lunes, 28 de abril de 2014

El lento proceso de José Luis Cancho

No conozco a José Luis Cancho. Nunca nos hemos visto en persona. Entré en contacto con él, por carta -entonces todavía se escribían cartas-, hace bastantes años, cuando publicó el primero de los dos libros que vieron la luz en DVD ediciones: Grietas, en 2001, e Indicios, en 2004. No recuerdo cuáles fueron las circunstancias de esos primeros intercambios, pero supongo que Sergio Gaspar, el editor de DVD, tuvo mucho que ver con ellos. Sergio animaba a que los escritores nos leyésemos unos a otros -cosa que hacemos mucho menos de lo que podría creerse- y, más aún, a que nos relacionáramos. José Luis Cancho me pareció, desde el principio de nuestra correspondencia, un hombre inteligente, sensible y entrañable. Sus cartas eran pulcras y amabilísimas, y revelaban a una persona genuinamente entregada a la causa de la literatura. Estuvimos intercambiando mensajes y libros durante varios años, hasta que el contacto se espació y, finalmente, desapareció. Ello no fue fruto de ningún desencuentro, sino solo de la distancia, que ahoga las amistades mejor constituidas, y del caminar distinto, que a unos nos lleva, por ejemplo, a establecernos en Inglaterra, y a otros, a entrar en un periodo de silencio literario, que se proyecta también en la comunicación personal. Por eso me alegró mucho recibir un correo electrónico hace unos días de José Luis, en el que me decía que había sabido de mi traslado por Sergio, que había empezado a leer mi blog, y que le apetecía retormar el contacto y enviarme un nuevo libro suyo. Le di mi dirección postal y, al cabo de setenta y dos horas, ya tenía su última novela en el buzón. Se titula Lento proceso, un título que resulta especialmente adecuado para nuestra relación, que obedece al lento proceso de las buenas amistades, con sus remansos y sus aceleraciones, con sus veladuras y sus renacimientos, siempre fluyendo de forma natural, aunque esa naturalidad implique largos silencios. Recuerdo Grietas e Indicios como dos buenos libros, sobrios y pulimentados, como es, también, su autor. Lento proceso, recién publicado por la joven editorial Papeles Mínimos, de Madrid, abunda en una literatura astringente, atenta al detalle, trabada con cuidado, recorrida por ritmos discretos y sumida en atmósferas sutilmente opresivas. Dos son los asuntos de esta novela corta, si es que no es uno solo: la contemplación y la creación poética. Un escritor que lleva tres años de sequía creativa se recluye en un hotel de Málaga, cerrado al público -un planteamiento que recuerda al de El resplandor, la excelente película de Kubrick, aunque carece, por fortuna, de su dimensión terrorífica-, para escribir, y allí conoce a varias mujeres, con las que mantiene relaciones de distinta naturaleza: desde la compañía silenciosa de Carmen, una barcelonesa madura, hasta la seducción y la copulación violenta con Julia, la hija adolescente del dueño del hotel. De hecho, las mujeres constituyen otro hilo conductor de la novela: el protagonista no solo narra sus encuentros con Carmen y Julia, sino que recuerda sus amores o sus fracasos con otras, como Rosa, Andrea y Adriana, se muestra interesado por la dueña de la pensión en la que se hospeda en un pueblo del que ni siquiera sabe el nombre, y describe su relación con su madre, y la muerte de esta, en el último capítulo del libro. José Luis es un escritor de mujeres, aunque no para mujeres: su literatura es masculina. De Lento proceso me ha interesado sobre todo su atmósfera ralentizada, la espesura de los ambientes descritos, el deliberado torpor y, a la vez, la nitidez con la que se describe el estar del protagonista en el mundo: desnudo, pobre, observando, sin otra pretensión que escribir. Es, como digo, una novela de la contemplación: del mar que se ve desde el hotel cerrado o junto al que se pasea por la ciudad; de los paisajes que atraviesan autobuses tan lentos como el nacimiento de una novela; de los gestos, y las miradas, y los cuerpos, de las mujeres deseadas. Una contemplación de cosas que ya no suscitan otro anhelo que el de gozar de su propio ser: que no conducen a nada, ni a nada mejor, más allá de sí mismas. Hacia el final de la novela, Cancho escribe: "Si no fuese por la amenaza de desahucio que pende sobre mi cabeza y porque mis ahorros se están evaporando (...), diría que el momento es perfecto: la primavera se encuentra en su máximo esplendor y yo dispongo de todo el tiempo del mundo para entregarme a lo que más me agrada: contemplar el paso de las horas, hojear libros, sumar un nuevo párrafo a lo que estoy escribiendo y, por último, pasear junto al mar". Suscribo este plan de vida, y también una de las citas con las que Cancho encabeza la segunda parte del libro, "El regreso". Es de José Luis Pérez Álvarez, autor de una de las mejores novelas publicadas en España en las últimas dos décadas: Nemrod. Dice: "Aunque acaso la felicidad estribase en tener el valor indispensable para abandonar lo que nos aburre, un trabajo, un amor, un país".

3 comentarios:

  1. Me dan muchas ganas de leer la novela. Muchas ganas. Me encanta la expresión literatura masculina. El punto de vista de un hombre sobre las mujeres me parece muy, pero que muy interesante. Y que tú lo avales desde el punto de vista literario me termina de convencer. Un beso desde Tarragona.

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    1. Un beso para ti, Teresa. Y enhorabuena por tu próxima publicación en Los Papeles de Brighton.

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  2. Acabo de leerlo. En parte estoy de acuerdo con usted, es una novela corta e intensa. Me ha dejado descolocado el uso de los tiempos verbales usados por el escritor. Me han parecido caóticos, aunque, posiblemente, sea un problema mío y no un uso inadecuado de los mismos.

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