domingo, 31 de enero de 2016

Si sonríes, es que no has leído todavía las últimas noticias

En el Vaticano han tapado las estatuas y pinturas con desnudos para no ofender los impresionables ojos del presidente de Irán, un cura musulmán llamado Hasán Rohaní, que rendía una visita de estado. Se conoce que Rohaní es un moderado. Y la culpa de semejante censura la tiene, precisamente, que Rohaní sea un moderado. Si llega a ser un radical, nunca habría visitado Roma, salvo para ocuparla militarmente. Tapar el arte exhibido en el Vaticano es como destruir los budas de Bamiyán o las ruinas de Palmira, pero momentáneamente y sin explosivos. No es un ejercicio de cortesía, sino de violencia: se reprime la mejor manifestación del espíritu humano para que alguien no vea perturbadas sus convicciones, emanadas de la necedad, la ignorancia y el miedo; se oculta a Miguel Ángel para no ofender a un clérigo, igual que, en el país del clérigo, se oculta el cuerpo de las mujeres para no ofender a los varones y se ocultan y castigan las opiniones discrepantes para no ofender a quienes gobiernan, que son clérigos como Rohaní o, si no lo son, comparten disciplinadamente sus creencias. Se trata, pues, de ocultar, de invisibilizar, de reprimir. ¿Qué vale el Apolo de Belvedere frente a la convicción de un sarraceno de que la salvación radica en dar vueltas alrededor de un meteorito? ¿Y el Laocoonte y sus hijos, frente a su esperanza de la vida eterna, rodeado de huríes eternamente vírgenes y obsequiosas? El Vaticano se pliega al delirio moral de los mahometanos en defensa propia: así puede exigir que los demás se plieguen al suyo, cuando sean ellos los que estén en casa ajena. Pero su cobardía ofende a cualquier persona que no esté cegada por el prejuicio y la confusión.

Un toreador llamado Franciso Rivera Ordóñez, creo, ha dado un salto gigantesco en su carrera a la inmortalidad toreando una vaquilla con su hija en brazos. La razón para hacerlo es que su padre, aquel ejemplo de macho hispánico y hombre ilustrado que fue Franciso Rivera Paquirri, también toreó con él en brazos cuando era niño. Según él, no había ningún peligro en hacerlo. Según él, hay más peligro en que su hija salga todos los días a la calle, esa jungla pavorosa, llena de coches que no paran en los pasos de peatones y tejas que a lo mejor se lleva el viento y te fracturan el cráneo. Efectivamente, torear vaquillas no entraña ningún riesgo: Antonio Bienvenida, por ejemplo, no murió revolcado por una vaquilla (ni Paquirri, el padre del toreador Francisco Rivera Ordóñez, portó su féretro en Las Ventas). Después de él, y para reivindicar la inocuidad del toreo y su vigencia en la sociedad, otros toreadores han imitado su gesto, o dado a conocer que ya lo habían imitado, como Juan José Padilla, al que un toro le vació un ojo de tremenda cornada hace cinco años y que desde entonces luce, con mucho orgullo y españolía, un magnífico parche en el ojo ausente, amén de unas patillas en hacha que hacen que las de Curro Jiménez parezcan hilos dentales. A Juan José Padilla, diestro siniestro, solo se falta un guacamayo en el hombro para erigirse en la viva imagen de John Silver el Largo, aunque él no sepa quién es John Silver el Largo y prefiera echarse a la cara, y nunca mejor dicho, morlacos que loros. Como se ve, el cretinismo no es solo patrimonio de los clérigos, de cualquier confesión, aunque estos lo cultiven con esmero y perseverancia. El cretinismo aqueja a otros colectivos, como el de los toreros, con dedicación casi religiosa. Y se transmite de generación en generación: de Paquirri a Rivera Ordóñez, pasando por la viuda del primero, una tal Isabel Pantoja, a la que yo he visto salir a un escenario exhibiendo a su hijo, Paquirrín otro ejemplo de clarividencia, como un neanderthal exhibiría la cabeza cortada de su enemigo. 

Los niños están de moda. Ahora ya no solo los besan los políticos en las campañas electorales, sino que torean vaquillas y hasta acuden al Congreso a ser amamantados. Qué bonita imagen la de Bescansa, creo, cuidando a su rorro en el escaño tan brillantemente obtenido en las últimas elecciones. Qué enternecedor y reivindicativo. Quizá podría seguirse el ejemplo de la podemita con otros grupos discriminados de nuestra sociedad: por ejemplo, algún día podría acudir algún diputado a las Cortes en silla de ruedas, para recordar a los españoles las dificultades que sufren los minusválidos en su vida cotidiana; o bien con su abuelo, octo o nonagenario, para denunciar el miserable estado de las pensiones o la soledad incurable de muchos mayores abandonados por todos. Los ejemplos pueden multiplicarse. El único problema que le veo a semejante desfile de marginados es que los diputados estén demasiado distraídos con su presencia y se olviden de legislar en su favor. A lo mejor valdría la pena que, en lugar de pasearlos por un lugar en el que quizá no tengan mucho que hacer, los padres (y madres) de la Patria trabajaran por ellos (y por todos) con más entrega e inteligencia de lo que han hecho hasta ahora. 

Hacienda persigue a los escritores, es decir, el Estado persigue a los escritores, que han cometido la abominación de cobrar una pensión, en la mayoría de casos exigua, si no mínima, cuando también cobraban derechos de autor por los libros que habían escrito, o remuneraciones por las conferencias que habían impartido, o gratificaciones por los bolos en que habían participado. Un escándalo, sin duda. Que alguien que lleva toda la vida cotizando como autónomo caiga en la iniquidad de percibir una jubilación de 600 euros al mes y, al mismo tiempo, cobrar un artículo publicado en un periódico local, dice muy poco en favor de los escritores, a los que considerábamos gente honrada y respetuosa con las normas. No sé a dónde vamos a llegar. Hacen muy bien los inspectores de Hacienda en actuar contra ellos: aquí todos somos iguales. Si un escritor abusa de sus privilegios, que pague; si el tesorero de uno de los principales partidos políticos del país desfalca y evade millones de euros a una impenetrable cuenta suiza, que pague; si los banqueros roban muchos millones de euros y los depositan irrecuperablemente en las Islas Caimán, o bien los dilapidan con una gestión nefasta, con lo que aún son más irrecuperables, que paguen; si muchos grandes empresarios declaran beneficios irrisorios, que paguen; si infinidad de abogados y otros profesionales liberales cobran en negro sus carísimos servicios, que paguen; si Ryanair tributa en Irlanda, que pague. En fin, que el que la haga, que la pague. Al fin y al cabo, sus actividades tampoco son tan distintas: los escritores escriben libros y los tesoreros, empresarios y banqueros también: los de contabilidad, y quizá aún más creativamente que aquellos.

Se han levantado voces de indignación por la tímida o más bien inexistente reivindicación de la figura de Miguel de Cervantes, con ocasión del 400º aniversario de su muerte, sobre todo en comparación con la atención que le está prestando el mundo anglosajón a su 400º aniversario: el del fallecimiento de su escritor universal, William Shakespeare. En realidad, está muy bien así: manteniendo el silencio, el misterio, sobre un determinado autor, se lo potencia más que vociferándolo y divulgándolo. Divulgar a un autor es plebeyo. Cuánto mejor no es mantener esta actitud aristocrática, que reclama el acceso disimulado, íntimo, secreto, a su obra. De hecho, la mejor forma de actuar en su favor sería prohibirlo: así la gente sentiría la atracción morbosa por conocer lo prohibido, por quebrantar el tabú de la interdicción. El Quijote se compraría discretamente en las trastiendas de las librerías de viejo, cuando la policía no acechase, y se llevaría a casa bien escondido en la mochila, aunque siempre con el temor de que un municipal o un secreta lo parase a uno por la calle y le obligara a vaciar el macuto (los macutos siempre son sospechosos). Y cuanta más pena de cárcel se impusiera a los lectores de Cervantes, más se haría por su literatura, más por su difusión y su prestigio. Se leería febrilmente, en rincones en penumbra, con la compañía, quizá, de un whisky fervoroso y, los fumadores, de una sucesión ansiosa de pitillos, temblando por la excitación del descubrimiento y la transgresión. A los niños, en cambio, hay que preservarlos de su nefasta influencia. Los niños están mejor en las tientas de vaquillas o los escaños del Congreso. 

Se acaba de desvelar la enésima trama de corrupción organizada del PP en Valencia, por la que se ha detenido ya a 50 personas. Valencia ha sido el far west del choriceo patrio, aunque Madrid sigue esforzándose por no quedar descolgada y en Cataluña se ha hecho todo lo posible por equipararse al nivel general de mangoneo, y aun excederlo. Yo me imagino una del Oeste, rodada en la Albufereta, con Eduardo Zaplana de terrateniente del pueblo, Rita Barberá de madame del saloon, Francisco Camps de predicador borrachín, Carlos Fabra de tahúr impasible y Alfonso Rus de matón de gatillo fácil. Uno de los detenidos en esta nueva redada es, precisamente, el tal Rus, el inefable alcalde de Xàtiva, presidente de la Diputación de Valencia y también presidente del PP valenciano, al que se grabó el año pasado contando billetes de una mordida en un coche. (Ignoro si el presidente le ha mandado un SMS recomendándole fortaleza). La putrefacción del PP es general y sistemática. Y la putrefacción moral de quienes lo siguen votando, también. Que Rajoy continúe diciendo, como lleva haciendo estos años, que la corrupción es un problema individual y que en todas partes cuecen habas, es la mejor prueba de su pasividad personal, su ceguera política y, lo que es peor, su falta de estatura ética. Al parecer, el PP en Valencia va a ser disuelto y sustituido por una gestora. Eso es lo que sucedió en Marbella, por primera y hasta el momento única vez en la vida política española: el ayuntamiento de aquel político preclaro, Jesús Gil, fue reemplazado por una gestora, bajo control judicial. Pero es que Jesús Gil era digno de militar en el PP.

6 comentarios:

  1. Según y cómo después de leerlas no puedes dejar tampoco de sonreir. En parte gracias a tu manera de describir los hechos en parte debido a su esperpéntica naturaleza propia.

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    1. Así es la realidad, querido Jorge: una mezcla de risa y llanto, de burlas y veras, de tragedia y esperpento. Y en España, más.

      Un gran abrazo.

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  2. Tenemos que llorar y gritar ! Por fin un escritor que se moja sin eufemismos. Lo comparto con todas las redes sociales. Gracias , Eduardo.

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    1. A pesar de todo, siempre es mejor reír que llorar.

      Gracias a ti, guapísima.

      Muchos besos.

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  3. Estupenda crónica, Eduardo!
    Cuando río con ganas, siempre acabo llorando "llorar de risa"
    Un abrazo muy fuerte

    Amelia

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    1. Cuánto tiempo, Amelia. Pero qué bien que sigas ahí. Celebro que mi crónica del esperpento hispano te haya hecho reír y llorar.

      Un montón de besos.

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