martes, 31 de diciembre de 2013

Recibo libros

A partir de un cierto momento, desde que, digamos, se consolida la presencia de uno en el mundo literario -como  poeta, como traductor y, sobre todo, como crítico-, los libros comienzan a afluir con regularidad al buzón. Recuerdo la última vez que estuve en casa de Antonio Gamoneda: el hombre me enseñó, desalentado, un habitación llena de libros. Estaban por todas partes: en el suelo, en los rincones, encima de una mesa enorme. Había centenares. "Y estos son solo", precisó Antonio, "los que he recibido el último mes". Yo hacía tiempo que no le enviaba nada por correo, porque intuía el atropello, y aquella visión abrumadora me ratificó en mi decisión: no quería contribuir a su agobio, pero tampoco que mi libro pasara inadvertido en semejante catarata de celulosa. Yo no soy Gamoneda, claro, y, por lo tanto, no recibo cientos de libros al mes. Sin embargo, algunos llegan, siempre llegan. Al regreso de mi periplo por las Españas, me encuentro con cuatro poemarios esperándome en casa. El primero, Madera, publicado por Polibea, es de un autor de Sabadell, Sergi Gros (en su ciudad hay, por cierto, un muy activo grupo de poetas en catalán y castellano, articulados en torno a las colecciones de Els papers de Versàlia; uno de ellos es un buen amigo, Esteban Martínez), que ha conseguido para su libro un singular frontispicio de, precisamente, Antonio Gamoneda, en el que el autor de Descripción de la mentira teje una salutación poética, mezclando sus propios versos con algunos del volumen prologado, en cursiva, y rematándola con uno, entrecomillado, de Canción errónea: "Cabe, incluso, que nuestras antorchas hayan/ congregado a los peces./ Ahora, con las manos huérfanas del cuchillo,/ distinguimos apenas el metal y la llaga. Lo demás es olvido./ El destino no existe y la muerte es un vano/ suceso natural. Simplemente,/ se ha acabado el camino. Eso es todo. Nos queda/ "madera enloquecida, sí, madera solo". El segundo libro es Luna muerta, de Teresa Domingo, una poeta y dramaturga de Tarragona (donde también hay un grupo muy notable de escritores amigos, en castellano -Ramón García Mateos, Juan López-Carrillo- y en catalán y castellano -Alfredo Gavín-). Se trata de un sonetario sobre el motivo de la sangre y sus ciclos vitales, inspirado por Juan Eduardo Cirlot: cada soneto es precedido por un verso suyo. El libro, que cuenta también con las ilustraciones de David Zarza González, es un ejercicio de cosmopolitismo: lo ha publicado Latin Heritage Foundation, con sede en Washington, e Iván Díaz Sancho, otro poeta tarraconense, ha redactado el prólogo en Kyoto, bajo la advocación de un epígrafe de Oppiano Licario, de Lezama Lima. Este es el soneto inaugural de Luna muerta: "Mi bóveda de acero consumido/ es masa de alma, espíritu desierto,/ y desciende y camina como un muerto/ el oscuro fulgor de lo no sido.// Es aquella que me ama desde el cielo/ con un odio tan fiero y derrotado/ que ennegrece la furia del soldado/ y agoniza en los rayos de su vuelo.// Madre luna, el licántropo te pide/ un ramo de blancura con un lirio/ que en la nieve y el ángel se refleja.// La negrura en su lecho se decide/ a mecer la locura y el delirio/ de una luz envolvente que se aleja". Otra mujer, Pilar Blanco, una poeta de ya larga y distinguida trayectoria, nacida en El Bierzo, como Juan Carlos Mestre, pero residente en Alicante, me envía su aliterativo Alas los labios, publicado por Olcades, cuya colección de poesía dirige mi buen amigo Angel Luis Luján Atienza. Transcribo el poema "El filo de la espada": "Como con una espina sutilísima/ o el dardo que lanzaron en trayecto de siglos/ quienes me precedieron en una misma angustia,/ en similar pulsión,/ me atraviesa el lenguaje y me hace humana,/ de su dolor asida,/ del agua turbulenta de mi voz y sus células". Por último, Manuel Montobbio me regala Mundo. Una geografía poética, su poesía completa, publicada por Icaria, a la que hay que sumar su también recientemente publicado Guía poética de Albania. Mi relación con Manuel es anterior a su ingreso en el proceloso mundo -y nunca mejor dicho- de la poesía: fuimos compañeros de carrera en la Universidad de Barcelona; ambos estudiamos Derecho entre 1980 y 1985. Fuimos compañeros y también adversarios: los dos queríamos ser delegados de clase en segundo curso, pero ganó él, por fortuna para el resto de los estudiantes. Manuel se hizo diplomático después y ha ocupado, con brillantez, diversos puestos de representación, tanto en España como en el extranjero. El conocimiento de otros países y otras realidades le ha proporcionado muchas de las experiencias que ha trasladado, en una paciente labor de decantación estética, a su poesía, así como muchas de las ideas que ha desarrollado en su también brillante labor ensayística. El resultado es Mundo, un libro vasto, sutilmente trabado, intensamente humano, viajero y, a la vez, entrañado. Así dice "Poetas que escriban poemas": "Pido poetas que escriban poemas/ de vida/ de cada día/ poemas como cadenas/ de libertad/ poemas como trincheras/ de ilusión/ en los campos de la desidia/ poemas para cambiar el mundo/ y hacerlo nacer/ de nuevo/ hermoso/ a golpes de sonrisa/ y de ensueño/ poemas como disparos de vida/ contra tu corazón/ para hacerlo latir/ de esperanza/ poetas que sean tan solo/ hombres/ de a pie/ poetas pequeños y poca cosa/ que solo sepan hacer de la vida/ poesía". Entre todos han conseguido que no me falte lectura estos días. Y yo se lo agradezco de corazón.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias Eduardo por tu lectura, atenta y amable, como eres tú. Un beso fuerte desde Tarragona.

    ResponderEliminar
  2. Otro para ti, querida Teresa, y feliz 2014.

    ResponderEliminar