Ayer estaba citado con Jordi Larios, un catalán de Palafrugell que profesa en la Universidad Queen Mary de Londres. El campus se encuentra en el East End, una zona no especialmente agraciada de la ciudad. Allí empezó su historia: en 1887, en el Palacio del Pueblo, un nombre que recuerda a las grandes construcciones soviéticas, pero que era, en realidad, un centro filantrópico de ayuda y enseñanza a los habitantes de aquel barrio de inmigrantes, algo que, en buena medida, sigue siendo. Frente al café al que me invita -en vaso de plástico, naturalmente; en Londres se desconoce servirlo en taza-, me habla de su ya dilatada estancia en el Reino Unido, al que llegó en 1987; de su difícil desplazamiento a Londres -él vive en Cardiff, pero ha de pasar, por sus clases, dos noches a la semana en la capital; alquilar algo aquí, y mucho menos comprarlo, resulta prohibitivo-; de la contracción general de la universidad británica, muy afectada por la crisis -el coste de un año de estudios se ha multiplicado por tres: ahora vale 9.000 libras; hay, en consecuencia, menos alumnos y, por lo tanto, también menos cursos y profesores; la moral está baja-; y de un sistema universitario que ha adquirido la condición de negocio, y a cuyas exigencias productivas se subordinan su finalidad y sus servicios. Jordi, además de profesor de literatura catalana, es traductor y poeta. Como traductor, ha vertido al catalán obras de Robert Coover, Henry James, David Lodge, Dorothy Parker, Anthony Powell y Saki. La calidad de los traductores se revela por la calidad de los traducidos, al igual que la grandeza de los críticos se evidencia por la grandeza de los criticados. Aplaudo, pues, especialmente, su elección de Saki, uno de los mejores -y más corrosivos- prosistas de la literatura en inglés de finales del s. XIX y principios del XX. No es desdeñable tampoco el trabajo realizado con Henry James, un autor que parecía congénitamente incapaz de concluir una frase. En su calidad de poeta, Jordi Larios ha publicado tres títulos: Home sol ("Hombre solo"), en 1984; El cop de la destral ("El golpe del hacha"), en 2006; y su más reciente entrega, Rendezvous, aparecido este mismo año en la benemérita colección "Jardins de Samarcanda", de Barcelona, dirigida por Antoni Clapés y Víctor Sunyol. Un vistazo a su bibliografía revela de inmediato que Jordi no es un escritor presuroso, sino muy reflexivo, puntilloso, hasta el límite mismo de la parálisis, en la creación y la corrección, animado, valga la paradoja, por una paciencia oriental. Su escritura se produce por sedimentación, al modo lentísimo de las estalactitas: los versos gotean y dejan, en su caída, un sustrato mineral, que, acumulado, forma la roca. Pero es una roca ingrávida: una roca que participa de la condición de aire, que es aire solidificado. Pese a ello, las cosas han cambiado algo con este último libro, Rendezvous, que solo ha tardado siete años en componer: "he ido a un ritmo vertiginoso", me confiesa. Ambos recordamos que Gabriel Ferrater solo escribió tres poemarios en su vida, Claudio Rodríguez, solo cinco, y que la poesía completa de Jaime Gil de Biedma se contiene en un volumen de apenas 150 páginas. Además, Jordi se manifiesta libre de servidumbres y expectativas: él cultiva su estética como un anacoreta su huerto, y le traen al pairo la repercusión que sus libros puedan tener, o las batallas que puedan desencadenar. Lo único importante para él -y para mí- es decir lo que se quiera decir. Si con ello se gana, además, un puñado de amigos, su felicidad será completa: la satisfacción con lo creado y la amistad son las únicas recompensas. Rendezvous es un libro delicadísimo, en el que se conjugan diversas líneas de fuerza, si esta expresión no resulta demasiado contundente para lo que no es sino un entramado aéreo de anhelos y sugerencias. En los poemas del libro, frecuentemente enumerativos, destacan el canto amoroso, en el que se clavan agujas de melancolía, y la efervescencia lábil pero irredenta del deseo; la presencia de la ciudad, Londres o Cardiff: lluviosa, tediosa, cotidiana; el paso del tiempo, que corrompe los cuerpos y las esperanzas, pero que choca todavía con leves encrespamientos, con horas y experiencias e instantes que sobrenadan, náufragos exultantes, en el océano del olvido; y la reflexión metapoética, que se vale, a menudo, del diálogo intertextual: Keats, Màrius Torres, Paul Éluard, Narcís Comadira, Maria-Mercè Marçal. Transcribo, y traduzco, uno de sus poemas, que es como una miniatura japonesa:
LLUM
Enyores
les seves mans desemparades
-les seves mans de fang-,
la rosa dúctil,
a penes perceptible,
del seu alè.
Enyores
la seva llum urgent.
LUZ
Añoras
sus manos desamparadas
-sus manos de barro-,
la rosa dúctil,
apenas perceptible,
de su aliento.
Añoras
su luz urgente.
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