "... que cada cual mate a sus prisioneros", ordena el rey. Su discurso del día de San Crispín, en cambio, se extiende de los versos 21 al 69 de la escena III, y promueve una visión heroica de los ingleses. Hay varias versiones cinematográficas de la arenga, la última de las cuales, de Kenneth Brannagh, ha sido muy celebrada. Y a mí siempre me ha recordado a las palabras de Enrique la respuesta que da Matt Damon, en su papel del soldado Ryan, a quienes han ido a buscarlo y le piden que se retire con ellos a retaguardia, en Salvar al soldado Ryan: sus hermanos han muerto, y sus hermanos son ahora sus compañeros de puesto; ante la fuerza alemana que se aproxima, muy superior en número, abandonarlos sería peor que morir.
Esta es mi traducción del discurso del día de San Crispín:
ENRIQUE: (...) No, buen primo:
ENRIQUE: (...) No, buen primo:
si hoy quiere el destino que muramos, nuestra pérdida
bastará a nuestro país; y si prefiere que vivamos,
cuantos menos seamos, a mayor gloria tocaremos.
Por Dios, no quieras un hombre más, te lo ruego.
No codicio enriquecerme, por Júpiter,
ni me importa quién se alimente a mi costa,
ni quién vista como yo.
Los asuntos mundanos no ocupan mis deseos.
Pero, si es un pecado codiciar el honor,
soy la más pecadora alma viva.
A fe mía, primo, no quieras un solo inglés más.
Si lo compartiera con otro hombre, con uno solo,
no sería tan grande el honor; y por nada del mundo
deseo perderlo. Oh, no quieras uno solo más.
Antes bien, haz saber a mis huestes, Westmoreland,
que quien no tenga estómago para arrostrar la lucha,
es libre de irse: se le extenderá un salvoconducto
y se le pondrán algunas coronas en la bolsa para el viaje:
no queremos morir en compañía de un hombre
que teme morir en nuestra compañía.
Hoy es el día de San Crispín.
El que sobreviva a este día y vuelva a casa sano y salvo,
se alzará siempre que se mencione esta fecha
y se crecerá ante el nombre de San Crispiniano.
El que vea este día y llegue a viejo,
todos los años, la víspera de la fiesta, invitará a sus vecinos
y dirá: «Mañana es San Crispiniano».
Entonces se remangará y les enseñará las cicatrices.
Los viejos olvidan, pero incluso quien lo haya olvidado todo
recordará, con ventaja, las proezas cumplidas ese día.
Y también nuestros nombres, que resultarán tan familiares [en sus labios
como palabras que se dicen en casa,
el rey Enrique, Bedford y Exeter,
Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester,
serán recordados, entre copas rebosantes.
Esta historia les contará la buena gente a sus hijos,
y nunca pasará el día de San Crispín y San Crispiniano,
desde hoy hasta el fin del mundo,
sin que se nos recuerde por él,
a nosotros, tan pocos, felices, aunque seamos tan pocos: una [banda de hermanos.
Porque el que derrame hoy su sangre conmigo,
Porque el que derrame hoy su sangre conmigo,
será mi hermano: por vil que sea,
este día ennoblecerá su condición,
y los caballeros que ahora están en la cama, en Inglaterra,
considerarán una maldición no haber estado aquí,
y en poco tendrán su hombría cuando alguien diga
que ha luchado con nosotros el día de San Crispín.
Muy bueno . A ver que se nos viene encima. Salud .
ResponderEliminarEsperemos que no sea nada tan duro como la batalla de Azincourt.
EliminarBesos, como siempre, querida Blanca.
Me pido esa agenda. Ahora mismo la busco.
ResponderEliminarTe gustará, ya lo verás. Los textos son incomparables, y las traducciones, excelentes.
ResponderEliminarBesotes.
EXCELENTE TRADUCCIÓN !! NO SE PIERDE UN ÁPICE DE LA ARENGA INSPIRADORA A LOS QUERERROS EN DESVENTAJA NUMÉRICA, PERO EN SUPERIORIDAD ESPIRITUAL ..
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