miércoles, 6 de noviembre de 2013

Transporte de animales vivos

Así se titula otra novedad literaria que me llega desde España, el último poemario de José Antonio Llera, publicado en la colección "Libros del caos", de Aristas Martínez Ediciones, con ilustraciones de Paco Nadie. Caos, aristas, nadie: una afortunada síntesis nominal del contenido del libro. No recuerdo muy bien cómo conocí a José Antonio, pero sí sé que somos amigos desde hace años. Yo lo admiro como poeta y como ensayista: reúne ambas facetas con brillantez, y eso es raro en un país en el que solo destacamos, si es que llegamos a hacerlo, por una cosa: si se es buen editor, por ejemplo, no se puede escribir bien; si se hace crítica con solvencia, el verso ha de ser menor; si, en cambio, se compone buena poesía, las demás labores serán ancilares o secundarias y, por lo tanto, prescindibles. José Antonio me contaba hace poco que siempre le ha resultado más fácil publicar sus libros de ensayo que sus poemarios. Y eso solo se explica por el encasillamiento, consciente o inconsciente, que todos practicamos: tabular a las personas, y a las cosas, nos facilita la vida: nos evita seguir pensando, que es muy cansado. José Antonio es un magnífico investigador de la literatura española: ha publicado monografías críticas sobre Julio Camba, Cernuda, Cervantes y Lorca, entre otros autores y materias. Basta esa lista de nombres para saber de su excelencia: la entidad del crítico se define, entre otras cosas, por la de sus criticados. Y cualquiera que lea sus páginas se dará cuenta sin tardanza de la densidad que las sostiene, de la precisión y el rigor con los que se formulan las ideas, de la amplitud de su intuición estética, de su espíritu de poeta, filtrado por el cedazo de la ciencia. No en vano José Antonio es profesor de Teoría de la Literatura de la Universidad Complutense de Madrid. Su figura, la de un investigador joven que aúna la creación y el pensamiento, y que se aplica al análisis de las obras literarias con los instrumentos de la filología moderna y la paciencia de un humanista del Renacimiento, debería ser objeto de apoyo, y hasta de veneración, en España, donde no abundan, es más, donde escasean clamorosamente, y en cuyo lugar prosperan los charlistas groseros, los críticos mucilaginosos, los ensayistas que nunca han ensayado una idea propia y los profesores que ahuyentan a aquellos a quienes deberían enseñar. Me interesa subrayar un nombre de la lista antes mencionada: el de Julio Camba, uno de los mejores prosistas del siglo XX español. A José Antonio, como a mí, le fascina el verbo exacto y desnudo, acerado en su desnudez, flexible y sin engreimiento, del gastrónomo y satirista gallego; un verbo que muchos reputan golpeante por su propia claridad, y que lo es, gozosamente. Incluso me atrevería a decir que Camba representa, de algún modo, el ideal de literatura que José Antonio pretende alcanzar, y también yo, aunque desprovisto de sus servidumbres ideológicas, tan conservadoras siempre. Su interés por el humor se extiende a la mítica revista La Codorniz o al epistolario de Miguel Mihura, que también ha estudiado: el humor no es sino una forma extrema de apurar el lenguaje, un modo, al alcance de muy pocos, de afilarlo como a un lápiz: de extraerle todo el partido, toda la hiel. Pero, como he dicho ya, José Antonio Llera es también, o sobre todo, poeta. Cuenta, hasta el momento, con cuatro poemarios publicados: Preludio a la inmersión (1999), El monólogo de Homero (2007), El síndrome de Diógenes (2009) y este Transporte de animales vivos, recién aparecido, sostenido por un versículo muy extenso, que se aovilla en párrafos, y estos, a su vez, en una suerte de poema en prosa. Son composiciones de una intensidad inusual, fundamentadas en una palabra que nunca dice otra cosa que la que dice, aunque ello no impida la polisemia; es más: la promueve casi sangrantemente. El lenguaje de José Antonio Llera es firme, plástico, matemático, multilateral; granado de alusiones científicas y culturales, que se despiertan en la superficie de las cosas inmediatas y los recodos del fluir cotidiano, es a veces gamonediano y a veces isabelino; con dúctil sobriedad, conjuga lo tangible y lo irracional, lo visionario y lo técnico: ningún onirismo, aunque los hay, y muy hermosos, empañará la necesidad de llamar a las cosas por su nombre, por el nombre que las define con dolorosa exactitud. Transcribo uno de los poemas de este novísimo Transporte: 


ESCRIBIMOS

Escribimos, pero alguien nos robó la grasa azul de los ungüentos, el aroma de esos perseguidos que se nos cruzan en la avenida, clandestinos como el papiro manchado por los demonios.

Sea de ese modo nuestra suerte.

¿Llegamos tarde con la tinta o todo se ha convertido en espejismo, antílope que despereza su cuello y su ardor entre las adelfas?

El cursor nos separa la boca de la pila bautismal. Un loco aplasta su cigarrillo a deshora, en el umbral del alba.

Recojo las lágrimas de la campesina que no vende sus limones, las de aquella mujer que ve pudrirse su amor como las fresas golpeadas por el pedrisco.

Escribimos. Contra falsas deliberaciones, tomo cada día una metadona, mi fruta sin pelar. Aguanto de pie sobre el hormiguero.

2 comentarios:

  1. José Antonio Llera6 de noviembre de 2013, 9:58

    Muchas gracias, Eduardo, por tus palabras, que desprenden afecto e inteligencia. Un fuerte abrazo desde Madrid, donde espero verte pronto.

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  2. Me ha encantado esta entrada. Saludos,

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