Mañana, 4 de noviembre, presentaré dos libros, El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014) y Dices, en la librería Laie, de Barcelona (C/ Pau Claris, 85). Será a las siete y media de la tarde, y contaré para ello con la ayuda de Andreu Navarra, excelente escritor y amigo, y editor, además, de Libros En Su Tinta, la colección en la que ha visto la luz Dices.
El corazón, la nada es la primera antología de mis versos que publico en veinte años de creación poética, y por eso, por la importancia que le atribuyo como síntesis representativa de mi actividad, he querido que incluyese muestras de todos mis libros (salvo del primero, Razón de ser, un proyecto primerizo y olvidable), y rodearla de un aparato que contextualizara y razonase, en la medida de lo posible, esa dilatada creación. El libro incorpora, pues, un generoso prólogo de Jordi Doce, gran amigo también, y uno de los mejores críticos -es decir, pensadores de la poesía- de mi generación, y un extenso epílogo mío, titulado "Una poética y algo de historia", en el que doy cuenta de mi concepción de la poesía y de algunas de las vicisitudes escriturarias y editoriales por las que he pasado en estos veinte años: salvando las distancias, aspira a ser algo así como el "Historial de un libro" cernudiano. El corazón, la nada lo ha publicado Amargord Ediciones, en la colección Portbou, que dirige eficazmente Juan Soros: la de los libros morados, aunque ese morado, por algún indescifrable arcano tipográfico, no sea nunca el mismo de un volumen a otro.
Dices, por su parte, es un extenso poema unitario, como tantos otros míos, compuesto por versículos -a veces de una sola frase, a veces estirados hasta el poema en prosa-, en el que pretendo satirizar las conductas y el pensamiento político y social que nos abochornan en España desde hace años, pero también me satirizo a mí. La burla del otro ha de equilibrarse con la burla de uno mismo, tan necesaria y detergente como aquella: si el otro es risible, lo es, en parte, porque también nosotros lo somos: nuestra ridiculez nutre la suya. El libro se desarrolla mediante una sucesión de fragmentos propios, entre los que se insertan citan de destacados líderes políticos, eclesiásticos y militares, y periodistas. Dices lo ha publicado Libros En Su Tinta, la nueva colección de poesía y narrativa inaugurada por Andreu Navarra y Arthur Kelvin Calvet, dueño de la librería homónima, un proyecto artesanal y alternativo, impulsado por la voluntad de ofrecer obras enfrentadas al establishment. Dices ya había visto la luz en el volumen colectivo Libro libre, publicado por Arola Editors, de Tarragona, en el que participé con mis amigos Ramón García Mateos, Alfredo Gavín, Juan López-Carrillo y Vicente Llorente, pero su reedición en Libros En Su Tinta lo ha dotado de un perfil individual y de nueva vida.
Así empieza "Una poética y algo de historia", de El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014):
Yo llegué tarde a la poesía, con casi treinta años. No creo que haya una edad óptima para acceder a ella, pero quienes poseen alguna sensibilidad y cierto talento verbal, si se me permite esta modesta inmodestia, suelen abrazarla en la adolescencia o en la primera juventud, que es cuando arrecian las turbulencias sentimentales, con uno mismo y con los demás, y más falta hace el consuelo de la palabra. No ha sido mi caso, y a veces pienso si eso no habrá condicionado, no solo mi forma de escribir, sino también mi forma de estar en la poesía, como quien es padre primerizo a cierta edad: con algo más de aplomo, quizá, pero también con un mayor sentido de la responsabilidad, consciente de que va a disfrutar durante menos tiempo de ese regalo que ha recibido. Paradójicamente, algunos de mis primeros recuerdos poéticos son también algunos de los primeros recuerdos de mi vida. Cuando era muy niño, mi padre me leía poemas de un volumen que todavía conservo, Las mil mejores poesías de la lengua castellana, compiladas por José Bergua, una de esas antologías que perduran, no se sabe muy bien cómo, a través de las décadas, sin prestigio ninguno, pero agraciadas por el favor popular. Al ejemplar que teníamos en casa le faltaban las tapas, que habían sido sustituidas por hojas de periódico, y acumulaba manchas de aceite: llevaba muchos años siendo manoseado. Cuando ya supe leer, lo hacíamos los dos, tumbados en la cama, sudando, riéndonos a carcajadas con los poemas misóginos de Vital Aza o con "Una cena", de Baltasar del Alcázar, que a mi padre le despertaba la risa y las ganas de comer. Para mí, aquellos poemas eran absolutos: una realidad lingüística y vital –y nunca mejor dicho en el caso de Aza– que se imponía a cualquier fractura, a cualquier objeción. Luego, Las mil mejores poesías de la lengua castellana, de una forma espontánea, como si mi padre y yo hubiéramos llegado a la conclusión de que ya era hora de adquirir otros conocimientos –y practicar otras diversiones–, desaparecerían de mis días y, con ellas, la poesía toda (...).
Ay, qué pena!!!
ResponderEliminarEspero que te haya ido bien.
Si mañana vuelves a Laie pregunta por la compra del libro "Felices los Felices" del sábado día 25 de Octubre pasado. (tal vez vendieran más de uno ese día).
Un Abrazo