Así se titula otro de los poemarios, publicados por La Isla de Siltolá, que Javier Sánchez Menéndez tuvo la amabilidad de regalarme hace un par de semanas. Su autor es Julián Cañizares Mata, un albaceteño que vive en Córdoba desde hace algunos años. A Julián lo descubrimos en DVD ediciones. Quizá "descubrir" suene un poco engreído, pero creo que realmente fue así. Antes de Sustituir estar -el libro que vio la luz en DVD, en 2009-, Julián solo había publicado un remoto poemario en la colección "Provincia" de León -aunque no hay que restarle importancia: todos los libros de "Provincia" tienen interés, cosa que sucede con muy pocas editoriales- y otros tres en revistas, muy minoritarias, o volúmenes colectivos. (Atención, no obstante, al que dio a conocer en Tres tipos con gafas: el poemario de Julián se titula El hombre sin cabeza, el gato Wilson y el condotiero Fajardo). Recuerdo cuando Sergio me pasó el manuscrito de Sustituir estar y me manifestó su entusiasmo por él. Bueno, quizá exagere: Sergio no es proclive al entusiasmo, que debe de considerar, como Pessoa, una grosería, y que tampoco se aviene con su carácter. Pero su predilección por el libro de Julián era clara. Lo leí y, en efecto, me pareció excelente. Pero se trataba de una excelencia rara, como la de este Lugar y esquema, una excelencia que se apoya en el desconcierto. Optamos por publicar Sustituir estar, a sabiendas de que era muy difícil que el libro se vendiera, o, por lo menos, que se vendiera lo suficiente como para cubrir los gastos de la edición. Pero tanto Sergio como yo creíamos que, cuando fuera la ocasión adecuada, valía la pena apostar por un autor joven y casi desconocido. Esa era una de las tareas que nos habíamos propuesto: descubrir a gente, apoyar a gente. No se podía hacer siempre, desde luego, porque entonces la ruina habría sobrevenido mucho antes, y habría cercenado de raíz toda posibilidad de seguir lanzando a autores, pero, correctamente distribuida en el tiempo, de forma que se alternara con propuestas que obtuviesen un mejor resultado comercial, esa labor podía constituir una aportación significativa a la poesía española del momento, algo distinto e innovador. Lo que más me gustaba de Sustituir estar y, ahora, de Lugar y esquema era la dificultad que plantea su filiación. Quiero decir: los lectores habituales de poesía casi siempre situamos a quienes leemos, de forma inmediata y a menudo automática, en una o unas determinadas corrientes: reconocemos sus gestos, sus estrategias, sus influencias, incluso sus defectos; eso nos agrada (aunque los versos no nos gusten demasiado) y, sobre todo, nos tranquiliza. La tranquilidad siempre es importante. Sin embargo, Lugar y esquema se resiste a la estabulación. Uno lee sus poemas sintácticamente quebrantados, fruto de un extraño delirio filosófico, muy fríos en la superficie, pero alimentados, en lo profundo, por un potente horno de melancolía, cólera y estupor, y se pregunta: ¿de dónde sale esto? Y, cuando nos hacemos esta pregunta, es que hemos dado con algo valioso. El propio título del poemario, Lugar y esquema, sugiere esa frialdad formal, ese predominio de las consideraciones intelectuales sobre las turbulencias emocionales, aunque se trate de un recurso, como otros en el libro, saludablemente destinado a confundir. Los poemas del Lugar y esquema investigan en el amor y en el pasado, pero lo hacen sumiéndose en el lenguaje que los describe, aventurándose en una desarticulación verbal que desarticula asimismo el sentimiento y nos lo muestra, hecho jirones, como el sentimiento es, en el fluir, o en el abrazo, trompicado de todo: las palabras, la percepción, el recuerdo. Las imágenes no se engarzan, sino que se desengarzan; y no lo hacen metafóricamente: la metáfora, por violenta o irracional que sea, presupone la creencia en la urdimbre del lenguaje, en la hospitalidad de lo posible; en último término, en la lógica de la sinrazón. Lugar y esquema, en cambio, reniega del sucederse apacible de los hallazgos de la imaginación, y se decanta por un simbolismo sin grandilocuencia, pero también sin cuartel, a veces casi fonético, tejido con las hilachas de un discurso entre cotidiano y nihilista. Su punto de referencia es, como se desprende del título, el espacio, pero el espacio es, aquí, también tiempo: los lugares recordados, los lugares presentes, son, en realidad, momentos, hebras de vida, muñones de vida, desapariciones, olvidos. Julián Cañizares lidia con esa sucesión de geografías y de cronologías como quien se siente aprisionado por un tumulto de malestares, por una maraña de desasosiego. Y lo hace con aparente imperturbabilidad, como si su forma de enfrentarse a la violencia que supone vivir -y morir- fuese destripar el artilugio de la dicción, la tramoya de un pensamiento que nos hace sus víctimas, y del que discrepamos. El resultado es un libro compacto, conciso y magnífico, en el que algunos poemas descuellan por su vigor y su originalidad: "El lago", "No es Dios; es el sofá", "Sistema", "La idea de romper un lugar", "Un sitio con lugar dentro", "El abrazo invisible de nuestro aquí", "Empezar, porque empezar es mío". Transcribo el primero:
En las hectáreas del lago que no existe,
y que aparece en los poemas de los otros,
me ahogo. Me he acostumbrado a vivir,
a cierta sucesión de espera y creencia.
Algunos lugares van llegando, con sitio,
y se quedan esperando a otros lugares.
De alguna manera la llegada es un lago,
y solamente yo dispongo de su ciencia.
Cuando llegan los sigo esperando,
y cuando creen en mí yo sigo creyendo.
Esos lagos que no me pertenecen, y sí
los gestos más rápidos de ser un lugar.
Algunos lugares son míos, como los síes
que digo cuando me da la gana, y la luz
que entra por este lugar que ahora veo,
y en el que espero, y supongo que respiro.
Yo creo que estoy esperando. Y la vida
y yo estamos esperando. Los lugares
que llegan desde el mismísimo aquí,
los lugares que tienen multitud de razones,
suposiciones de estar bien sin estar aquí.
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