miércoles, 4 de junio de 2014

El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014) e Insumisión (todavía)

Hoy vuelvo a España, pero no a Barcelona, sino a Madrid, donde se concentran algunos actos literarios en los que he de participar. El día está cubierto en Londres y no me apetece volar. De hecho, nunca me apetece volar. Cuando estoy aquí, estoy bien aquí, y me da pereza volver. Cuando estoy allí, estoy bien allí, y me da pereza volver. Esto es un lío. Además, llegaré tarde a Madrid, casi a medianoche, y eso me da más pereza todavía. Pero uno aún cree en presentaciones y lecturas, en ferias y mesas redondas; o, si no cree, aún tolera que existan. Mañana, jueves, a las ocho de la tarde, en el Centro de Arte Moderno, presentaré El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014), publicado en la colección Transatlántica/Portbou, que dirige Juan Soros, de Amargord Ediciones. Decidí darle el título de uno de mis poemarios, aparecido en Bartleby Editores en 1999, porque es del que me siento más satisfecho -titular es una tortura para mí: si no se me ocurre uno casi sin pensar, como en una iluminación, puedo picar piedra durante años sin dar con ninguno que me convenza-; porque creo que sintetiza bien los ejes centrales de mi poesía: cuerpo y desazón, materia y muerte; y porque autores a los que admiro así lo han hecho, como Manuel Álvarez Ortega, que tituló Despedida en el tiempo una de sus antologías, publicada en la colección Signos, de Huerga & Fierro, recuperando para ello el título de un espléndido poemario suyo aparecido en 1967. El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014) cuenta con un prólogo estupendo de Jordi Doce (y no digo que sea estupendo por referirse a mi poesía, sino por haber sido escrito por Jordi), que será, asimismo, el presentador del acto, y con un epílogo mío, titulado -me temo que, como decía, con escasa brillantez- "Una poética y algo de historia", en el que intento dar cuenta de las razones y la evolución de mi dedicación a la poesía durante estos veinte años. Lo cierto es que, al acercarse 2014, me sentí seducido por el simbolismo de los números redondos, y pensé que quizá valdría la pena celebrar tanto tiempo de escritura con una antología de mi poesía, la primera que iba a dar a la imprenta. Siempre me ha fascinado la facilidad, y hasta la frecuencia, con que muchos poetas publican antologías, como si la historia -o, más bien, la actualidad- de la literatura no pudiera prescindir de esa selección constante, de esa depuración canónica, decantada, casi siempre, por los propios poetas. Aún es peor con las obras completas: autores conozco que las han dado a los treinta y cinco años. Yo no he hecho, hasta hoy, ni una cosa ni otra, y, en lo que respecta a mi poesía completa, espero no hacerlo hasta dentro de mucho tiempo, o quizá nunca: publicarla es fabricarse un sarcófago. Gracias, pues, a la generosidad de Juan Soros y de Amargord Ediciones, El corazón, la nada (Antología poética 1994-2014) se vestirá mañana de largo, para iniciar una andadura que la llevará, inexorablemente, a donde van casi todos los libros de poesía: a las manos de una exigua minoría de lectores. Mi esperanza ahora es que sean buenos. Si no sonara a engreimiento, diría que estoy seguro de que lo serán.

El viernes incurro en otro acto ritual: una firma de ejemplares de Insumisión, en la caseta de la editorial donde se ha publicado, Vaso Roto, en la Feria del Libro de Madrid. Será entre las seis y las ocho de la tarde. Resulta un poco extraño que firme un libro que ya no es mi último libro, pero los azares editoriales lo han querido así. Hasta ahora, he participado en dos firmas de ejemplares: de Cuerpo sin mí, que se publicó en Bartleby; y de Bajo la piel, los días, en Calambur. Mi última visita a la Feria fue, pues, hace cuatro años. No guardo de esas experiencias un recuerdo particularmente amable, aunque no fueron de lamentar. Como sabe cualquier poeta que haya participado en el evento y que no sea Luis Antonio de Villena, firmar ejemplares en la Feria consiste en no firmarlos, o en apenas firmarlos, un agravio que se hace terriblemente comparativo cuando a tu lado, en la misma caseta, se han instalado autores que sí lo hacen. Y, si esos autores lo son de libros de autoayuda o cocineros que divulgan los secretos de sus fogones, el quebranto del amor propio será colosal. Recuerdo que, uno de esos años en los que participé en la Feria, en una caseta vecina firmaba Ibáñez, el dibujante de Mortadelo y Filemón: la cola de los que aspiraban a una dedicatoria era soviética. Pese al respeto que siento por los agentes de la T. I. A., que me han proporcionado algunos de los ratos más divertidos de mi infancia, en aquel momento me invadió un odio africano por Ibáñez, que se hinchaba a firmar tebeos, mientras yo lo veía, desde mi pecera, anaranjado de envidia, como un pez payaso, esto es, como uno de esos bichos escamosos encerrados en los estanques de la ciudad, a cuyo lado pasa la gente sin reparar siquiera en que existen. En aquella edición, creo que firmé dos libros; en la de Bajo la piel, los días fue mejor: media docena. Pero conozco a compañeros que no han firmado ninguno: que, simplemente, han permanecido en la urna, solos, viendo pasar a gente, viendo pasar la tarde, hasta que otra víctima, a la hora establecida, ha ocupado su lugar en el taburete, que es más bien un cadalso. Un año en el que no estaba invitado, pero en el que pasé algunas horas curioseando en los puestos y comprando alguna novedad, reconocí en uno de ellos, modestísimo, a un poeta manchego, ya mayor, que se entretenía autografiando folletos y libros, para así tener ya el trabajo hecho cuando se los pidieran. Pero no se los pedía nadie. En el tenderete solo estaba -y solo estuvo- aquel casi anciano, que, pese a llevar traje, parecía que acababa de salir de una era. Y me dio una pena infinita su soledad, su aire agropecuario y su forma de ocuparse, garabateando papeles que nadie compraba y que, probablemente, nadie quería leer. Aun firmando pocos o no firmando ninguno, el viernes confío en ver a un puñado de amigos. Es una de las pocas compensaciones de una actividad tan inactiva: que los colegas se acerquen al patíbulo y charlen un rato con el supliciado. Así no sufrirá tanto con la evidencia de que no vende tantos ejemplares como Ibáñez; ni siquiera como ese investigador de lo paranormal que ha demostrado, en un libro reciente, que los extraterretres existen, y que son de Mondoñedo.

1 comentario:

  1. Pues yo no podré acercarme a darte un poco de charla, eduardo, pero estaré pensando en ti, no lo dudes. ¡Y cómo entiendo lo que dices de lo firmar -o no- ejemplares!
    Abrazo.

    ResponderEliminar