martes, 25 de febrero de 2014

En defensa de Abelardo (segundo capítulo, y último)

José Cereijo persiste en su defensa del editor Linares y, como yo siempre he tenido a bien que la gente defienda a sus amigos y que se exprese en mi blog si se identifica y lo hace educadamente, aunque sea para exponer ideas de las que discrepe, recojo de nuevo sus opiniones. Dice Cereijo:

Gracias, en primer lugar, por recoger y publicar mi comentario, y por no haber utilizado en su respuesta el tono y el lenguaje que utilizaba en la dirigida a Abelardo Linares. O casi; porque me parece que le cuesta algo vencer la proclividad a dichos tono y lenguaje. Es cierto que empieza calificándome de amigo, y luego de defensor, de AL, lo cual es enteramente cierto y nada tengo, en consecuencia, que objetar a ello. Pero se le desliza también un "acólito", término que el DRAE define como equivalente a "satélite", y éste como, copio, "Persona o cosa que depende de otra y está sometida a su influencia". Tan poco cierto es eso, que mi comentario fue hecho sin que Abelardo Linares tuviera de ello ninguna noticia, y sin que hasta el momento en que escribo esto se haya dirigido a mí, ni en público ni en privado, para comentarme nada a su respecto. Soy yo, libremente, el único responsable de él, sin dependencia o influencia de nadie.

Dice también, refiriéndose a su propio juicio sobre la poesía de Abelardo, que "quién soy yo para universalizar mis preferencias estéticas". Muy sensatas palabras que ya había desmentido con los hechos en su primer texto, al decir que se trata de "un poeta nauseabundo", adjetivo que repite ahora. No aclara al hacerlo que se trate sólo de una opinión suya, y discutible como tal. Si eso no es "universalizar sus preferencias estéticas", a mí, al menos, sí me lo parece.

(Un detalle menor: al hablar de un libro, yo no me refería con ese término a su artículo -que en efecto no lo es-, sino al libro de González Ruano objeto de la discusión, y que como allí decía, no he leído.) 

No cita usted, respecto a la nota de Abelardo Linares, otros errores de expresión que el utilizar el término "llamar" en lugar de "titular", refiriéndose a un libro, y la presencia de una tilde incorrecta en "aun". En un texto de Jorge Luis Borges que puede ver en el enlace que pongo al final del párrafo, y en el que habla acerca de sus cuentos, dice de "El libro de arena" que (copio) "Lo llamé El libro de arena porque consta de un número infinito de páginas". Se lo pongo como ejemplo de que la utilización de "llamar" como equivalente a "titular" no es sólo un desliz de AL. Y recalco lo del "desliz": que la falta de una tilde y el uso de un sinónimo menos dudoso de lo que a usted le parece le basten para afirmar que "sabe tanto de correcto castellano como un bantú sordomudo" o que "es como si un médico tomara un bisturí por un escalpelo o un fonendo por una gasa compresiva", es cosa sobre la que invito a reflexionar a quien lea. Diré sólo que el que en una operación un médico cometiera esos errores que dice sería sin duda motivo bastante para denunciarle, y para procesarle también. Si acentuar indebidamente una palabra, o utilizar un sinónimo que Borges también utiliza, lo fueran igualmente, al menos "en el caso de un editor", me temo que no habría editor ya no en España, sino en el mundo, al que no hubieran caído encima multitud de procesos. Ése suyo no es un lenguaje objetivo; es, como decía en mi primera nota, un lenguaje airado, que los hechos desde luego no justifican. (Éste es el enlace a que me refería: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/borges2.htm ).

Termino: hubiese podido tener razón si en su respuesta a Abelardo empleara un tono semejante al que emplea conmigo (dejando aparte los errores en que incurre, de los que aquí he señalado algunos, pero que de por sí no descalifican a nadie: todos los cometemos, y yo también). Pero el responder a una nota en la que Abelardo no se sirve para criticar su trabajo (equivocadamente o no) de otra cosa que de un tono irónico, en los términos en los que lo hace, insisto en opinar que no le descalifica a él, sino a usted mismo. Dicho de otra manera: no basta tener razón, hay que procurar además no perderla por el camino. Y eso es lo que, me temo, le ocurre a usted: que, incluso admitiendo que pudiera tener razón en los hechos escuetos que expone, la pierde claramente, en mi opinión, al hacerlo en los términos en los que lo hace.

Celebro, en primer lugar, que la discusión parezca haberse reducido ya a una cuestión de tono. Salvo las observaciones que hace Cereijo en pro de la pericia gramatical del editor Linares -apabullante, como sabemos-, no hay debate -en realidad, lo ha habido nunca- sobre las cuestiones de fondo: los supuestos errores de mi trabajo sobre González-Ruano (que deberían ser el centro, en mi opinión, de cualquier debate filológico serio, si lo que se pretende, claro, es tener un debate filológico serio y no aprovechar un pretexto nimio para intentar ridiculizar a la persona y amojonar -y amojamar- un imaginario patrimonio intelectual) y la iniciativa tan jactanciosa como desafortunada del editor Linares al dirigirse a mi blog en los términos en que lo hizo. 

Cereijo señala, de nuevo en el asunto del tono, mi "proclividad al tono y al lenguaje que utilizaba en la [respuesta] dirigida" al editor Linares. Bien, todos tenemos proclividades: el editor Linares es proclive al sarcasmo superfluo y al desaire innecesario (yo le he oído unos cuantos en intervenciones públicas); Cereijo lo es al tono admonitorio, con un deje de superioridad moral, y a la defensa cerrada del editor Linares, que, en este caso, es su editor Linares. Y ambos son proclives a eludir las discusiones de fondo. Así son las cosas y así somos las personas. Pero nuestras proclividades no invalidan nuestros argumentos ni nuestras razones éticas, y habrá que analizar estos antes que aquellas. Subrayo, por otra parte, la pertinencia del calificativo "acólito", que a Cereijo le parece inadecuado, aplicado a él. Para "estar sometido a la influencia de alguien" no hay que obedecer expresamente las órdenes o las indicaciones de ese alguien: basta que tenga sobre uno la ascendencia que otorga, por ejemplo, publicar sus libros. Si, además -como es, según confesión propia, el editor Linares a los ojos de Cereijo-, se trata de una persona risueña, cultísima y encantadora, que le arrebata a uno con su hechizo personal, el acolitismo queda perfectamente explicado. 

A Cereijo le llama la atención la supuesta contradicción que hay entre preguntar "quién soy yo para universalizar mis preferencias estéticas" y que considere "nauseabunda" la poesía del editor Linares, y lo más divertido es que "no [aclare] al hacerlo que sea una opinión" mía: como si uno tuviese que especificar, a cada juicio de valor que formule, que ese juicio de valor es suyo. Tampoco parece Cereijo demasiado avezado en ironías (aunque comprenda muy bien, y disculpe enteramente, las del editor Linares): me parece evidente que la hay en "quién soy yo para universalizar mis preferencias estéticas". Con fatiga, una vez más, aclaro que uno no pretende -ni puede, por fortuna- imponer a nadie su visión de la poesía, ni sus gustos particulares, pero que tampoco nadie puede, por fortuna, impedir que los exponga libremente. Lo repito, pues: la poesía del editor Linares es pasmosamente mala; más aún, es fétida. Y cuando digo "es", hay que entender -a Cereijo esto le parece importante puntualizarlo- que es para mí, porque ni soy oráculo, ni dictador, ni criatura divina: solo soy un tipo que lee y escribe, y que, desde hace unos meses, mantiene un blog. En cualquier caso, entiendo que a Cereijo le preocupe el asunto de la "universalización estética", porque, en el entorno del editor Linares, eso es algo que se practica con denuedo: la categorización que el editor Linares y sus acólitos hacen de la poesía que no les gusta deja mis opiniones sobre la suya en inofensivos balbuceos. Pero, de nuevo, como en el asunto de la ironía, uno ve monstruosidades en los demás que en uno solo son menudencias. 

En cuanto a la brillantez gramatical y ortográfica del editor Linares, que ocupa el grueso de esta segunda intervención de Cereijo, baste decir que no me parece poca cosa que, en un texto de unas pocas líneas (porque el resto de su mensaje era transcripción de palabras mías), un editor pretendidamente versado en letras incluya una admiración incomprensible, un término equivocado (que lo sigue siendo aunque lo utilice Borges), una tilde indebida y varios errores de puntuación que no señalé para no alargar una respuesta demasiado larga ya, pero que con mucho gusto le indicaré a Cereijo si él no los ha advertido y desea localizarlos. Sobre todo, me importa subrayar -como he hecho ya, aunque a Cereijo le cueste reconocerlo- que, para valorarlas en su justa medida, todas esas pifias hay que ponerlas en relación con la finalidad del texto, a fin de saber, precisamente, si son pifias por negligencia, como en el caso del editor Linares, o usos deliberados, por literarios, con algún sentido superior o específico. Así se explica, por ejemplo, que Borges no titule El libro de arena, sino que lo llame: conociendo su relación tan intensa con la palabra, no me parece extraño que personalice los frutos de su creación. Por lo demás, Borges no utiliza el término en el mismo contexto que lo hizo el editor Linares: aquel compone un relato o un ensayo; este le lee la cartilla, o pretende hacerlo, a un colega escritor. Y reitero lo obvio: si tu soberbia te lleva a creerte con la autoridad intelectual y moral suficiente como para dar lecciones a alguien, hay que demostrarlo con el ejemplo. De otro modo, como en el caso del editor Linares, solo aleccionarás sobre tu ineptitud. 

Lo más enternecedor de este segundo mensaje de Cereijo consta en el párrafo final: "el responder a una nota en la que Abelardo no se sirve para criticar su trabajo (equivocadamente o no) de otra cosa que de un tono irónico, en los términos en los que lo hace, insisto en opinar que no le descalifica a él, sino a usted mismo". Volvemos al asunto del tono, y observamos que, para Cereijo, el del editor Linares es poca cosa, apenas una ironía sin importancia, mientras que el mío es una barbaridad descomunal. Si Cereijo quiere tener la razón a la que infructuosamente aspira, debería empezar por admitir que lo que es una barbaridad es que alguien se dirija, voluntariamente y sin provocación previa, a un colega al que no conoce de nada para reprocharle algo en los términos en que lo hizo, y que, ante el silencio momentáneo de este, lo califique de cobarde y le inste a divulgar en su propio blog sus zafiedades y desvaríos, bajo la amenaza de denunciar su cobardía donde crea conveniente. A mí me parece que, para tonos inapropiados, este. Y que la razón está perdida de antemano -como bien dice, en esta ocasión, Cereijo- cuando se utilizan tenores de este jaez, y también cuando se defienden sin admitir su error, como hace Cereijo. Si uno quiere tonos adecuados, preocúpese, en primer lugar, por que lo sean los suyos. 

Y basta ya. Creo haberle dedicado a este asunto mucho más espacio en mi blog del que merece un personaje como el editor Linares. Lo doy por cerrado, y comunico a mi interlocutor Cereijo y a los lectores de esta bitácora que no voy a contestar más comentarios o correos sobre el particular. Creo que, al menos los segundos, me lo agradecerán.

4 comentarios:

  1. La justicia no existe: existe nuestro gusto y nuestro humor. Lo que tiene que hacer el crítico es formarse un gusto y controlar su humor.

    Bueno, lo dijo Jules Renard!

    Un abrazo

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    1. Renard tenía razón, como casi siempre, Amelia. Aunque la justicia sí existe.

      Un beso.

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  2. Y visto lo visto (y lo leído), y si si ponen entre paréntesis los egos (antes de que la Parca haga lo propio: ese horizonte que debería convertir toda humareda en humorada), ¿no viene también a cuento el verso 139 de la Epístola a los Pisones, de Horacio: Parturient montes; nascetur ridiculus mus. Aunque no faltará quien aproveche la sugerencia literal para lanzar un nuevo órdago. El artículo sobre Ruano es interesante, bien documentado, de amplia perspectiva, con un buen perfil del personaje (no solo de su poesía); un escrito propio del nuevo rumbo que parece haber emprendido Cuadernos Hispanoamericanos, no solo en el aspecto formal. Lo leí antes de seguir (parcialmente) esta trifulca. Y la trifulca no ha cambiado mi opinión. Aunque sí ha añadido una línea más a la crónica de las guerras carpetovetónicas. Sonrían por favor (si les apetece, claro).

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  3. La cita de Horacio es muy adecuada, Alfredo: no me ofende, ni lacera mi ego. El ego es algo muy pesado de sobrellevar. El mío, tras más de medio siglo de convivencia conmigo, ya ha aprendido a moderarse con los moderados, aunque todavía se engalla con los gallitos, sobre todo si son gallos ineptos. Gracias por tus observaciones sobre mi artículo sobre Ruano: me alegro de que te haya gustado. Te mando una sonrisa y un abrazo.

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