Recientemente he tenido noticia de algunos casos curiosos ocurridos en el duro, en el áspero mundo de la poesía inglesa actual. Bajo esta capa de hielo que los ingleses despliegan en sus relaciones sociales y literarias, se esconde un mundo tan volcánico como el de cualquier otro lugar, atravesado por las mismas pasiones, debilidades, odios y anhelos —anhelos que se reducen, como los mandamientos del Señor, a uno solo: figurar—. Yo ya lo sospechaba, desde luego, pero ha sido reconfortante descubrirlo con pruebas fehacientes. El primer sucedido es un clásico: el plagio. La poesía inglesa cuenta desde hace algunos años con un sabueso implacable, el Dr. Ira Lightman, cuyo nombre y apellido se corresponden pasmosamente con la función que desempeña, que ha desvelado numerosos casos de apropiación de obras literarias por parte de autores que no las habían escrito. Uno de los más sonados ha sido el de Christian Ward, un joven poeta inglés cuyo poema "The Deer at Exmor" ("El ciervo de Exmor"), con el que había ganado un importante certamen poético, era una reproducción casi literal de "The Deer" ("El ciervo"), de su colega Helen Mort. Si uno compara ambos textos, comprobará que, en efecto, las diferencias se reducen al título, una palabra en el primer verso (un cambio transgénico: donde Mort escribe "madre", Ward pone "padre") y los dos versos finales del segundo cuarteto, en el que se modifican los lugares referidos (River Edge y Bossington Beach en lugar de Ullapool y Rannoch Moor) y el pájaro del que se habla, un halcón peregrino en el de Ward y un martín pescador en el de Mort. No hay más alteraciones en los 18 versos de que se compone la pieza. Llama la atención la desvergüenza de la copia: el poema de mentira está prácticamente calcado del de verdad. Ward no se ha preocupado por introducir las mínimos cambios que le permitieran, en caso de necesidad —como así ha ocurrido—, alegar cercanía, comunidad espiritual o incluso error, y descartar la acusación de plagio. Quizá es que se le acababa el plazo para presentar algo al concurso y no tuvo tiempo de reelaborar el original. Aún sorprende más que la gente se atreva a lanzar desfachateces como esta a un mundo globalizado y digital, donde cualquiera con algo de cultura poética y las armas que proporciona Internet puede descubrir fácilmente la trampa. Para defenderse, Ward alegó lo de siempre: que la copia no había sido intencionada, sino un desliz: estaba utilizando el poema de Mort como base para el suyo propio, pero, por una equivocación en la manipulación de los textos, acabó enviando aquel en lugar de este al concurso. Si la inverosimilitud de la excusa y el reconocimiento de su propia imbecilidad (¿quién, además de Ana Rosa Quintana y Christian Ward, no se da cuenta de que la obra que manda a una competición no ha salido de su mano?) eran ya insuficientes para absolverlo, el engaño se ha hecho más evidente todavía cuando, excitados por este primer hallazgo, lectores e investigadores han destapado una verdadera retahíla de plagios. Al parecer, Ward es un virtuoso de la copia, un plagiador congénito y perseverante. Desde ese fatídico año de 2013, The Yale Journal for Humanities in Medicine, Magma Poetry, Monongahela Review, The Bridport Prize, Readheaded Stepchild y Sixth Finch han retirado poemas de Ward, por ser copias directas, con leves alteraciones textuales, de poemas de otros autores. Ward es, por otra parte, un autor muy presente en revistas, y con varios premios en su haber, pero sin obra conocida. No es extraño que se haya suspendido la aparición del libro que se anunciaba como pendiente de publicación, The Moth House. Es estupendo que la palabra moth, "polilla", aparezca en el título: la polilla se alimenta de la ropa o los enseres almacenados de la gente.
El segundo caso que quiero referir es el de un poema, "Gatwick", publicado hace algunos días por Craig Raine en la prestigiosa London Review of Books. El poema se limita a contar que el protagonista se encuentra, en el control de pasaportes del aeropuerto de Gatwick, a una agente de inmigración que ha estudiado su obra en la universidad, y que después, en el autobús que lo lleva desde el aeropuerto a Oxford, disfruta con la contemplación de una joven sueca de pecho abundante, que viaja con su madre, a la que sospecha que acabará pareciéndose con los años. El poema es malo de solemnidad, propio del peor poeta de la experiencia español. Pero la tormenta que ha desatado en las redes sociales no se ha debido a su calidad, inexistente, sino a la naturaleza de lo expresado: que un hombre mayor —Raine tiene 69 años— explicite su agrado por las mujeres jóvenes, y especialmente por el pecho de las mujeres jóvenes, le ha valido una catarata de insultos, en el que "viejo verde" ha sido lo más suave que ha tenido que leer. La ferocidad de los comentarios —habitual en ese patio de vecinos anónimos que es twitter— oculta una tendencia muy preocupante en las sociedades occidentales, que se agrava, a mi juicio, cada día que pasa: la imposición de censuras ideológicas en la expresión artística, que quizá sea paralela a la que se da también en el ámbito político-cultural. Que un hombre elogie las tetas de una mujer es una grosería inaceptable, que ofende a muchas personas y que, en consecuencia, no se puede permitir que se diga, al igual que afirmar que Mahoma era un caudillo cruel y un misógino contumaz, cuya pugnacidad inspira hoy la de sus sangrientos herederos, hiere a millones de creyentes, y, por lo tanto, ha de ser prohibido. Yo no concibo la literatura sino como el lugar de la libertad absoluta. En la literatura, y en cualquiera de las artes, y también en la confrontación de las ideas, en el debate diario sobre cómo queremos que sean nuestras sociedades, la libertad no debe tener límites: para escribir malos poemas, como el de Raine; para decir lo que se cree, lo que se siente, aunque sea ofensivo o blasfemo para otros (e incluso para uno mismo); para elevarnos, pero también bucear en lo más oscuro del ser, en lo más fangoso de cuanto nos constituye. La vida está llena de restricciones, y está bien que sea así: sin ellas no podríamos convivir. Por eso el arte, el espacio singular del arte, ha de darnos la posibilidad de romperlas todas: de gritar, y confesar, y escupir, y llorar. Lo cual significa, entre otras cosas, que también hemos de estar dispuestos a que nos griten a nosotros, a que nos escupan a nosotros, a que nos salpiquen de barro, a que blasfemen contra lo que nosotros tenemos por sagrado. Nuestra salvación depende de que aceptemos la salvación de los demás, aunque nos repela. Como he dicho, el poema de Raine es lamentable. Pero no lo es que reconozca la pasión carnal que todavía lo mueve, ni la belleza de un pecho femenino, ni el futuro más bien sombrío —para la joven y para él mismo— que le hace imaginar. Si a alguien no le gusta lo que ha dicho, lo que debe hacer es escribir una poesía distinta o un ensayo en el que lo critique o razone su disgusto. Y si una poeta mayor elogia en un poema el culo o el paquete de un joven, lo leeré con mucho interés.
Por último, un caso personal. Una poeta inglesa, y ya examiga, se ha molestado mucho con una entrada que le he dedicado en este blog, y recogido en la selección recientemente publicada en forma de libro, Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España). El hecho de que le haya regalado un ejemplar, cariñosamente dedicado, no le ha hecho pensar que mis intenciones al escribirla no podían ser malas, salvo que yo fuese un hipócrita redomado. En el correo con el que ha cortado relaciones conmigo expresaba su malestar porque yo no hubiera mostrado el debido respeto por un I have to say, generally considered rather distinguished literary track record ("currículo de publicaciones literarias que se considera, en general, he de decir, más bien distinguido"). Obsérvese el understatement, formulado con la mejor sintaxis oxoniense, que esconde, en realidad —y a eso iba—, un overstatement: el de su obra insuperable, el de su calidad impar. El incidente en sí no tiene ninguna importancia: un episodio más de las eternas peleas entre poetas, que se diluirá —que se ha diluido ya, en lo que a mí concierne— en la nada de la intrahistoria literaria, pero sí es revelador de algo que nos aqueja a todos los que nos dedicamos —porque no podemos hacer otra cosa: porque estamos enfermos— a esta tarea agotadora de escribir: una desesperada necesidad de reconocimiento, una vanidad aplastante.
El segundo caso que quiero referir es el de un poema, "Gatwick", publicado hace algunos días por Craig Raine en la prestigiosa London Review of Books. El poema se limita a contar que el protagonista se encuentra, en el control de pasaportes del aeropuerto de Gatwick, a una agente de inmigración que ha estudiado su obra en la universidad, y que después, en el autobús que lo lleva desde el aeropuerto a Oxford, disfruta con la contemplación de una joven sueca de pecho abundante, que viaja con su madre, a la que sospecha que acabará pareciéndose con los años. El poema es malo de solemnidad, propio del peor poeta de la experiencia español. Pero la tormenta que ha desatado en las redes sociales no se ha debido a su calidad, inexistente, sino a la naturaleza de lo expresado: que un hombre mayor —Raine tiene 69 años— explicite su agrado por las mujeres jóvenes, y especialmente por el pecho de las mujeres jóvenes, le ha valido una catarata de insultos, en el que "viejo verde" ha sido lo más suave que ha tenido que leer. La ferocidad de los comentarios —habitual en ese patio de vecinos anónimos que es twitter— oculta una tendencia muy preocupante en las sociedades occidentales, que se agrava, a mi juicio, cada día que pasa: la imposición de censuras ideológicas en la expresión artística, que quizá sea paralela a la que se da también en el ámbito político-cultural. Que un hombre elogie las tetas de una mujer es una grosería inaceptable, que ofende a muchas personas y que, en consecuencia, no se puede permitir que se diga, al igual que afirmar que Mahoma era un caudillo cruel y un misógino contumaz, cuya pugnacidad inspira hoy la de sus sangrientos herederos, hiere a millones de creyentes, y, por lo tanto, ha de ser prohibido. Yo no concibo la literatura sino como el lugar de la libertad absoluta. En la literatura, y en cualquiera de las artes, y también en la confrontación de las ideas, en el debate diario sobre cómo queremos que sean nuestras sociedades, la libertad no debe tener límites: para escribir malos poemas, como el de Raine; para decir lo que se cree, lo que se siente, aunque sea ofensivo o blasfemo para otros (e incluso para uno mismo); para elevarnos, pero también bucear en lo más oscuro del ser, en lo más fangoso de cuanto nos constituye. La vida está llena de restricciones, y está bien que sea así: sin ellas no podríamos convivir. Por eso el arte, el espacio singular del arte, ha de darnos la posibilidad de romperlas todas: de gritar, y confesar, y escupir, y llorar. Lo cual significa, entre otras cosas, que también hemos de estar dispuestos a que nos griten a nosotros, a que nos escupan a nosotros, a que nos salpiquen de barro, a que blasfemen contra lo que nosotros tenemos por sagrado. Nuestra salvación depende de que aceptemos la salvación de los demás, aunque nos repela. Como he dicho, el poema de Raine es lamentable. Pero no lo es que reconozca la pasión carnal que todavía lo mueve, ni la belleza de un pecho femenino, ni el futuro más bien sombrío —para la joven y para él mismo— que le hace imaginar. Si a alguien no le gusta lo que ha dicho, lo que debe hacer es escribir una poesía distinta o un ensayo en el que lo critique o razone su disgusto. Y si una poeta mayor elogia en un poema el culo o el paquete de un joven, lo leeré con mucho interés.
Por último, un caso personal. Una poeta inglesa, y ya examiga, se ha molestado mucho con una entrada que le he dedicado en este blog, y recogido en la selección recientemente publicada en forma de libro, Corónicas de Ingalaterra. Un año en Londres (con algunas estancias en España). El hecho de que le haya regalado un ejemplar, cariñosamente dedicado, no le ha hecho pensar que mis intenciones al escribirla no podían ser malas, salvo que yo fuese un hipócrita redomado. En el correo con el que ha cortado relaciones conmigo expresaba su malestar porque yo no hubiera mostrado el debido respeto por un I have to say, generally considered rather distinguished literary track record ("currículo de publicaciones literarias que se considera, en general, he de decir, más bien distinguido"). Obsérvese el understatement, formulado con la mejor sintaxis oxoniense, que esconde, en realidad —y a eso iba—, un overstatement: el de su obra insuperable, el de su calidad impar. El incidente en sí no tiene ninguna importancia: un episodio más de las eternas peleas entre poetas, que se diluirá —que se ha diluido ya, en lo que a mí concierne— en la nada de la intrahistoria literaria, pero sí es revelador de algo que nos aqueja a todos los que nos dedicamos —porque no podemos hacer otra cosa: porque estamos enfermos— a esta tarea agotadora de escribir: una desesperada necesidad de reconocimiento, una vanidad aplastante.
Menos mal que mis poemas eróticos debe leerlos poca gente, porque son mucho más políticamente incorrectos que los del poeta que cuentas. Los voy publicando en mi muro de facebook sin mayores incidencias. Sólo un poeta gaditano se metió conmigo. El hombre me pide amistad para ponerme luego a caer de un burro. Cosas de locos. Al principio le contestaba pero luego me di cuenta de que perdía el tiempo,que para mí es muy valioso. ¿Pero qué puede esperarse de alguien a quien el Opus le queda a la izquierda? Pues poca cosa. Totalmente de acuerdo con la libertad en el arte.
ResponderEliminarEn cuanto al ansia de reconocimiento es algo que por lo menos a mí me va menguando con los años. Curiosamente en mis primeros años como poeta lo necesitaba más y ahora, después de llevar veinte años escribiendo pienso que si llega, llegará y que si no llega dará igual. Lo importante es escribir y que una misma esté contenta con el resultado. Leer y escribir y por lo menos para mí ahí está la felicidad. El resto no depende de uno, así que mejor no esperar lo que quizá no llegue nunca.
Gracias por tu mensaje, Teresa. Hay diferencias culturales entre ingleses y españoles que pueden explicar por qué a unos, como a Raine, lo ponen de chupa de dómine por un poema tan tonto como ese, y, en cambio, poemas explícitamente eróticos como los tuyos (o los míos) no concitan ni odio ni, quizá, atención. La presión de lo políticamente correcto es mucho mayor, me parece, en los países anglosajones y, en general, norteños, que en las culturas del sur. Aunque Gran Bretaña es una de las cunas de la libertad de expresión, hay muchas más cosas que no se pueden decir aquí que en España. Y, si lo haces, corres el riesgo de que te lapiden públicamente, como le ha sucedido a Craig Raine. En cuanto a la necesidad de reconocimiento por lo que hacemos, me pasa como a ti: disminuye con los años, como la libido, o la pasión por el fútbol. Pero no desaparece: sigue acicateando, para bien y para mal.
EliminarUn beso grande.
Todos buscamos un reconocimiento, cada uno en su trabajo y a su nivel . Hasta en mis lecturas busco un reconocimiento por parte de la gente que me sigue en facebook, twitter o Google+, por ejemplo , voy a compartir tu entrada, como siempre , y lo hago no solo por ti, también me reconforta al ver que a la gente le gusta lo que leo y me lo reconocen dándome las gracias por compartirlo y ver que a su vez se lo llevan. Será el ego, será la autoestima, pero ayuda a sentirse mejor. Y por favor , jamás dejes de poner toda la pasión en tus escritos, sea poesía, una reseña, artículo literario o entradas en tu blog, nos estremeces, nos haces vivir la lectura, momentos inolvidables. Gracias. Besos.
ResponderEliminarEl deseo, la necesidad de reconocimiento es algo muy humano, y que tiene una dimensión positiva: nos estimula a actuar. El problema es cuando se impone a otros aspectos del comportamiento humano, o los oscurece, como el respeto, el pudor, la educación o la amistad. Al ego hay que mantenerlo bien sujeto, casi amarrado, para que no devore todo lo demás. Porque es muy capaz de hacerlo.
EliminarUn beso muy grande.
Bueno, el poema de Raine no es tan malo, hombre, ni tan ollíticamente incorrecto. Si alguien se escandaliza por él, desde luego tiene un problema. Cierto que la parte I debería limitarse a ser una cita, y que la II, sí, sobra. La III no está tan mal, una variación de un viejo tema. Como tú, no entiendo el revuelo, porque lo del pecho de la chica esta dicho de pasada (también habla desus notas, de las pecas, de la juventud). Al menos, estos dos versos resuelven la polémica: "Digo que puedo decir estas cosas / porque soy poeta y envejezco". Un saludo cordial desde Sevilla.
ResponderEliminarSi te das una vuelta por facebook o twitter, Antonio, verás las dimensiones de la polémica: hay quien ha propuesto poco menos que fusilar a Raine. (Aunque otros me han dicho, en privado, que Raine es un bicho de cuidado, y que le está bien empleado lo que le pase). Las diferencias en la concepción del alcance de la libertad de expresión entre españoles e ingleses son, en este momento, grandes. No es extraño que fuese aquí donde menor -o más reticente- solidaridad concitó la barbaridad cometida contra Charlie Hebdo. Lo que para la mayoría de nosotros no es sino una chanza poética, sin mayor trascendencia -y en esto discrepamos: en un poema espantoso, por más que se incardine en una tradición-, muchos lo consideran aquí un gesto de sexismo intolerable y una vulgaridad digna de la mayor reprobación. Si quien se escandalice por él tiene un problema, Inglaterra es un país lleno de gente con problemas.
EliminarUn abrazo.
Vivir no es necesario, lo que es necesario es crear, dijo Pessoa en uno de sus poemas.
ResponderEliminarTus poemas eróticos son increíbles, Eduardo.
No tengo faceebok (no lo quiero) pero intentaré buscar los de Teresa.
Un Abrazo muy fuerte
Amelia
Muchas gracias, Amelia. Me alegro mucho de que sigas ahí.
EliminarHarás bien en buscar los poemas de Teresa Domingo. Son excelentes.
Un abrazo.
Amelia, si quieres leer mis poemas eróticos escríbeme a mi mail:
Eliminartdomingocatala@yahoo.com
Y gracias Eduardo, como siempre, por valorar mi poesía.
Ay!!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Teresa!! Agradezco tu enorme generosidad!!
Muchisímas gracias, Eduardo!!
Os abrazo
Amelia