martes, 19 de mayo de 2015

Celan en Cáceres

La frase es extraña: Celan en Cáceres. Pero sí: Celan ha estado, muy presente, muy vivo, dos días en Cáceres. Allí nos hemos reunido, el 14 y el 15 de mayo, un gran grupo de estudiosos y/o admiradores (ambas condiciones no tienen por qué coincidir) del poeta rumano, para hablar de su obra y de su recepción en España, uno de los países en que, inverosímilmente, el autor de Amapola y memoria ha tenido una mayor influencia, gracias, en buena parte, al magisterio de José Ángel Valente, cuyas lecturas y traducciones (aunque fueran dobles: del inglés o del francés; Valente no sabía alemán) lo erigieron en referente obligado de casi toda la poesía no figurativa del país. Celan constituye un paradigma del drama vivido en la Europa del nazismo, la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento del comunismo. Judío nacido en Cernauti, una pequeña ciudad de la Bucovina, en Rumanía, convive desde niño con el antisemitismo y lo sufre horriblemente cuando los rusos, primero, y los nazis, después, ocupan la región y persiguen la eliminación de la comunidad hebrea. Encerrado en el gueto, Celan acopia los libros rusos que le ordenan los nazis, para ser quemados, pero traduce a escondidas los sonetos de Shakespeare, mal vertidos hasta entonces al alemán, y no deja de escribir poesía. En 1942 mueren sus padres, que han sido deportados a un campo de trabajo: el padre, de tifus, y la madre, de un tiro en la nuca. Celan sobrevive a la guerra en otro campo, rumano, y, al finalizar el conflicto, inicia un peregrinaje que le lleva a Cernauti, Bucarest, Viena y, finalmente, París, donde residirá hasta su muerte. Su vida en Francia tampoco será fácil: aislado de su comunidad hablante, pobre, desconocido y solo, penará la culpa de haber sobrevivido a sus padres y de escribir en la lengua de sus asesinos, sufrirá hasta el desquiciamiento las malignas acusaciones de plagio que hace Claire Goll, la viuda de Yvan Goll, un poeta que Celan había tratado y traducido al poco de establecerse en Francia, y entrará, en los 60, en una espiral de depresiones y desvaríos psiquiátricos, en la que intentará matarse a sí mismo y matar también a su mujer —con un cuchillo de cocina— e ingresará en varias clínicas mentales, donde se le aplica una terapia de electrochoques. Incapaz de sobreponerse a sus padecimientos, Celan se suicida la noche del 19 al 20 de abril de 1970 —macabramente, el 20 de abril es el aniversario de Adolf Hitler— arrojándose al Sena desde el puente Mirabeau. Encontraron su cuerpo, enredado en un meandro del río, diez días más tarde. En la mesa de trabajo del piso donde vivía, había una biografía de Hölderlin abierta por un pasaje subrayado: “A veces el genio se oscurece y se hunde en lo más amargo de su corazón”. Otra poeta suicida, Alejandra Pizarnik, también había vaticinado su fin, escribiendo estos versos en el pizarrón del cuarto donde la hallaron muerta: “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”. Mi ponencia, "Paul Celan: la soledad del suicida", trata de los rasgos y motivos de su poesía que prefiguran su suicidio. El origen de mi tesis se sitúa, precisamente, en el final de su vida: ¿A qué se enfrenta, qué ve ese Celan resuelto a acabar con sus días, siendo imposible saber, y ni siquiera conjeturar, qué piensa o qué siente? Ve la oscuridad —de la noche y del agua— y anticipa la caída que lo llevará a las profundidades, pero, a la vez, lo elevará hasta la redención. La muerte se plasma en ese eje de negrura y hundimiento, un eje que recorre estructuralmente su poesía, y que se acentúa, se engrosa, en su último tramo, cuando sus problemas psicológicos se agravan, y, especialmente, en los últimos años de esa década, desde La rosa de nadie, de 1963, hasta el póstumo Parte de nieve, de 1971. No es fácil, ni carente de riesgos, establecer una correspondencia, o siquiera una afinidad, entre el contenido de una obra y la resolución de una vida. Pero, en el caso de Celan, las coincidencias —o, digamos más bien, los ecos premonitorios— son, a mi juicio, sustanciales y numerosos. Ello no autoriza a sostener que, cuando Celan escribía sus poemas, con alusiones constantes a elementos que cabe reconocer, años después, en el hecho trágico de su suicidio, estuviera urdiéndolo o anunciándolo: su actividad era exclusivamente poética, y a esa condición lírica hay que atenerse. Sin embargo, esa malla de confluencias sí nos permite creer que las mismas pulsiones anímicas que lo condujeron a la autodestrucción alimentaban su creación y que, de una forma inconsciente, disponían trazos que se manifestarían en su muerte futura. Reconozco en su poesía la presencia constante y ominosa de la muerte, que se identifica a menudo con la noche y con el agua estancada, que es, según Gaston Bachelard, una de sus metáforas universales. La noción de caída es asimismo fundamental en la obra de Celan, aunque en esa caída subyazga siempre una elevación, o una lucha por elevarse: un eje vertical, un arriba y un abajo, por el que el ánimo del poeta no deja de desplazarse con angustia y esperanza, atraviesa toda su poesía. Pero el hundimiento en las profundidades está siempre presente en sus versos, y algunos tópicos objetivizan esa inclinación por lo hondo y oscuro, como el pozo y el abismo. También el muro —el muro sólido y el muro de las aguas— representa la infranqueabilidad del mundo y, a la vez, la esperanza de que haya otro lado, de que lo existente no visible nos redima del tormento que experimentamos. Por fin, el puente, que sobrevuela las aguas funerales y que permite asimismo el tránsito, ahora horizontal, para acceder a esa otra orilla de la realidad donde nos aguarda la liberación; un puente como el Mirabeau, desde el que Celan se mató, y que había llevado a un poema en el que recordaba el suicidio de su admirada Marina Tsvetáeva: “Del sillar / del puente, del que él rebotó / hacia la vida, en vuelo / de heridas —del / puente Mirabeau. / Donde el Oka no fluye. Et quels / amours!”. Para mi desgracia (y para la de quienes me escuchan), he de exponer todo cuanto antecede a las dos y media pasadas de la tarde, con casi dos horas de retraso con respecto al horario previsto, y con un público lógicamente exhausto y con ganas de comer. La razón del retraso es el desbarajuste horario con el que se está desarrollando el encuentro, al que contribuyen la facundia de ponentes y conferenciantes —que incumplen, casi sin salvedad, el plazo de exposición de que disponen: a alguno parece que no le permiten hablar en casa, porque aquí no deja de hacerlo, así se ponga el sol o cierren, literalmente, la universidad— y la excesiva moderación de los moderadores. Echo en falta un control anglosajón —o, mejor, prusiano, dado que hablamos de Celan— de la ronda de intervenciones: a quien supere los 20 o 45 minutos asignados, se le retira la palabra. Y también sería conveniente moderar los turnos de preguntas del público, que no pueden ser una divagación interminable ni un oligopolio de voces. Entre los participantes en el congreso hay de todo: gente sabia, gente modesta (esto sí suele ir unido: los verdaderamente sabios son siempre modestos), gárrulos, idiotas y friquis. De hecho, en todos los congresos hay friquis: los congresos son un imán para los friquis. En este encuentro a un catedrático omnipresente, especializado en convertir toda intervención en un autoelogio; a otro catedrático que ora como Castelar, entre tribunicio e inacallable, infinitamente consciente de su ciencia; a varios que saben poco de Celan, pero sí mucho de otros autores, o de otras materias, y a ellos dedican su intervención; a alguno que, en cambio, es experto en Celan y no duda en recordárnoslo a cada instante, y también en el desayuno, y la cena, y cuando coincidimos en los urinarios; a otros que lo que no saben es exponer en público, y se limitan a leer el texto que han preparado, sin despegar los ojos del papel, con monocordia eucarística; y a algunos más que, de toda tu conferencia, solo resaltan una palabra, para criticarla: "redención", por ejemplo, que juzgan excesiva para alguien que ha intentado asesinar a su mujer, o "traducción canónica", que no consideran pertinente, porque entienden que algo es canónico solo cuando así se ha elegido entre varias opciones, pero que en el caso de Celan no es adecuada, porque solo hay una traducción (cuando yo opino que el canon existe inevitablemente, y que, si solo hay una traducción, y mientras la comunidad cultural no decida aportar otras, esa es la canónica). Yo he salido cansado de este encuentro. Al estrés que sufre nuestra vanidad por la comparación constante con los otros, se han sumado algunas compañías estragantes y no pocos arañazos emocionales. Los congresos literarios son versiones intelectuales y jíbaras, por lo reducidas, pero también por lo canibalescas, de Gran Hermano. No son sanos: si duraran más, todos acabaríamos como en el nido del cuco. No puedo decir que no haya aprendido cosas, o que no haya sido agradable verme con los amigos, o que no haya intercambiado información profesional con otros escritores -acaso lo más importante de estas reuniones-, pero el saldo ha sido agridulce. Y, además, he perdido una camisa nueva en el hotel.

6 comentarios:

  1. Hubiera ayunado por haber podido estar allí y oírte, me conformo con leer tu maravillosa crónica. Sigue siendo un placer entrar en tu blog.

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    1. Gracias, África, como siempre. Pero te aseguro que el momento era de mucho cansancio y mucha hambre. Hay que organizarse mejor.

      Un beso.

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  2. Yo también, pero Celan, Pizarnik, los poetas suicidas a donde creen que van, van o es su rebelión para no ir. En la muerte no se es. Nada te llevas y puestos a dejar aqui lo material ni un equipaje de versos, Caronte, te dejará llevar.
    [Y cuando llegue el día del último vïaje,
    y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
    me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
    casi desnudo, como los hijos de la mar.]
    Afásico nudo silenciosamente ágrafo sin letras que llorar.

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    1. El índice de suicidios -y, en general, de enfermedades mentales- es más alto entre los escritores que entre cualquier otro gremio del que haya estadísticas. Algo tendrá que ver con una sensibilidad exacerbada y una inteligencia, quizá, por encima de la media. Yo, de momento, a Dios gracias, no estoy tentado. Pero nunca se sabe.

      Gracias por tu comentario, Alfredo, y un abrazo.

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  3. Jajaja. Lúcido como acostumbras, es de agradecer que hayas puesto negro sobre blancoesla sensación de academia-basura que suele acompañar a los congresos de humanidadesm cuando uno está sereno.

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    1. Los congresos, sobre todo cuando están muy poblados de invitados, como el de Cáceres sobre Celan, suelen resultar irregulares. Hay ponencias espléndidas, pero también muchas sin interés, mediocres o abiertamente plúmbeas. Son como los toros o las sesiones de la Academia: hay que pasar muchas horas de aburrimiento hasta dar con una buena faena.

      Un abrazo.

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