Ayer comí con Julio Mas Alcaraz, poeta, traductor y cineasta. Julio es una de esas personas cuyo espíritu me rondaba desde que llegué a Londres: alguien me había dicho -o había leído en algún sitio- que vivía aquí, pero luego supe que estaba en Madrid. No obstante, ambos participaremos mañana en un translation slam, organizado por Spain (Now!), en el que leeremos algunos poemas nuestros y sendos traductores al inglés harán lo propio con sus versiones de los textos, así que no podía estar muy lejos. Y, en efecto, hace poco me escribió desde Londres, a donde viene con frecuencia, y concertamos una cita. En la comida descubrí a un hombre alto -casi tanto como yo, y, por lo tanto, casi tan raro: los autores espigados escaseamos; solo se me ocurren el gran Elías Moro, y ahora Julio, como compañeros de altitudes-, de mirada sonriente, noble cabeza desnuda y trato cordialísimo. Hablamos, mientras observábamos de soslayo los vagarosos movimientos de una camarera aún más juncal que el propio Julio, de nuestros pasados respectivos, que presentan sorprendentes similitudes: él se ha dedicado, durante 17 años, a la banca de inversión y a la empresa; yo he penado 26 en tareas económico-administrativas en la Generalidad de Cataluña. Pero ambos nos aburríamos mortalmente y, cuando ha surgido la oportunidad, nos hemos arrancado el gotero de la nómina -que nos inyectaba, ay, heroína muy pura en las venas- y nos hemos dedicado a cultivar la pobreza, al menos yo. Julio está próximo a acabar un Master of Arts en cinematografía en la London Film School, aunque no abandona la escritura: la poesía es la esposa legítima, aunque incurra en el devaneo de rodar películas. Julio y yo somos también compañeros de catálogo: su poemario El niño que bebió agua de brújula, excelente, apareció en Calambur, donde yo también he publicado Bajo la piel, los días. Pero las coincidencias no terminan ahí: él ha traducido a Anne Sexton -sin duda, mucho mejor que José María Reina Palazón, cuya versión de la obra completa de la americana para Linteo es más que chapucera: es googliana; así lo he consignado en una reseña del libro en Letras Libres- y a John Ashbery, un autor fundamental, al que publicamos en DVD. Al salir del restaurante, caminamos hacia Oxford Street, una calle antipatiquísima, en la que parece que solo haya cortes ingleses. Cuando estamos a punto de desembocar en ella, nos cruzamos con Federico Trillo, el embajador español, acompañado por el inevitable séquito de funcionarios circunspectos y trajeados. Solo él habla. Es chaparro y luce un pelo en perfecto estado de revista: ni un solo cabello pierde su apostura marcial. Cuando pasamos a su lado, estamos a punto de gritar "¡Viva Honduras!", pero nos contenemos, no sea que los británicos quieran someternos a una "realidad hostil", como pretenden hacer con los inmigrantes sospechosos -esa es la versión anglicana de nuestra memorable ley de vagos y maleantes: más sutil, pero no menos dañina; no hemos avanzado nada-, y tengamos que recurrir al amparo diplomático. No creo que nuestro grito nos hubiera favorecido a los ojos del que era el ministro de Defensa cuando la tragedia del Yak 42. Por fin nos despedimos y yo enfilo el camino a casa: un paseo largo, en el que me alejo progresivamente de las zonas comerciales e ingreso en los barrios tranquilos, de puertas georgianas y columnas blancas flanqueándolas. Veo, aquí, calabazas destazadas, con ojos rasgados y dientes de sierra -reminiscencias domésticas de los fuegos fatuos: la señal de pervivencia de los espíritus- en los alféizares de las ventanas y dibujos de brujas pirulas en las guarderías: es Halloween. Y me imagino a Federico Trillo vestido de demonio y rodeado de brujas de nariz ganchuda. Eso sí: sin que uno solo de sus pelos se le haya desmandado.
Querido Eduardo:
ResponderEliminarFue un placer enorme estar contigo ayer. A la vuelta me acordaba de que la mayoría de autores del siglo XX que admiro tenían ocupaciones extraordinariamente tediosas, desde Eliot a Kafka pasando por Wallace Stevens or William Carlos Williams. ¿Qué nos pasa?
Yo me desconecté del gotero hace ya bastante tiempo así que te animo encarecidamente a que no vuelvas a él. De momento, la poesía y hasta Walt Whitman te lo agradecerán ;) Yo desde luego.
El encuentro con Federico Trillo, embajador plenipotenciario de España en el Reino Unido, sólo podía ocurrir en una calle tan triste como Oxford Street. Estuvimos lentos pero la próxima vez cae un Viva Honduras como la catedral de Burgos.
Desde la complicidad temprana, y la duda de si eres realmente más alto que yo o eran tus tacones, te mando un abrazo muy fuerte, hasta hoy, o hasta mañana.
Besoabrazos,
Julio
Valemos más por lo que no contamos que por lo que contamos públicamente, don´t we?
Sin duda que la traducción de Mas Alcaraz es mejor que la de Reina Palazón, al que más bien cabría llamar reina de la destrucción, por como destroza a autores como Paul Celan, de quien hace unas traslaciones innobles.
ResponderEliminarGracias, querido eduardo, por la mención en tan grata compañía. Y qué tierno ese "espigado".
ResponderEliminarTendríais que haberle gritado ese "Viva Honduras" al Trillo. Hubiera sido una performance en toda regla. Claro, que sabiendo como se las gasta el amigo, lo mismo acabais en el "trullo".
Abrazo con espigas.