viernes, 29 de noviembre de 2013

Una tarde con amigos

Aprovecho la estancia para ver a gente, más aún, para llenarme de gente. Cuando uno vive en otro lugar, el regreso a casa es, no tanto una vuelta a un espacio conocido, sino la recuperación de la voz: la propia y la de las personas a las que se quiere. A mediodía, como con Jesús Aguado, mi presentador de ayer, y con Francisco Arbós, responsable de la oficina del Fondo de Cultura Económica en Cataluña. Antes de subir al restaurante de la librería Laie, compro algunos libros: unas Instrucciones para fracasar mejor, de Miguel Albero, en Ábada, cuyo asunto es de mi incumbencia desde hace algunos años; una traducción de El fauno de mármol, de William Faulkner, hecha por D.-L. Hernández y R. H. Dorta, con la intención de compararla con la que yo tengo publicada, al alimón con D. C. Richardson, en la Poesía completa del americano, en Bartleby; y El lugar de los deseos, el último poemario del uruguayo Rafael Courtoisie, un autor excelente, en Pre-Textos. En la comida, Jesús, Francisco y yo hablamos, sobre todo, de la antología de poesía contemporánea en catalán que he preparado para el FCE, y en cuya confección lo que más me ha llamado la atención ha sido la pasividad, el desinterés y hasta la resistencia que he hallado en algunos de los autores seleccionados. Quizá, como me dijo una amiga mía al comentarle yo este hecho a mi juicio insólito, es que los autores catalanes se encuentren a la defensiva, por razones no estrictamente literarias, y eso motive un cierto desapego con respecto a estas iniciativas que aspiran al diálogo, al intercambio. No lo sé; quizá tenga razón. En cualquier caso, se me hace extraño, por ejemplo, que no haya conseguido de algunos de ellos que corrigieran mis traducciones, o que me enviaran la nota biobibliográfica solicitada para integrar el volumen. Es como si, una vez dentro, les importara poco la suerte del proyecto, e incluso su contenido. Tras el café en Laie, me encuentro en el Ateneo con Jordi Trullàs, poeta, artista gráfico y hombre de bien. Jordi me cuela en el café del Ateneo, antes abierto al público y ahora bunquerizado por mamparas de cristal antibalas, accesos digitalizados y cancerberos feroces, con americanas celestes. Su procedimiento para disfrutar de la tranquilidad del local y del jardín romántico de la institución -una auténtica isla de paz en el tráfago de las Ramblas, y el verdadero motivo por el que se ha restringido militarmente el acceso público: se conoce que su disfrute quiere reservarse a los socios, aunque las diferentes restauraciones del edificio se hayan hecho, y se sigan haciendo, con fondos públicos, esto es, con dinero pagado los ciudadanos a los que luego no se les permite acceder a eso que han contribuido a restaurar- es tan sencillo como efectivo: pasa con absoluta naturalidad por los diferentes controles, alegando que tiene una reunión en la sede de la Asociación Colegial de Escritores, en la séptima planta. Ante los cafés con leche respectivos, Jordi me cuenta uno de sus proyectos editoriales: componer un libro sobre la actualidad del caligrama, en el que participarán hasta veinticinco poetas y artistas, cada cual con su concepto de ese poema que es también un dibujo. Me comprometo a colaborar, porque me interesa el caligrama, aunque nunca lo haya practicado. Pero los encargos son buenos; yo creo mucho en los encargos: de un encargo puede surgir una veta creativa auténtica; de un propósito circunstancial acaso nazca un producto esencial. Despido a Jordi, y me encuentro con otro Jordi, Isern, uno de mis amigos más antiguos: nos conocimos en la facultad de Derecho, cuando ambos estudiábamos esa materia que a ninguno de los dos nos ha gustado nunca, pero que ha sedimentado una relación indestructible. En el Café de la Ópera -no es extraño que me haya citado aquí: él es un melómano apasionado, con abono en el Liceo- abundan las señoras merendando y los camareros con chaleco, pajarita y mala uva. Para ser camarero en estos cafés antiguos -en los pocos que quedan- se han de cumplir dos requisitos: tener experiencia en el sector y ser desagradable. El que nos atiende hoy cumple escrupulosamente ambas exigencias. Pese a ello, no consigue chafarnos la conversación, que describe una suave curva desde la novela histórica, de la que Jordi se ha vuelto fan (sobre todo, de la de romanos) hasta Agripina, la ópera de Händel que aún se representa en el Liceo, pasando por los poemas de Insumisión -Jordi estuvo ayer en la presentación- y algunos chistes de Eugenio, aunque espero que esto último no haya sido por asociación de ideas. Jordi me acompaña al tren, y recorremos el Paseo de Gracia hasta la calle Provenza, donde se ha montado una feria comercial -una Noche de las compras- con las grandes tiendas de la zona, a semejanza del Black Friday estadounidense, y publicitada en su mismo idioma. No es de extrañar: también hemos empezado a celebrar Thanksgiving. Ojalá siga la influencia -o, más bien, la imitación- y pronto elijamos a un presidente negro. Sobrevivimos a la marea de gente que, helada, quiere atrapar una copa de plástico de cava, de la mano de una señorita a la que nunca le faltará alguien que quiera echarle una mano, y nos despedimos a la entrada de los ferrocarriles. En casa me espera una agradabilísima sorpresa, el último gesto de amistad en un día pródigo en amigos: José Ángel Cilleruelo ha escrito una reseña de la presentación de Insumisión en Barcelona en su blog El balcón de enfrente (y no me resisto a dar aquí el enlace: http://elbalconenfrente.blogspot.com.es/), que es también una crítica del libro. José Ángel es uno de los grandes hombres de letras que tenemos en este país: poeta, novelista, crítico, traductor, diarista, aforista, antólogo; como Jesús Aguado o Jordi Doce, por poner otros ejemplos de escritores totales, José Ángel entiende la literatura como un todo proteico, como una unidad multiforme, en la que todo es semilla de todo, o manifestación parcial de un solo absoluto. Cuando ejerce de crítico -su columna sobre poesía en El Ciervo, por ejemplo, debería ponerse en cualquier facultad de Filología o escuela de Letras como ejemplo de análisis lúcido y expresión exacta-, su capacidad para señalar los rasgos singulares de la propuesta examinada raya en lo inverosímil; su generosidad, de hecho, raya en lo inverosímil. Me acuesto por fin y, antes de quedarme dormido, experimento el calor de contar con el aprecio de tanta gente. Es un privilegio que, conociéndome, sigan queriéndome. Pero eso dicen que es la amistad.

1 comentario:

  1. Fantástica la reseña, y todo lo demás...
    Ahora solo falta leerlo!

    Un abrazo

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