Durante mucho tiempo he oído alabar en España la profesionalidad y la incisividad de los periodistas británicos, en general, y de sus entrevistadores, en particular, frente a la condescendencia con el poder, la laxitud y la inepcia de los gacetilleros españoles. De vez en cuando, en algún informativo o programa de zapeo, aparecía alguna muestra de su trabajo, sobre todo en la BBC, pero también en otros canales, públicos y privados, de la televisión británica. Y, realmente, era sorprendente: para los acostumbrados a la bazofia hispana -que solo conocía, en este terreno, raras excepciones, como Iñaki Gabilondo o, en el terreno social y literario, el legendario Joaquín Soler Serrano-, el comportamiento de los ingleses era tan insólito como desconcertante. Al venir a Inglaterra y tener ocasión de seguir los programas de actualidad política o de entrevistas, he constatado que aquellas muestras no eran casuales. El entrevistador británico parte de una base sólida: se documenta bien. No hay en su labor improvisación ninguna. Eso que tanto se elogia de nuestra cultura mediterránea, la capacidad para salirse del guión, está proscrito en la anglosajona, y, en este caso, me parece bien. De mis tiempos como profesional del Derecho (muy cercanos todavía cronológicamente, pero lejanísimos espiritualmente) conservo la certeza de que no hay nada mejor para enfrentarse a un asunto, por abstruso que sea, que prepararse bien, lo cual pasa con leer con detenimiento todo lo que tenga que ver con él. Es una obviedad, pero, por desgracia, vivimos en una época en la que es menester reivindicar lo evidente. Eso hacen los periodista británicos: detrás de sus preguntas hay siempre una cantidad ingente de información, bien asimilada. Además, saben que por la boca muere el pez, y que no hay nada mejor, para que afloren las contradicciones, ambigüedades y estupideces de alguien, sobre todo si se trata de un político, que averiguar lo que ha dicho en el pasado: las hemerotecas (y, hoy, Internet) son los mejores amigos del buen periodista. Otra característica de los entrevistadores británicos es que no se alteran: formulan sus preguntas sin torcer el gesto ni alzar la voz, con la suavidad de un licenciado en Filología Semítica por la Universidad de Oxford. Cuando uno ha comprobado aquí con cuánta delicadeza un inglés puede comunicarte la peor objeción, ese sosiego glacial no extraña. Tampoco se ponen nerviosos si el entrevistado se pone nervioso: pueden encajar cualquier réplica, cualquier exabrupto -aunque no suelen darse, porque el público castiga a quien los profiere, sobre todo si es un responsable político, del que se espera que responda con racionalidad en la situación más angustiosa-, con el mismo hieratismo. Y mucho menos incurren en la discusión: el entrevistador no es el antagonista del entrevistado, sino solo su examinador. La voz del entrevistador es la voz de la audiencia: pregunta lo que cree que la gente quiere saber. Hace poco vi una entrevista de Ana Pastor -cuyo currículum se ha visto notablemente engrosado por la que le hizo a Mahmud Ahmadineyad, el sátrapa iraní, en la que demostró saber anudar con muy poca fuerza los pañuelos que se pone en la cabeza- al ministro de Educación, José Ignacio Wert. Con la poca simpatía que me inspira este personaje, la actuación de la Pastor me pareció atolondrada y gárrula: interrumpía las respuestas, chinchaba, discrepaba. Los entrevistadores británicos se limitan a entrevistar, es decir, preguntan, y, si no les contestan, vuelven a preguntar. Y eso basta. Así han desenmascarado, por ejemplo, a un personaje tan popular como Boris Johnson, el alcalde de Londres, que no es conocido solamente por el rubio gallináceo de su cabellera, sino por su sarcasmo y su habilidad dialéctica. En España se confunde la pregunta, como tantas otras cosas, con el garrotazo. También recuerdo una entrevista de otra mujer, Isabel San Sebastián, una de las activistas más nauseabundas del periodismo patrio (y, en su caso, nunca mejor dicho), a Alfonso Guerra, hace muchos años. La empezó como lo que supuestamente era, periodista, pero la acabó como una contertulia (no tertuliana: Tertuliano era un emperador romano) más de la mesa, regalándole a Guerra su rictus avinagrado, sus gritos nacionalcatólicos y sus opiniones de portera de inmueble del barrio de Salamanca. En Inglaterra, Jeremy Paxman, por ejemplo -autor de varios libros sobre la historia del Reino Unido, tan rigurosos como divertidos-, entrevista a todo el mundo suaviter in modo, fortiter in re: con un temple exquisito, pero asfixiantemente inquisitivo. Es admirable observar cómo un conservador como él se atreve con cualquiera y encaja sin pestañear las respuestas más desairadas, aunque casi siempre formuladas con tanta impasibilidad como la que él demuestra. Hace poco, entrevistaba a dos sindicalistas galeses, descendientes de los trabajadores de los astilleros que habían protagonizado una huelga muy sonada en la Primera Guerra Mundial. Paxman les dijo que mucha gente creía que aquellos huelguistas eran unos traidores a la patria, porque saboteaban el esfuerzo bélico contra el enemigo común. Los sindicalistas le respondieron que sus antepasados no consideraban aquella guerra suya; la que sí era suya era la que libraban con sus empleadores, que eran los auténticos traidores, para que no se enriqueciesen, gracias a la guerra, a su costa. Y añadieron que los que se habían presentado como voluntarios para combatir en aquel conflicto eran tan tontos como los que lo habían hecho para luchar en la guerra de Iraq. Paxman los miraba con gelidez y con un levísimo alzamiento de ceja, pero sin apartar la vista de ellos y, sobre todo, sin interrumpirlos. En España uno suele advertir cómo el interlocutor (que, en realidad, no desea aprender nada de su contrario, y, por lo tanto, no está allí para escuchar, sino solo para aplastarlo con sus razones) se muestra ansioso por que el otro deje de hablar para asestarle el contraargumento, aunque, la mayoría de las veces, no puede esperar hasta entonces y decide hacerlo, con gran vociferación y despliegue de gestos despectivos, cuando todavía está en el uso de la palabra. Paxman, en cambio, que discrepaba radicalmente de ellos, los dejó acabar, dejó pasar también algunos segundos e hizo, con mucha calma, la siguiente pregunta. La profesionalidad de los entrevistadores británicos se manifiesta asimismo en los ámbitos no políticos. Hace poco vi las interviús que los presentadores de un programa matutino de televisión -que, como en España, se dirige a un público mayoritariamente compuesto por amas de casa y jubilados- les hacían a dos de sus invitados, friquis descomunales, y nunca mejor dicho: ella, Chelsea Charms, la mujer con los pechos más grandes del mundo, y él, Jonah tres piernas Falcon, el hombre con el pene más largo del planeta, según el libro Guiness de los récords. Ambos, Holly Willoughby y su partenaire, Phillip, se interesaban por las anatomías de sus invitados -que, en el caso de Charms, ocupaba casi la mitad del estudio de grabación- con una asepsia admirable: igual podían estar hablando de caniches o de la floración del crisantemo en Cornualles. "Tu pene mide veintitrés centímetros en reposo y treinta y cinco en erección, Jonah -le preguntaba Holly, con expresión impenetrable, aunque este adjetivo no sea seguramente el más adecuado en estas circunstancias-; ¿no te plantea eso problemas en tus relaciones sexuales?". O bien, otra pregunta, no por obvia menos necesaria, a Chelsea Charms: "¿No te dan esos pechos dolor de espalda?" Sorprendentemente, ambos contestaban que no: Falcon, porque había sustituido el coito, a todas luces imposible (salvo que se enrrollara una toalla en la base, como le había prescrito a Fernando VII, otro prodigio de la naturaleza, aunque no intelectual, su médico de cámara), por una sofisticada labor lingüística; y Charms, sin dar más explicaciones, aunque la verosimilitud de su respuesta se tambaleaba cuando añadía que dentro de unos años pensaba sacarse algunas toneladas de silicona del pecho, porque no podía seguir así mucho tiempo. En todo caso, no eran las respuestas de los dos freaks lo que me interesaba, sino el comportamiento de los entrevistadores: cristalino, respetuoso, impávido, lo que no era poco, teniendo en cuenta de lo que se hablaba. Ojalá fuera así siempre en España, ya tenga el invitado el pene o la lengua largos, o la vergüenza o la inteligencia cortas.
Mahmud Ahmadineyad no es un "sátrapa", sino un presidente elegido democráticamente por una parte importante del pueblo iraní, aunque puedan no gustarnos algunas de sus opiniones.
ResponderEliminarEs de una benevolencia inaceptable considerar que se ha elegido a Ahmadineyad -ni a nadie en Irán- "democráticamente". Una teocracia, gobernada por clérigos absolutistas, en la que no hay pluripartidismo, ni prensa libre, ni libertad de conciencia, y en la que se reprime con violencia a la oposición, no puede ser considerada, bajo ningún punto de vista, una democracia. Ahmadineyad no es solo un sátrapa por presidir un país semejante, sino porque obedece cabalmente al sentido colquial, no histórico, del término: porque gobierna despóticamente. Y sus opiniones no es que "puedan no gustarnos": es que alguien que afirma públicamente que en Irán no hay homosexuales o que el Holocausto no existió (y que, si lo hizo, se quedó corto) solo puede ser calificado de sátrapa, si no de algo peor.
ResponderEliminarAhmadineyad hijo de un herrero de familia muy pobre con su esfuerzo a estudiar en universidad y doctorar en ingeniería. Ha luchado por mejorar las condiciones de vida de los más pobres de Irán, y ha devuelto a los iraníes orgullo y dignidad. Claro que para usted y la burguesía europea eso no cuenta nada solo lo que diga sobre homosexuales o genocidio nazi.
ResponderEliminarCuriosamente, también Mussolini era hijo de un herrero; y Stalin, de un zapatero; y Hitler, de un funcionario de aduanas. El origen de los padres no prejuzga el comportamiento de las personas ni los redime de sus faltas, o de sus crímenes. Por meritorio que haya sido el esfuerzo personal de un dirigente político por mejorar su condición, hay que valorarlo por las políticas que haya promovido y las medidas que haya implantado. Ahmadineyad quizá haya "luchado por mejorar las condiciones de vida de los más pobres de Irán", como podría decirse también de Hitler, de Stalin y de Mussolini (y de Chávez, y de Mao), pero sus resultados han sido catastróficos: casi todo el mundo, menos los fanáticos de la revolución islámica, está de acuerdo en que ha dejado a Irán mucho peor, económica y políticamente, de lo que lo encontró. Su defensa de una política nuclear ha consumido una enorme cantidad de recursos que podrían haberse dedicado a mejorar las condiciones de vida de la población, y han conducido al aislamiento internacional del país, que le ha supuesto cuantiosas sanciones y grandísimas pérdidas económicas, además de incrementar la tensión bélica en una zona que ya es, por sí, un polvorín. El "orgullo y la dignidad" no se consiguen con bravatas, empobrecimiento y represión, sino construyendo un país en el que se garanticen los derechos humanos y la gente viva mejor; en el que los que discrepen de la actuación del gobierno, o de la sociedad de la que forman parte, puedan manifestarse libremente y optar a sustituirlo; en el que no se amenace con destruir a un país vecino y se apoye a todos los terrorismos de la región; en el que la religión no domine las mentes y la vida colectiva. Eso es lo que, para mí, cuenta en la actuación de un líder político. Y la naturaleza perniciosa, más aún, infame de Ahmadineyad se revela en ese último comentario que hace usted, Anónimo: "claro que para usted y la burguesía europea eso no cuenta nada, solo lo que diga sobre homosexuales o genocidio nazi". No sé por qué me asocia usted con la "burguesía europea" (yo soy hijo de un vendedor y de un modista), ni por qué le parece tan detestable. Para Ahmadineyad y para usted, Anónimo, cualquiera que critique al régimen ya es un "burgués europeo", es decir, alguien muy malo, muy rico y deliberadamente ciego a los grandes logros de la revolución iraní. Pues no: no hace falta serlo para considerar que la gran cultura persa se ha empobrecido enormemente con esa teocracia opresiva y personajes siniestros como Ahmadineyad. Y, por último, una obviedad: lo que dice alguien revela lo que piensa. Y que alguien diga que en Irán no hay homosexuales o que el genocidio nazi no ha existido, demuestra que no piensa: que su pensamiento ha sido destruido por los prejuicios y el fanatismo. Alguien así no puede presidir un país; y, si lo hace, pobre país.
EliminarÉsa es la clave: en España nos pierde la pulsión antagónica, tratar de enfrentarnos al entrevistado como si fuésemos el interlocutor de una discusión privada. Esa asepsia inteligente británica, ay, qué delicia. Normal que una civilización como ésta haya inventado algo tan grande comoel cricket.
ResponderEliminarPD: ¿Gabilondo? Ejem, siempre recuerdo en estos casos su famosa 'entrevista' a Felipe González, cuando se ventilaba el asunto del Gal. Ahí no había ni asepsia british ni tampoco antagonismo cañí, sino el más puro lacayismo al servicio de la causa.
Quizá aquella entrevista no haya sido la mejor de Gabilondo, querido Johannes, pero a mí me pareció tremendo que, en aquellos años, alguien se atreviera a preguntarle al presidente del gobierno si había urdido, o colaborado en urdir, una trama criminal. La respuesta solo podía ser una, no, pero el hecho de que se lo preguntara, al inicio de la entrevista, sin tapujos, y por televisión, me pareció una pequeña catarsis. Las catarsis son buenas y, a veces, hace falta mucho valor para promoverlas.
EliminarPues yo lo veo más como una forma de quedar bien con todos: con los espectadores, al hacer la pregunta, y con Felipe, al quedarse ahí, parado en ese 'no', sin plantearle evidencias o contradicciones. Muy lejos de, por ejemplo, todo un Paxman, que jamás se habría quedado quieto parado en ese 'no' sino que habría profundizado, sin duda.
EliminarPaxman no tiene parangón, desde luego. Y ojalá hubiera alguien (o muchos) como él en España. Pero sigo creyendo que Gabilondo es uno de los periodistas más reflexivos y aceptables que tenemos. Y me consta que le gusta el críquet.
Eliminar¿¿A Gabilondo le gusta el cricket?? Imposible, el cricket sólo gusta a dos españoles: Iñigo Gurruchaga, corresponsal de Vocento en Londinium, y un servidor.
EliminarAh, grande Jeremy Paxman. Véase un extracto de su célebre entrevista a Michael Howard (esto lo vi yo en directo y me quedé lelo):
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=1KHMO14KuJk
Abrazo, J12
He visto el enlace que has enviado y muchos otros videos de Paxman en youtube. ¡Es un crack! ¿Por qué no hay alguien así en España?
ResponderEliminarBesotes.
Un poco de información adicional para el sr. Anónimo:
ResponderEliminarhttp://internacional.elpais.com/internacional/2014/02/10/actualidad/1392017367_847619.html
Aunque claro, sin duda un periódico como "El País" (en muchos aspectos criticable, como es lo propio en sociedades libres) le parecerá a ese anónimo suyo la gacetilla idónea para burgueses europeos como usted y como yo.
Sorprende que haya gente que no entienda que asesinar poetas, o a cualquiera, y perseguir a adversarios políticos, entre muchos otros desmanes como se cometen en Irán, no es propio de países civilizados. Persia no tendrá solución mientras estas tropelías cuenten con el apoyo, o la comprensión, de los ciudadanos.
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