Como las golondrinas vuelven en primavera, Spain (Now!), la organización que promueve la cultura española en Gran Bretaña, vuelve en otoño. Hace algunos días se inauguró la programación de este año, cuyo acto literario más importante se celebra hoy. Se trata de la proyección del documental Se dice poeta (traducido al inglés, The Word Is Poet), de Sofía Castañón, cuyo subtítulo es elocuente: Una mirada de género al panorama poético español. Lo vemos en una galería de arte, Hanmi, en Fitzrovia. Hemos ganado en situación (el año pasado tuvimos que irnos de excursión al East End) y en sillas (el año pasado había que sentarse en el suelo), pero, en cambio, hemos perdido en lavabos (en Hanmi no hay). En cualquier caso, la galería parece a punto de derrumbarse: el techo es de una fatigada obra vista, las luces funcionan azarosamente y unas angostas escaleras laterales se encaraman a un espacio tenebroso y desconocido. Por si fuera poco, quien ha de abrirnos el local llega tarde y ofrece para su retraso la incontestable justificación de que "a las nueve y media, su cabeza le decía que no había que salir de la cama". Bien. Antonio Molina Vázquez, con otros colaboradores de la organización, se encarga de improvisar un desayuno con café con leche y muffins traídos de una cafetería cercana (que debe de ser también la que los galeristas y sus visitantes utilizan como lavabo), y se inicia el pase. Se dice poeta recoge el testimonio de 21 poetas (es decir, mujeres poetas: poetisa es un término proscrito, por antañón y despectivo), nacidas entre 1974 y 1990, sobre la situación de las mujeres, y de la poesía que escriben, en el mundo de la poesía española actual. Es un trabajo largo, de más de una hora y media de duración, en la que se resumen 26 horas de entrevistas, realizadas en distintas ciudades españolas. Las preguntas no se recogen en el documental: solo las respuestas. Las opiniones se suceden y se mezclan, precedidas por una presentación, no carente de humor, de Sofía Castañón. También se intercalan imágenes, con frecuencia del mundo de la publicidad, casi siempre provenientes de los Estados Unidos, que denuncian el sometimiento tradicional de las mujeres a los patrones androcéntricos. Entre las poetas participantes, reconozco -y he leído- a Yolanda Castaño, Elena Medel, Laia López Manrique, Erika Martínez, Ana Gorría, Isabel García Mellado y Miriam Reyes, además de a la propia Sofía Castañón. Más aún: tres de ellas -Medel, Martínez y Reyes- son autoras de la extinta DVD. El trabajo está bien articulado, y mantiene un ritmo difícil de sostener: la mera concatenación de opiniones puede resultar tediosa. Se dice poeta, en cambio, mantiene el interés gracias a un montaje hábil, a la incorporación de paréntesis hilarantes y al propio trabajo de las entrevistadas, que ofrecen una visión crítica que oscila entre la ironía y cierta melancólica indignación. La visión de conjunto puede sintetizarse en una idea: pese a todos los avances, pese a todas las conquistas, la mujer sigue discriminada en la sociedad, y, por lo tanto, también en la poesía. Para las mujeres es difícil publicar, ser reseñadas y ser premiadas o reconocidas por las instituciones culturales, y, sobre todo, es casi imposible que se las lea como personas que escriben, y no como mujeres que escriben: la mujer que escribe es todavía algo anómalo, un accidente que las aparta del papel que les corresponde, una singularidad que se enjuicia a la luz de su condición sexual. Hay pocas variaciones en esta opinión general: todas, con mayor o menor intensidad, la suscriben. Echo en falta, quizá, una mayor heterogeneidad de pareceres, alguna discrepancia interna. Por eso mismo, lo que más valoro son los matices diferenciales: sobre la discriminación positiva, por ejemplo -algunas están a favor; otras expresan dudas-, o la conveniencia de consagrar una "literatura femenina" (¿redil o ariete?). Pienso en mi propio quehacer como poeta, crítico y antólogo. Como poeta y crítico, es decir, como lector de poesía, no creo que me haya importado nunca el sexo del escritor, aunque, claro, los peores prejuicios son los que llevamos bajo la piel: aquellos de los que no somos conscientes. Entre mis autores capitales se cuentan, al menos, tres mujeres: Alejandra Pizarnik, Olga Orozco y María Zambrano; y entre las poetas actuales, he admirado a Gloria Fuertes -sí, aquella del "¡pajarillo, que te pillo!": una escritora fantástica- y Blanca Andreu, y leo con devoción a María Ángeles Pérez López, Julieta Valero y Marta Agudo, entre otras. Como antólogo puedo merecer algún reproche, aunque siempre he procurado obrar con ecuanimidad: en Poesía pasión, una antología de jóvenes poetas españoles que publiqué en 2004, incluí a tres mujeres entre doce autores; y en la muy reciente Medio siglo de oro. Antología de la poesía contemporánea en catalán, he seleccionado a tres de quince. No son porcentajes altos, pero tampoco despreciables. Y, en cualquier caso, obedecen a criterios estrictamente literarios, de los que me esfuerzo por apartar siempre cualquier consideración espuria -y, desde luego, machista-. Celebro, por otra parte, que en Se dice poeta aparezca Raúl Quinto, excelente poeta y amigo -uno de los seis hombres con papel en el documental-, que expresa la solidaridad masculina con la causa de las mujeres poetas; y también que Juan Vico, otro gran amigo, figure en los agradecimientos de la película (fue Juan, me cuenta Sofía, el que la animó decisivamente a materializar una idea que le llevaba rondando mucho tiempo, aunque él ya no se acuerde). Cuando acaba la proyección, se abre un coloquio, que se desarrolla con alguna previsibilidad y languidez, excepto por las vigorosas intervenciones de Sofía. Luego, en el subcoloquio, es decir, en la charla informal entre todos los asistentes que sigue al coloquio, Ángeles le dice a Sofía que la discriminación manifestada por las mujeres poetas no se produce en el ámbito médico: ella, por ejemplo, nunca sabe si el autor del artículo que está leyendo es un hombre o una mujer, y solo lo valora por su calidad científica; quizá sea ese el problema, añade: la calidad. Sofía y yo convenimos en que habría estado bien que lo hubiese dicho en público, siendo ella, además, mujer: habría sido una intervención saludablemente provocadora. Sin embargo, añado yo, en la investigación anatomopatológica no participa la sensibilidad del autor, o lo hace de una forma, y nunca mejor dicho, microscópica. Esa sensibilidad, en el mundo de la poesía, es la que determina una creación y una recepción diferentes, con independencia de la calidad. Suscribo la tesis de Se dice poeta: las mujeres todavía han de incorporarse, con plena naturalidad, con plena justicia, al espacio de la poesía, aunque en toda lucha antidiscriminatoria el péndulo pueda oscilar hacia el otro extremo y causar daños colaterales, en algún caso entre las propias mujeres. Pero su presencia ha de garantizarse, en condiciones de igualdad, en la literatura actual. Es un deber de los hombres, de la sociedad y de la cultura.
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