En defensa del editor Linares ha venido José Cereijo, que me ha hecho llegar un largo comentario hoy sobre la reciente entrada "Ardo con Abelardo". Transcribo su mensaje, suprimiendo, en aras de la brevedad, las citas iniciales de mi entrada, que doy por conocidas:
"He leído con detalle la entrada, de la cual me permito copiar aquí algunas perlas (hay otras que podría, igualmente, haber elegido): [...]
Yo mismo he estado en 'su establecimiento'; una buena amiga mía ha trabajado con él. Puedo dar fe de que tanto ella como yo hemos visto en él no una, sino muchas sonrisas, y de que Abelardo Linares es persona realmente culta, simpática de veras y de trato personal irreprochable.
Si su poesía le produce 'náuseas', sólo puedo darle un consejo, que por obvio debería ser innecesario: no se torture leyéndola. Puedo dar fe de que a mí me ocurre todo lo contrario (esto es, que encuentro en ella tanto placer como enseñanza), y de que me consta que lo mismo le ocurre a muchas otras personas.
En fin, podría seguir comentando en detalle las afirmaciones de EM, pero me parece innecesario. Bien puede ser que tenga razones, asunto en el que no entraré porque, entre otras cosas, no he leído el libro aquí comentado. Pero desde luego NO TIENE RAZÓN. Y la 'voluntad (perfectamente inútil, por otra parte) de hacer daño', yo no soy capaz de verla más que en su airadísimo comentario.
Una cosa se me aparece perfectamente clara en él: podría haberlo hecho sin servirse de todas esas acusaciones, tan airadas como enteramente gratuitas. Su disgusto por la poesía de Abelardo Linares, o sus opiniones acerca de la competencia literaria, o meramente ortográfica, que pueda poseer, NO SON el objeto de la discusión; lo es el grado de documentación y seriedad literaria que pueda poseer el trabajo suyo de que aquí se habla. Bastaba, pues, con que expusiera los argumentos que pueda aportar en defensa de dichas cualidades. Que necesite además añadir las barbaridades que añade sólo significa que le hieren personalmente las contradicciones (equivocadas o no, eso es otra cosa), que no las tolera, y que en consecuencia reacciona del modo violentamente intolerante que aquí se ve. Pero semejante colección de disparates no descalifica, como usted cree y pretende, a Abelardo Linares: le descalifica a usted, por no saber o no querer defender su trabajo sin servirse de ellos.
Me llamo José Cereijo, y he publicado varios libros de poesía y uno de prosa; este último, de título Apariencias, precisamente en la editorial del propio Abelardo Linares, donde también apareció una antología, preparada por mí, de la poesía de Leopoldo Panero, de título Memoria del corazón.
Doy todos estos datos por si desea añadirme a la lista de enemigos que tan cuidadosamente lleva. Yo no me considero enemigo suyo; me limito a señalar que, en este asunto, su reacción ha sido tal que sólo le descalifica a usted. Pero en fin, todos cometemos errores, y yo no me considero enemigo de nadie sólo porque los cometa, o no tendría más que enemigos, empezando por serlo de mí mismo, que desde luego cometo muchos. Este comentario, sin embargo, no lo es: no es más que un acto de justicia hacia una persona que desde luego no merece la deformación caricaturesca, y ciertamente (ésta sí) malevolente, que aquí se hace de ella".
José Cereijo hace muy bien en defender al editor Linares, si se considera su amigo. Yo respeto mucho la amistad, y entiendo que se salga al paso de aquello que ofende a alguien a quien queremos. Por eso mismo, y porque Cereijo no adopta el tono chulesco ni la actitud desafiante del editor Linares, lo admito en mi blog, es decir, en mi casa, y doy a conocer sus opiniones, aunque sean contrarias a las mías. Algo así, me parece, se llama tolerancia, aunque Cereijo me acuse varias veces de lo contrario. Lo intolerante habría sido, a mi parecer, silenciar las, digamos, opiniones del editor Linares y ahora las de su defensor Cereijo.
José Cereijo merece mi enhorabuena por haber tenido acceso a un aspecto de la personalidad del editor Linares que permanece tenazmente oculto a la mayoría de personas que han tenido trato con él, según he podido constatar. Celebro que el editor Linares sea, también, un individuo tan sonriente y dicharachero como Cereijo afirma. Ya se sabe que la gente es poliédrica, y que lo que para unos es simpatía y cultura, para otros solo es rispidez y piratería: Hitler era vegetariano y amaba a los animales; Mussolini tenía una sonrisa encantadora; José María Aznar es de un trato personal irreprochable. Está bien, pues, que el editor Linares sea, a los ojos de Cereijo, un dechado de virtudes. Lástima que no demostrase ninguna de ellas en los comentarios que me hizo.
Me alegro también sobremanera de que la, digamos, poesía del editor Linares sea para Cereijo tan placentera e instructiva. A mí me parece basura, pero quién soy yo para universalizar mis preferencias estéticas, como hacen tantos. Por eso, porque es nauseabunda, dejé de leerla hace mucho: el consejo de Cereijo es, en efecto, innecesario.
Pero lo más interesante del comentario de Cereijo viene tras estos prolegómenos ad personam. Según él, lo único relevante de esta polémica es la desproporción, el carácter airado, la violencia y hasta la "barbarie" de mi reacción. No valora los comentarios del editor Linares, ni su tono malicioso, ni sus errores conceptuales y formales, ni el artículo (no libro, como dice equivocadamente Cereijo) sobre el que recaen, ni las razones objetivas que esgrimí contra el editor Linares. Nada de todo eso merece ninguna consideración por parte de Cereijo. Hombre, la amistad está bien, pero habría que contrapesarla con algo de ecuanimidad, más que nada para que esto no parezca la pataleta de la pandilla del colegio. Recuerdo, pues, aunque me dé fatiga hacerlo, que yo no he empezado esto: yo me he limitado a publicar un artículo sobre César González-Ruano en Cuadernos Hispanoamericanos. Fue el editor Linares el que se dirigió a mi blog, es decir, a mi casa, para acusarme, gratuitamente, de escribir sin seriedad, y al que le faltó tiempo para amenazarme con hacer públicos sus reproches, puesto que yo "no me atrevía" a colgarlos en mi página. Si el editor Linares y sus acólitos se duelen de las respuestas, quizá debería medir mejor sus preguntas. Tiene gracia que Cereijo considere mis acusaciones "airadas y enteramente gratuitas", y no tenga por despectivas ni, esas sí, enteramente gratuitas -por no haber sido solicitadas ni estar objetivamente fundamentadas- a las del editor Linares, y diga a continuación (con ese divertido inciso en mayúsculas, como si desconfiara de la capacidad de los lectores para entender la importancia de la negación copulativa) que mi "disgusto por la poesía de Abelardo Linares, o [mis] opiniones acerca de la competencia literaria, o meramente ortográfica, que pueda poseer, NO SON el objeto de la discusión; lo es el grado de documentación y seriedad literaria que pueda poseer el trabajo [mío] de que aquí se habla". Pues no (en minúsculas): el objeto de la discusión es el que yo quiera que sea, porque este es mi blog y porque el editor Linares no tiene el monopolio de los objetos de la discusión. ¿Por qué debería yo ceñirme a lo que el editor Linares o su defensor Cereijo juzgan el núcleo de la controversia, cuando yo no he querido plantear ninguna controversia, ni he invitado a nadie a hacerlo, ni creo, de hecho, que haya controversia alguna? Si el editor Linares se permite descalificar, por motivos que él conocerá, un trabajo en el que su autor ha invertido muchas horas de lectura, investigación y esfuerzo, debe asumir que ese autor, además de refutar sus objeciones, le diga lo que le venga en gana. En este país, por fortuna, todavía no es obligatorio leer los artículos que se publican en Cuadernos Hispanoamericanos, ni los blogs de la gente, y mucho menos hacer comentarios en las bitácoras denigratorios para los blogueros. Y, si uno se considera libre para hacerlo, se expone a que los otros, en ejercicio de esa misma libertad, repliquen lo que les dé la gana.
En cualquier caso, "la competencia literaria, o meramente ortográfica, que pueda poseer" el editor Linares sí se me antoja un factor muy digno de tenerse en cuenta, y merecedor de alguna reflexión, porque revela su incompetencia y, por lo tanto, su flaqueza intelectual y , sobre todo, moral. Alguien que se atreve a denunciar defectos en los demás, pero es incapaz de advertir los suyos, carece de autoridad y no puede dar lecciones a nadie. Alguien que se precia de saber de literatura, pero incumple normas gramaticales y ortográficas básicas -lo cual solo puede significar que no lee-, es solo un zopenco, y un zopenco engreído. Y que los errores que comete no se refieran a campos ajenos a su desempeño profesional, sino a la propia actividad en la que se desenvuelve, hace aún más denostables sus ínfulas. Que un editor confunda el vocabulario o no sepa acentuar (entre otros defectos que omití en mi respuesta, para no hacerla interminable), es como si un médico tomara un bisturí por un escalpelo o un fonendo por una gasa compresiva: a mí me parecería muy grave. En el caso del editor Linares, es un indicador más del nivel de excelencia que mantiene en sus publicaciones y en su propia poesía.
Yo tampoco tengo a José Cereijo por enemigo -para eso ya cuento con el editor Linares y un puñado de sujetos más-, aunque crea que es él el que se ha equivocado con este comentario que me ha mandado. Lo disculpa que lo haya hecho llevado por la amistad. Serán los lectores los que decidan, si les apetece, quién se ha descalificado más: si el editor Linares por intentar humillarme en mi propio blog con un comentario que podría atribuirse, en el mejor de los casos, a un estudiante de Primaria, o yo por publicarlo y, simultáneamente, defenderme de su desaire. Y por hacerlo, por cierto, no solo con manifestaciones destempladas, sino con argumentos muy precisos que ni el editor Linares ni su defensor Cereijo han refutado. Yo creía que la crítica (y la literatura) iban de esto: de razones, de argumentos, de persuasión estética y filológica, de datos y documentación. De todo lo que yo creo haber aportado, y el editor Linares y su defensor Cereijo no. Pero así pasa con algunos de los que publican libros en este país, y así nos luce el pelo.
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