miércoles, 28 de enero de 2015

Las revistas literarias

Me entero, por un artículo de Guillermo Busutil en La opinión de Málaga, de que cierra, o va a cerrar, la revista Qué leer. Otra víctima de la crisis, supongo. Recuerdo que Qué leer nació con la pretensión de ser el medio cultural más abierto al gran público, aunque "gran público" en un país como España, en el que más de la mitad de la población confiesa no leer nunca un libro (y un porcentaje alto de los que sí leen solo lee alguno de vez en cuando), sea un oxímoron irremediable. Pero su intención era saludable y, al menos durante algunos años, ha funcionado bien. A mí, en realidad, me gustaba poco: su misma razón de ser, esa voluntad de llegar a cuantos más lectores, mejor (que es, en el fondo, lo que queremos todos), le hacía prestar una atención desmedida a los géneros mayoritarios, es decir, a la novela y el relato, y desdeñar, hasta la insignificancia, a los que no lo eran: ensayo, poesía y teatro, que son los que más me interesan a mí. Con bastante mala baba, alguien dijo que Qué leer debería haberse titulado Lecturas. De la poesía se encargaba mi buen amigo Enrique Villagrasa, que hacía lo que podía en una espacio tan exiguo como lateral. A mí nunca me dedicó demasiada atención, ni como poeta ni como traductor o crítico de poesía, pero no se lo tengo en cuenta: su margen de actuación era muy escaso y los criterios editoriales mandaban. A pesar de estos peros, lamento la desaparición de la revista. Una pérdida cultural es siempre una pérdida grave, y estoy seguro de que a mucha gente Qué leer le era útil para descubrir libros, para interesarse por autores, para seguir curiosa y activa, en definitiva, en un mundo que nos permite salir cada día un poco del barro de la realidad. Las revistas literarias han tenido una gran importancia en la configuración de la literatura del siglo XX, y, en las literaturas anglosajonas, una importancia capital: La tierra baldía, nada menos, se publicó en una, The Criterion, dirigida por el propio Eliot, en 1922. Muchas, muchísimas, han sido saltarinas o fugaces: se creaban para recoger un impulso, una ilusión, un hallazgo, y desaparecían, engullidas por el tiempo, o desbaratadas por las rencillas, o quebradas. Sin embargo, ya habían dejado su poso: una aportación, infinitesimal acaso pero cierta, al flujo indetenible de la palabra; ya habían iluminado, con un brevísimo fogonazo, una parcela del firmamento de la literatura, y todos esos fogonazos, juntos, conformaban una luminosidad multitudinaria, llena de recovecos y descubrimientos. Algunas, en mi caso, y estoy seguro de que en el de muchos, me han acompañado siempre, con provecho. Quimera, por ejemplo, siempre ha estado ahí. Mis padres tuvieron, a finales de los 70, una papelería-librería en el barrio de El Clot, en Barcelona, y aún recuerdo a mi madre hablándome de la revista: "Nos llega, pero se vende poco". Ah, la frase implacable: se vende poco. Parece una maldición bíblica, un mantra histórico. Quién me iba a decir entonces que acabaría colaborando con ella. Se sigue vendiendo poco, por desgracia, aunque no tan poco como antes, pero ha recuperado el prestigio crítico que tuvo durante muchos años. El panorama de las revistas literarias en España es tan diverso como el de los libros. Sigue habiendo algunas que parecen hechas en los años 40: su formato y, ay, sus criterios, cuando los tienen, reproducen los esquemas ceremoniosos de las publicaciones antiguas, con colaboradores provinciales, reseñas atentas a colecciones ínfimas e ilustraciones paleolíticas. Y se me antoja milagroso que sobrevivan, aunque quizá su propio localismo las preserve. Otras persiguen la modernidad, aunque deslavazadamente, sin orientación definida, un poco a salto de mata, con escaso rigor técnico. Otras, en fin, perviven en ámbitos académicos o administrativos, cobijadas en presupuestos menguantes, siempre sometidos al peligro de que un político más austero que ninguno decida que la cultura es prescindible: que hay cosas mucho más útiles en que gastar el dinero público que los versos y los relatos de la gente y sus opiniones sobre los libros de otra gente. Pero en este conjunto heterogéneo de medios no solo se producen bajas, sino también altas. Hay que celebrar, por ejemplo, la reciente inauguración de Noches Áticas por parte de otro buen amigo, el gran Juan Manuel Macías (fundador y director de Cuaderno Ático, la publicación de creación literaria que Noches Áticas, dedicada a la crítica literaria y cinematográfica, prolonga y complementa), y Anna Montes Espejo, de Tarragona, a quien tuve el placer de conocer hace algunos meses, en una lectura que hice en su ciudad. Cercedilla y Tarragona: un binomio insólito para sustentar un proyecto prometedor. Pero es de observar, claro, que Noches Áticas aparece como publicación digital, al igual que casi todas las revistas que saltan al mercado. La publicación en Internet va a sustituir, no sé si totalmente, pero sí en muy buena medida (como va a pasar con el libro), a las revistas tradicionales en papel. Los costes de unos y otras no pueden competir: la publicación en papel es compleja y carísima, y la digital se hace por cuatro duros y con apenas unos golpes de ratón. Aunque tampoco puede competir el acercamiento, es decir, el tipo de lectura, que cada una suscita: la revista en papel genera un acercamiento objetual, demorado, y, probablemente, una comprensión más honda; la digital, un picoteo nervioso, una lectura desapegada y a menudo en diagonal. No obstante, bienvenidas sean todas las iniciativas que multipliquen las posibilidades de acceder a la literatura, y bienvenido sea Internet en este ámbito, como en todos. Muchas revistas de toda la vida se están adaptando al mundo cibernético. Cuadernos Hispanoamericanos, uno de nuestros mejores títulos, por ejemplo, ha roto el monopolio de la celulosa y acaba de tirar una versión digital que se puede consultar al mismo tiempo que circula la versión en papel. También Turia, otro clásico, se ha digitalizado, sin renunciar a la revista tradicional. Y El Cuaderno, uno de los mejores suplementos culturales del país, hecho con modestia pero con tenacidad en Asturias, circula por Internet, pero mantiene igualmente el formato en papel. Los blogs, en fin, han venido a cubrir una parte del trabajo que antes hacían en exclusiva las revistas. Muchos críticos han abierto bitácortas en la que cuelgan los trabajos que antes les habrían ofrecido a ellas. El mundo de la crítica ha eclosionado en Internet, y está bien que sea así, aunque nunca haya que renunciar al criterio propio en la selección de lo leído: igual que muchas publicaciones tienen en nómina a reseñadores nefastos, estos también existen -y aún más, por carecer de todo control, salvo el suyo propio- en la Red. Las revistas, los fanzines, las páginas web, los blogs, nos seguirán acompañando a los letraheridos, por fortuna, durante mucho tiempo. Habrá muertes y nacimientos, recortes y reconversiones, empeoramientos y mejoras: todo eso que nos zumba alrededor en la constante brega de la lectura y que, acaso, de vez en cuando, nos otorga la felicidad de un hallazgo dichoso, de un encuentro afortunado, de una voz de la que ya no podremos apartarnos. 

2 comentarios:

  1. Una pena, ciertamente. Espero que con el tiempo lleguemos a tener en internet algo así como "sitios culturales de referencia". De momento, lo que hay es sólo un maremagnum en el que es más fácil perderse que encontrarse.
    Un saludo

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  2. Me informa un corresponsal y lector de que Qué leer no cierra todavía. Al parecer, solo han reestructurado al equipo directivo (es decir, despedido a sus antiguos responsables y contratado a otros nuevos...). Me alegro; creo que debemos alegrarnos. Pero sí, Jesús, tienes razón: internet es un caos indigerible. Aunque no muy distinto del mundo mismo.

    Gracias por tu mensaje, y un saludo cordial.

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