lunes, 2 de junio de 2014

Convulsiones emocionales

Con lo difíciles que son de ver en Gran Bretaña, ayer presencié dos. La primera, por la mañana, en un programa de subastas. Las subastas son comunes en este país, y los programas de subastas lo son en televisión. Todos los mediodías, por ejemplo, coinciden dos, en dos cadenas distintas. En ellos, una legión de señores y señoras ponen en venta los objetos más disparatados -algunos, indeciblemente feos-, que, no obstante, casi siempre encuentran alguien que los quiera. Es algo así como los poemas, y ojalá que fuera así también con las personas. En la emisión de ayer de uno de ellos, un anciano caballero había llevado a la sala un brazalete de oro, perteneciente a su difunta esposa. Cuando el anticuario y tasador con el que estaba negociando ya le había hecho una oferta, el caballero, que hasta entonces había mantenido una expresión impenetrable, es decir, normal, rompió a llorar. Fue una llanto británico, es decir, estoico, contenido, pero llanto al fin y al cabo. Tanto el anticuario como el presentador del programa -un individuo repulsivo, sexagenario con melena de veinteañero y corbatas fluorescentes, mecánicamente gracioso- acudieron a consolarlo y, sobre todo, a insistirle en que pensara bien si quería desprenderse del brazalete. ¿Qué lleva, realmente, a un viudo a poner en almoneda las joyas de su esposa? El hombre se retiró un momento a deliberar con una nieta, y luego volvió, sereno, pero con los ojos todavía enrojecidas. Entonces dijo, con voz temblorosa: "Nunca me imaginé que esto fuera tan difícil", y retiró el objeto de la subasta. El alivio fue general. 

Por la tarde, en el parque de Battersea, vi la pataleta de un niño. Era una rabieta terrible: de llantos descomunales, chillidos agudos, manoteos molinescos y zapatazos al aire. El niño luchaba como un apache por liberarse de las correas que lo ataban a la sillita. Todos los que hemos pasado por eso sabemos que controlar a un infante desencadenado es casi tan difícil como frenar una inundación. Podría discutirse, no obstante, si el enfado de un niño encaja en el concepto de convulsión emocional, o es más bien un rasgo propio de su naturaleza, una consecuencia previsible de su sociabilidad todavía inmadura. Yo, en el caso de los niños británicos, mantengo que sí es un acto de convulsión. Los niños británicos no gimotean, no aúllan, no montan zapatiestas. Los niños británicos aprenden a ser comedidos y estoicos como sus mayores, y, si no lo hacen, son inexorablemente reprendidos. Cuando, por ejemplo, un niño británico se pilla un dedo con una puerta, apenas derrama una lágrima: se dirige -sin correr: correr es de mala educación- al adulto más cercano y le enseña el dedo machacado, para que el adulto se haga un juicio cabal de su estado y pueda decidir qué es lo más oportuno, si llamar a los padres del niño, en caso de que no lo sea él, o llevar al niño al dispensario u hospital que le corresponda administrativamente, para que reciba la atención médica pertinente. Cuando a un niño británico otro niño británico le quita un juguete en el parque, no profiere quejas, ni rompe a llorar, con profusión de hipidos, ni mucho menos le arrea un tortazo, como haría cualquier niño español, sino que se encomienda al juicio ecuánime de los mayores bajo cuya responsabilidad se encuentren tanto el niño robado como el niño ladrón, para discernir los motivos del robo y establecer, si corresponde, la forma adecuada de reparación. Cuando, en fin, un niño británico no quiere bañarse, y sus padres sí quieren que se bañe, el niño británico no protesta, no se esconde detrás del sofá o debajo de la cama, no se descompone como si fuesen a arrancarle las uñas con astillas de bambú, sino que se dirige melancólicamente al baño, manifestando enérgica e inexpresivamente su disconformidad, y se mete en el agua, en la que flotan barquitos de juguete y patos de goma, como quien se hunde en el Leteo. Por eso creo que el berrinche del niño de Battersea era una verdadera convulsión emocional: una fractura total -aunque most inappropriate- de las convenciones sociales, una insólita manifestación de los sentimientos más elementales, un gesto de vitalidad herida, un acto de rebeldía y de humanidad.

3 comentarios:

  1. Ennhorabuena por tu Antología!!
    Me gusta mucho el color del libro, y me encanta el título...(fue el primer libro tuyo que leí)

    Un Abrazo

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    1. Gracias, Amelia. Aunque ¿cómo te has enterado de la aparición de la antología, y del aspecto que tiene? Yo no he dado todavía noticia pública de ello. Solo he enviado un correo circular a algunos amigos para informarles de que se presenta el próximo jueves.

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