Free Verse, "Verso libre", se llama la Feria del Libro de Poesía que se organiza anualmente en Londres. Este año se ha celebrado en Conway Hall, sede de la Sociedad Ética del mismo nombre. Se trata de la institución en pro del libre pensamiento más antigua del mundo -sus orígenes se remontan a 1793- y la única sociedad ética que sobrevive en el Reino Unido. (En Cataluña también había una, la de Jordi Pujol, dedicada a promover los valores éticos en la política y la sociedad, pero no está pasando por su mejor momento). Conway Hall se sitúa en Red Lion Square, "la plaza del León Rojo", en cuyos jardines hay un cafetín donde los poetas salen a leer a lo largo del día. Cuando entro en el vestíbulo del edificio, una voluntaria me entrega un librito con información de todas las editoriales que participan en la Feria, pero que también es una antología de poemas: cada sello ha aportado uno, de cualquiera de sus colecciones, y el resultado es un sugerente compendio poético. Todo es gratis: el libro y la entrada. Nada más entrar en la sala, veo, a la izquierda, el puesto de Lawrence Schimel, el traductor, editor y escritor estadounidense que vive en Madrid, y que ha venido a la Feria a promocionar los libros de su editorial, A Midsummer Night's Press. Lo vi ayer, en Trafalgar Square. Merendamos en la cripta de Saint-Martin-in-the-Fields, e intercambiamos novedades. Venía con el botín de libros que había acopiado en charities y librerías de viejo a lo largo del día: los acarreaba en una bolsa del Caprabo, de esas que resisten un quintal de peso, y no me extrañó que estuviera agotado: para bajar a la cripta, a la que se llega por un tramo de escaleras de no más de veinte escalones, cogió el ascensor. Hoy me saluda con una sonrisa, y me remite a las editoriales que ha observado se dedican a la traducción, y, en particular, a la traducción de autores en español. No son muchas, desde luego: el interés por la poesía en español es escaso, y por la poesía española, en concreto, casi nulo. Si algún país despierta alguna atención es México. Ayuda que sea el país invitado en la próxima Feria de Libro de Londres. También veo alguna traducción de César Vallejo y de Raúl Zurita. Pero de España solo encuentro un Romancero gitano, en una edición horrible, de color pistacho, y las aportaciones de Shearsman, la editorial inglesa que más atención presta a nuestra literatura, sin duda porque su editor ha vivido cuatro años en México, D. F., y Santiago de Chile, y es especialmente sensible a la creación en castellano. El puesto lo atiende el propio editor, Tony Frazer, al que me presento y con el que paso un buen rato charlando de poesía y poetas. Me parece un hombre cordial, entendido y con mucho sentido del humor. Nos reímos con ganas en varias ocasiones, a cuenta de anécdotas intercambiadas sobre José Kozer, María Baranda y Antonio Cisneros, entre otros. Me alegra ser autor de Shearsman: si nada se tuerce, y con la inestimable ayuda de Luis Ingelmo, traductor de la editorial y buen amigo, que tuvo la idea de ofrecerle a Frazer una antología de mi poesía, y que se encargará de verterla al inglés, me sumaré a su catálogo de poetas españoles publicados en el Reino Unido; publicados, aunque no sé si leídos, porque Tony me confirma la poca salida que nuestra obra encuentra en este país. "Desde luego", añade, "el responsable de promocionar la poesía española en el extranjero no está haciendo un buen trabajo". Y yo me pregunto: ¿hay alguien responsable de promocionar la poesía española en el extranjero? ¿El Instituto Cervantes, quizá? ¿Se otorgan ayudas para que se traduzca a otros idiomas? ¿Se conceden ayudas a editoriales para que la publiquen en otros países? ¿Se organizan encuentros, congresos, festivales? ¿Se presta ayuda a los escritores para que den a conocer sus obras más allá de nuestras fronteras? ¿Se crean lobbies, se hacen antesalas o campañas publicitarias para difundir nuestra literatura en el mundo? La defensa de la literatura española fuera de España no existe; y dentro tampoco. España desatiende a sus autores: los desdeña, los olvida, incluso los combate. España se siente muy orgullosa de que su selección nacional de fútbol gane un campeonato del mundo (aunque haga el ridículo en el siguiente), pero sus artistas, sus autores, sus creadores, le importan tan poco como el imperativo categórico de Kant. Por eso se retribuye con cientos de miles de euros a los jugadores de La Roja, aun por fracasar espléndidamente, pero no hay ni una sola ayuda para que los escritores puedan desarrollar con dignidad su trabajo, y mucho menos para que puedan darlo a conocer en el mundo. Yo contribuyo al esfuerzo de Tony comprando un ejemplar de Spanish Poetry of the Golden Age in Contemporary English Translations, con edición del propio Frazer, y traducciones, entre otros, de Thomas Stanley, William Drummond, Philip Sidney y Richard Fanshawe, que fue embajador de su país en España y murió en Madrid en 1666: se conserva un retrato suyo atribuido a Velázquez. También me quedo, en otro puesto, con Adventures in Form. A Compendium of Poetic Forms, Rules and Contraints, de Tom Chivers, que me parece una antología fascinante de todas las torturas que los poetas son capaces de imponerse para llegar a un mejor resultado artístico. A Lawrence le compro algunos títulos más de su editorial -ayer él me regaló varios- y la traducción que ha hecho de Vidrio Molido, del mexicano Luis Aguilar, para Mantis Editores. Y, en fin, en una curiosa editorial dedicada a la publicación de poemarios temáticos o narrativos, me quedo con un ejemplar de una bonita antología sobre caracoles que se me ocurre regalar a Agustín y a José Antonio: lo haré cuando vuelva a España. Me admira este encuentro: hay aquí 60 editoriales dedicadas específicamente a la poesía, aunque hay muchas otras, en el Reino Unido, que también publican versos, junto con otros géneros. Me pregunto si en España seríamos capaces de reunir tantos sellos, y tan dignos. El encuentro se prolonga en diversas actividades: lecturas -que se anuncian con vigorosos campanillazos y un vozarrón propio de un teatro de la ópera-, mesas redondas y, finalmente, jolgorio vespertino en el pub, que es el destino natural de todo inglés y, en particular, de todo poeta inglés. Yo no puedo quedarme, por desgracia: Ángeles ha adquirido para hoy otras obligaciones. Pero estaría encantado de seguir viendo libros, y charlando con gente que comparte la misma pasión que yo. Lo haría, además, sin las nefastas adherencias de las relaciones previas, con su bagaje de envidias, rivalidades, antipatías, malentendidos o incluso enemistades: aquí no me conoce nadie, y yo no conozco a nadie, salvo a Lawrence, que es, en cualquier caso, un buen tipo. Todo sería navegar por este lago maravilloso de la poesía, sin recelos ni zozobra, disfrutando del estímulo desnudo de la palabra.
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