viernes, 13 de diciembre de 2013

Poesía catalana y poesía inglesa

Gracias, otra vez, a la hospitalidad de Jordi Larios, vuelvo hoy a la Universidad Queen Mary para hablar de la poesía catalana actual. Le he dado un título genérico a la sesión: "Nombres y tendencias". La ponencia, en realidad, será la versión hablada, y abreviada, de mi introducción de Medio siglo de oro. Antología de la poesía contemporánea en catalán, la selección que he preparado para el Fondo de Cultura Económica. No me gustaría que nadie hiciera una interpretación errónea del título, aunque, en los tiempos que corren, es una posibilidad que no se puede descartar. No es que, al decir medio siglo de oro, esté menospreciando a la literatura catalana, situándola por debajo del siglo -y hasta los siglos- de oro de la española. Me refiero al hecho de que mi compendio solo reúne a autores nacidos a partir de 1950, cuya existencia configura, precisamente, medio siglo de oro. Es, pues, una cuestión estrictamente cronológica, que no supone juicio o valoración (y, si lo supone, es favorable, porque mi prólogo se asienta en una pregunta para la que no he encontrado respuesta: ¿cómo es posible que, en un dominio lingüístico tan pequeño, que no tiene hoy más de 10 millones de hablantes, hayan surgido tantos buenos poetas en los últimos 150 años?). La charla se desarrolla con normalidad, aunque vuelvo a encontrar entre el distinguido público (así se dirigía casi siempre el gran Diego Jesús Jiménez a sus audiencias, porque, especificaba, "los distinguía a todos") a la misma estudiante somnolienta de ayer. Hoy parece algo más despierta, pero dedica la atención que le permite su vigilia al escrutinio de una tableta que mantiene debajo de la mesa; al final de la sesión, ya no aguanta más la incomodidad y la pone, formando un trípode, encima. Está bien así: que cada cual se dedique a lo que le interesa. Por mi parte, doy una visión panorámica de la evolución de la poesía en catalán hasta nuestros días, y concluyo leyendo poemas de algunos de mis antologados: Miquel Desclot, Maria-Mercè Marçal, Joan-Elies Adell, David Castillo. Luego, como no podía ser de otro modo, me voy a comer con Jordi.

Por la noche, sigo disfrutando de la poesía. La gente del servicio de Anatomía Patológica en el que trabaja Ángeles en el hospital ha organizado, como cada año, la cena de Navidad, y, como mi papel preferido en esta vida es el de cónyuge invitado -sobre todo, a reuniones de médicos: como no lo soy, no estoy obligado a dar conversación, y puedo, por lo tanto, dedicarme por entero a los langostinos-, me he sumado al evento. Soy el último en llegar al restaurante, y, cuando lo hago, los comensales ya están dispuestos a ambos lados de una larguísima mesa rectangular. Descubro entonces de algunas de las tradiciones navideñas británicas: las coronas de papel en la cabeza y los Christmas crackers, unos petardos de pega que esconden regalos. Pero los compañeros de Ángeles han tenido también un detalle ajeno a la tradición, según me dicen, en mi honor: cada uno ha elegido un poema que le gustase y han impreso con ellos una pequeña corona poética. El juego consiste ahora en que descubramos quién ha elegido cada una de las composiciones. No diré que me emocione el gesto, pero sí me parece enternecedor: que se tomen esta molestia por alguien a quien la mayoría no conoce, solo para que se divierta, para que se encuentre un poco menos solo, supone una generosidad a la que no estoy acostumbrado: una de esas generosidades diminutas que enriquecen los días. Hay poemas de Shakespeare, Albert Tennyson, Hilaire Belloc, Edward Lear y Thomas Hardy, entre otros; el elegido por Ángeles es de Juan Ramón Jiménez, el muy borgiano "Yo no soy yo": 

Yo no soy yo.
                     Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

Me llama la atención que un grupo de científicos, o de gente con formación científica, haya sido capaz de seleccionar poemas -buenos poemas, como son en su mayoría- y dedicar el motivo de la velada a la poesía. Me pregunto cuántos integrantes de los servicios de Anatomía Patológica españoles -y hasta de departamentos enteros de las universidades españolas- podrían o estarían dispuestos a hacer lo mismo. Es también muy revelador que ocho de los once poemas seleccionados (todos menos Shakespeare, Jiménez y Tennyson) sean humorísticos o tengan algún contenido irónico: el ingenio, la gracia del lenguaje, sigue siendo importante para los lectores. Por lo demás, la celebración navideña me recuerda al tantas veces citado Julio Camba, cuando describía las fiestas que se organizaban regularmente en su boarding house londinense: a él le parecían funerales, pero, cuando preguntaba a la gente, mosqueado, si se estaba divirtiendo, todos le respondían: "¡oh, sí, nos estamos divirtiendo mucho!", y seguían con su misma expresión de escoba, arrellanados en un sillón de orejas. Me atengo a las normas sociales que exigen que se departa un rato con cada uno de los contertulios que se encuentran a tu alrededor -a mi derecha, tengo a una señora que me pondera los placeres de la vida en Normandía, donde su marido y ella tienen una casa desde hace treinta años; delante, una pareja mixta (él, sonrientemente enrojecido por el tinto australiano que nos estamos asestando; ella, tersa, amable y achocolatada) con la que comentamos los placeres sin cuento que depara alquilar un piso en este país-, charlo asimismo con el jefe del servicio, que viene a saludarnos como un novio a los invitados a su boda, para lo cual todos hemos de sobreponernos al fragor de las mesas vecinas, donde varios grupos de mujeres celebran, con escasa discreción, su condición femenina, e, ingerido el menú, damos las gracias por la invitación, nos despedimos educadamente y salimos al frío reconfortante de la noche.

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