Eso es lo que hacen las dos protagonistas del último libro de Agustín Calvo Galán, Amar a un extranjero, ganador del XI premio César Simón y recientemente publicado por la editorial valenciana Denes: la alemana Gabriele Münter y la portuguesa Maria Helena Vieira da Silva. El interés por las artes plásticas de Agustín no es extraño en alguien que, como él, se dedica al arte conceptual y a la poesía visual, donde ha obtenido numerosos reconocimientos. Sin embargo, yo lo conocí como poeta textual, hace algunos años -presenté en Barcelona su Poemas para el entreacto, de 2007-, y desde entonces he visto, con alegría y admiración, cómo su obra no dejaba de crecer. Esta es su última entrega, bífida pero unitaria, articulada en torno a la historia de dos mujeres, dos artistas del siglo XX, que comparten no solo la práctica de un mismo arte, sino también el destino de amar a alguien a quien las guerras y los prejuicios raciales vuelven indeseado. Gabriele Münter, nacida en 1877, se enamoró en Múnich de Vassily Kandinsky, y mantuvo una relación con él durante catorce años, aunque Kandinsky estaba casado y no se divorciaría hasta 1911. Pero, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Alemania expulsa al pintor ruso por ser ciudadano de una potencia enemiga. Münter se estableció entonces en Escandinavia y Kandinsky, en Moscú, y, aunque volvieron a verse en Estocolmo en 1916, la relación estaba rota. Kandinsky no perdió el tiempo: se enamoró por teléfono -al oír su voz...- de la moscovita Nina Andreievskaya, y se casó con ella en 1917. Por su parte, Da Silva se prendó en París del también pintor Árpád Szenes, húngaro, con el que matrimonió en 1930. Pero Szenes era judío, y eso hizo que el gobierno del general Salazar -que, además de ser racista, consideraba de mal gusto la obra de Da Silva, como recuerda Calvo Galán en un epígrafe de uno de los poemas; aunque lo realmente preocupante sería que una dictadura gustase de lo que uno hace: sería el momento de destruirlo- desposeyese a la pintora de la nacionalidad portuguesa. Da Silva y Szenes fueron, pues, apátridas hasta que, en 1956, Francia les concedió a ambos su nacionalidad. En Amar a un extranjero, el primer cuaderno, de Münter, se compone de poemas en los que se alternan las voces de Gabriele y Vassily: la de este refiere instantes de la biografía compartida en Alemana; la de ella glosa o razona las impresiones contenidas en sus cuadros, que se indican al pie de cada poema. Son composiciones escuetas, cromáticas, impresionistas, oblicuas: los sentimientos no se refieren derechamente, sino por medio de alusiones interrumpidas, de breves trazos expresivos, de elipsis y ecos. Pero la delicadeza de los retratos no surge de la nada, ni por casualidad, sino de un afilado uso de los recursos retóricos: aliteraciones, poliptotos, antítesis y anáforas dan sostén, entereza, a un conjunto cuya finura asombra tanto como su penetración psicológica. Así dice el poema basado en el óleo Stilleben am Fenster ("Naturaleza muerta en la ventana"), de 1953: "Nada me cansa ya, ni podrá madurarse,// ni las fachadas en su envés,/ ni la inclinación de un árbol extenuado,// ni el sonido del acordeón// podrá caer, mudar a verde,/ ser/ una lámina opaca,/ ya nada me molesta en su interior". En el segundo cuaderno, el de Vieira da Silva, los poemas se espesan, se hacen más complejos y, valga la expresión, más textuales. También más ilógicos: la reflexión sobre el cosmos interior y exterior de la pintora se funda antes en una palabra que persigue sus sombras, sus honduras, que en una representación verbal de lo pintado, aunque esto nunca deje de enmarcar sensualmente el discurso. Se me antoja muy importante esa presencia constante de lo interior y exterior, que también está en el cuaderno de Münter, como si los poemas reflejaran el trasvase constante entre la subjetividad de las artistas y su formalización gráfica, como si los versos fueron penumbras -o claridades- arrancadas de las simas de una conciencia zarandeada por el exilio y la pasión. En el cuaderno de Maria Helena Vieira da Silva -muchas de cuyas composiciones estructuran asimismo las anáforas-, la contemplación, la incisión de la mirada, se convierte en pensamiento, en incisión de la inteligencia. Los colores cobran tintes filosóficos y, como llevados por este fluir menos instantáneo y más expositivo, abandonan por momentos la disposición versal y abrazan el poema en prosa, donde se deshilan -o enmarañan- en sutiles meditaciones sobre la naturaleza del yo y el ardor de la conciencia. Algunos poemas son óleos quietos; otros se abandonan a un fluir enumerativo, como un breve trajín de lava; así, el excelente "Como las moscas atravesadas por un alfiler...". Transcribo el primero de este segundo cuaderno:
Es muy misterioso. Nuestra vida fue una vida maravillosa.
VIEIRA DA SILVA
Dormir en un abrazo, ser el silencio
impertinente del arca de Pessoa,
la resaca del perdedor, la tela
inflamable de la hidra y del eco.
Dormir, si fuera posible,
si descansar, si la paz fuera posible,
si morir o callar fuera posible,
si la piedra fuera láudano
para mis ojos,
si la vecindad del odio fuera solo eccema
e hipertensión,
si el silencio no se oyera, si fuera posible
no oírlo.
Si el dodecafonismo no me perturbara así.
Es muy misterioso. Nuestra vida fue una vida maravillosa.
VIEIRA DA SILVA
Dormir en un abrazo, ser el silencio
impertinente del arca de Pessoa,
la resaca del perdedor, la tela
inflamable de la hidra y del eco.
Dormir, si fuera posible,
si descansar, si la paz fuera posible,
si morir o callar fuera posible,
si la piedra fuera láudano
para mis ojos,
si la vecindad del odio fuera solo eccema
e hipertensión,
si el silencio no se oyera, si fuera posible
no oírlo.
Si el dodecafonismo no me perturbara así.
Muchísimas gracias, Eduardo! Frecuentar tu blog... y volver a aparecer en él. Feliz acontecimiento!
ResponderEliminarDe nada, Agustín. Ha sido un placer leer y reseñar tu libro. Espero no haber dicho demasiadas tonterías.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Eduardo , has conseguido que tenga ganas de salir corriendo a comprar el libro y pedirte que me digas, cuánto te tengo que pagar por hacerme vivir , sumergirme totalmente , con tu reseña , en toda la esencia del libro , seguro . Jordi Doce , te hizo un prólogo de lujo en tu antología , tú , has hecho una reseña que invita , ilusiona a posibles lectores a desterrar toda duda y vayan con ilusión y ganas a comprarlo . Eres un mago , haces magia con las palabras.Rezo para que el libro esté a la altura de tu reseña. Abrazos , muchos .
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras y, sobre todo, por tu entusiasmo, querida Blanca, pero exageras: el libro es muy superior a mi modesta reseña. En lo que tienes toda la razón es en que Jordi Doce hizo un prólogo estupendo para El corazón, la nada: estoy muy orgulloso de que ese trabajo acompañe a mi poesía, pero más aún de que uno y otro tengan tan buenos lectores como tú.
EliminarUn montón de besos.