miércoles, 5 de marzo de 2014

Abelardo ataca de nuevo

Yo, lo prometo, no quería continuar con esta polémica. Primero, porque, a diferencia del editor Linares, no disfruto con las trifulcas y, segundo, porque discutir con alguien como él, por motivos tan nimios, me abruma de melancolía. Por eso, porque no me apetecía seguir, no publiqué ayer en mi blog el comentario que me había mandado y que acaba de colgar en la página de facebook de su editorial. Tenía la esperanza de que cumpliera su palabra y diera por terminada la polémica (teniendo en cuenta que él la empezó, no habría sido un mal gesto), pero esperar de alguien como el editor Linares que haga honor a lo que anuncia es como esperar de las ranas -las perezosas que croan en el estanque de la tradición y las otras- que críen pelo.

Lo primero que sorprende es que alguien como el editor Linares dedique tantas horas a estas minucias: a leer un artículo (largo) de alguien a quien no conoce, a averiguar que su autor tiene un blog, a visitarlo y leer varias entradas, a escribirle luego a ese autor para señalarle una necedad, a estar pendiente de su blog para ver si publica su tontería, a volverle a escribir para amenazarle con difundirla si no lo hace, y, finalmente, a pergeñar una entrada como esta. Se conoce que al editor Linares le sobra el tiempo y la mala uva. Lo segundo es ampliamente conocido; lo primero, no tanto, aunque me lo habría podido imaginar, a la vista de su indigencia intelectual: solo alguien que no lee, y que dispone de muchas horas libres, puede escribir como escribe y razonar -es un decir, claro- como razona. En cualquier caso, aflige que los supuestos editores relevantes de este país se dediquen a estos menesteres, en lugar de preocuparse por lo que debería interesarles, a ellos y a nosotros: favorecer el diálogo cultural, mejorar la edición, promover la literatura. Cuando nos quejamos del triste estado, en muchos sentidos, de las letras en España, hay que recordar que los responsables de que sea así son personas como el editor Linares.

Debo reconocer que me ha interesado averiguar el motivo de la súbita inquina del editor Linares: una entrada de mi blog, sobre los enemigos literarios, en la que catalogaba como uno de ellos a cierto crítico de Oviedo, al que dedicaba, según el editor Linares, "insultos y alusiones homofóbicas". Eso, y que no me atreviera a mencionar el nombre del crítico aludido, fue, dice, lo que le "movió a comentarme algunas de las carencias" de mi artículo en Cuadernos Hispanoamericanos. Acabáramos: el editor Linares ha actuado, como el capitán América, en defensa de un amigo ultrajado. La bondad lo mueve, sin duda: la elegancia y la caballerosidad. Debo admitir, sin embargo, que hay un punto de verdad en lo que dice: el crítico al que yo me refería en mi blog y el editor Linares están hermanados por algunos rasgos de personalidad, humana y, digamos, intelectual, que ya señalé en mi entrada, y que no voy a reproducir aquí. Se comprende que actúen al unísono: al crítico en cuestión le ha faltado tiempo para colgar la réplica del editor Linares en su blog, siguiendo una tradición de referencias despectivas cuyo último eslabón es este (ahora, con el adlátere Cereijo, ya son tres los que me discuten, sin contar a esos gallardos personajes que se escudan en el seudónimo o el anonimato para insultar). Lo que sí es curioso y muy revelador es que el editor Linares insista en el "atrevimiento": eso mismo me dijo en su segundo mensaje: que no me "atrevía" a publicar su comentario. En el caso del crítico criticado, era innecesario hacerlo, porque, como el propio editor Linares reconoce, resultaba perfectamente reconocible. Pero, sin cuidarse de la contradicción que encierra su afirmación -la contradicción, como cualquier otra higiene racional, es algo que el editor Linares desconoce-, sigue avanzando. Él concibe las relaciones intelectuales muy hispánicamente, como una cuestión de pelotas: ¿a que no te atreves, eh?, parece decir a cada paso. El mismo espíritu tabernario que motiva sus objeciones inflama sus asertos. No extraña, pues, que en él todo discurra por un pedregal de chulerías, en el que parece encontrarse muy a gusto. Solo un detalle más en relación a la entrada que motivó el paso al frente del editor Linares: no contiene lo que yo tengo por insultos, ni muchos menos "alusiones homofóbicas". Lo que describo en la entrada no es una alusión homofóbica, sino un hecho. Y, aunque no tengo que defenderme de una insidia como esta, remito al editor Linares y a los interesados en conocer mi opinión sobre la homosexualidad a otra entrada de mi blog, "Alan Turing, el homosexual", del 30 de diciembre de 2013. Al editor Linares le gusta husmear en blogs de gente de la que no ha oído hablar; confío en que siga haciéndolo.

Tras algunas divagaciones sin interés, llegamos al que se supone que es el meollo de su discrepancia: la poca seriedad y la pobreza estilística, en su opinión, de mi artículo sobre González-Ruano. Siguiendo una tradición en la que el editor Linares es maestro, hay que sobreponerse primero a ese "pie" acentuado con el que inicia el párrafo. El editor Linares colecciona faltas de ortografía, pese a lo cual no ha aceptado mi oferta de remitirle algún manual básico de lectoescritura: como veo que lo necesita, que sepa que la oferta sigue en pie (sin tilde). Otro detalle resulta muy ilustrativo en ese sintagma: dice que mi trabajo tiene "77 notas a pié (sic) de página". En realidad, tiene 79, como consta en el cuerpo del escrito, pero en la relación de notas, al final, se ha deslizado una errata y, en lugar de la 78 y 79, se repiten los números 76 y 77. La última, pues, de esa relación es la número 77, que es en la que se ha fijado el editor Linares. Y eso solo puede significar que el editor Linares, en realidad, no ha leído el artículo, porque, si lo hubiera hecho (hasta el final, al menos: no solo picoteando con el afán de detectar errores que uno está ansioso por detectar), habría advertido que el texto tiene 79 notas, y no 77.  Con la autoridad moral que le concede su acreditado dominio del idioma castellano, su profundo conocimiento del objeto de crítica y su ecuanimidad de juicio, el editor Linares se lanza a continuación a rebatirlo. Para ello recurre a un verdadero aluvión de datos: dos. Menciona de pasada "la equivocación de EM al nombrar el primer libro de Ruano y adscribirlo al género poético", pero ya no insiste en ella, quizá porque haya deshinchado algo su objeción el hecho de que el responsable de la edición de la poesía de Ruano publicada por Renacimiento también adscribiera ese poemario inaugural al "género poético", junto con muchos otros críticos, entre ellos José Luis García Martín, su dilecto amigo, y de que los textos que lo componen sean poemas en prosa, y, en algún caso, hasta versales. El editor Linares se empeña en descalificar el artículo utilizando lo único que sabe utilizar: la superficie, es decir, los títulos. El contenido del trabajo solo le merece una vaga consideración sobre la falta de seriedad y la pobreza expresiva. Pero vayamos por partes, como diría Jack el Destripador: abriéndonos paso por un confuso párrafo, parece concluirse que el editor Linares no aprueba que yo haya hablado de una primera edición de Fervor de Bilbao, titulada Canto dinámico a Bilbao, ni que le haya asignado un título (ah, los títulos, siempre los títulos) incorrecto, Fervor de Bilbao. Visión arbitraria de un príncipe católico. Bien. He aquí la relación de poemarios de González-Ruano que da su admirado José Luis García Martín en su Poetas del Novecientos: entre el Modernismo y la Vanguardia: (Antología). Tomo II: De Guillermo de Torre a Ramón Gaya: "Canto dinámico a Bilbao, Madrid, edición del autor, 1925; Viaducto (Epopeya inconexa y simultánea de 1920), Madrid, Ediciones Tobogán, 1925; Fervor de Bilbao, Madrid, edición del autor, 1925" (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/poetas-del-novecientos-entre-el-modernismo-y-la-vanguardia-antologiatomo-ii-de-guillermo-de-torre-a-ramon-gaya--0/html/000de8d0-82b2-11df-acc7-002185ce6064_8.html). Y este es el título del poemario según Juan Lamillar, responsable de Ángel en llamas, la antología de la poesía de González-Ruano publicada por Renacimiento: Fervor de Bilbao. (Visión arbitraria de un príncipe católico) (p. 307). Que el editor Linares reproche a otros lo que él mismo ha publicado en su editorial, o lo que hacen los amigos cuya defensa ha abrazado con fervor, revela algunas cosas: la primera, que no lee, algo que está claro desde su intervención inicial (y que confirma su habilidad ortográfica), pero que no lee ni siquiera lo que publica él mismo, lo que hay que reconocer que constituye un ejercicio de virtuosismo de la ignorancia; y la segunda, que sus verdaderas intenciones no son criticar la labor ajena, sino el vituperio personal, que selecciona, malévolamente, entre los nuestros y los otros, entre los adláteres y los que no lo son. La segunda menudencia -eso reconoce el propio editor Linares que son sus reparos- es mi afirmación, al hablar del Ruano novelista, de que la "trilogía [de Ruano] A todo el mundo no le gusta el amarillo data de 1961", porque, dice, ni es trilogía ni es novela, sino "novela corta". El genio del editor Linares, que yo creía insuperable, raya aquí a una altura portentosa. Así define "trilogía" el diccionario de la Real Academia España: "conjunto de tres obras literarias de un autor que constituyen una unidad". ¿Y qué es A todo el mundo no le gusta el amarillo?: un conjunto de tres obras literarias -"A todo el mundo no le gusta el amarillo", "La canción del recuerdo" y "La carta"- de un autor -César González-Ruano- que constituyen una unidad -A todo el mundo no le gusta el amarillo-. Sin embargo, lo mejor no es que el editor Linares crea que una trilogía no es una trilogía, sino que opine que una "novela corta" no es una novela. Ardo en deseos de que Abelardo me revele qué es, y no dudo de que alguien tan cultivado como él saciará con brillantez mi curiosidad. 


Por último, y para justificar sus nebulosas consideraciones sobre la calidad estilística de mi artículo, el editor Linares se limita a transcribir la primera frase del texto (aventuro que no ha hojeado más allá de la página 13, de las 25 que tiene, más cuatro de notas: esta cita está en la p. 2; la referencia a A todo el mundo no le gusta el amarillo, en la 4; el asunto de De la locura, del pecado y de la muerte, del que hablaba en su primer mensaje, en la 9; y lo de Fervor de Bilbao, en la 13; aunque también le habrá echado un vistazo a la última página, para saber cuántas notas al pie tiene el trabajo), pero se equivoca. No sé por qué, pero no me sorprende. Escribe el editor Linares: “Si no fuera por la certeza de que disfrutaron en vida mucho más que algunos podremos hacerlo nunca, algunas figuras de la literatura suscitan melancolía”, pero la frase dice: “Si no fuera por la certeza de que disfrutaron en vida mucho más de lo que algunos podremos hacerlo nunca, algunas  figuras de la literatura suscitan melancolía”. El error, junto con la baladronada, es el hábitat natural del editor Linares. En todo caso, escribiendo él como escribe, lo que me angustiaría es que me dijera que lo que escribo yo le gusta: sería hora entonces de echarlo todo a la basura.


Acabo ya, porque esto está resultando demasiado largo. Lo haré con una última reflexión, aunque sea innecesaria, a mi juicio, por evidente, pero parece que a gente como el editor Linares hay que recordarle lo evidente. El editor Linares insiste en sus zoqueterías apelando a la suposición de que no he consultado todas y cada una de las primeras ediciones de la poesía de Ruano, y con ello cree haber descubierto algo muy grave y que está muy feo. Habrá que repetir, pues, que hay diferentes niveles de intensidad en el trabajo filológico, como en cualquier trabajo, y que mi propósito con el artículo debatido no ha sido llevar a cabo una investigación exhaustiva, ni mucho menos bibliográfica, de la poesía de Ruano, sino ofrecer una panorámica general de su obra lírica en relación con algunos aspectos de su vida, tan turbulenta en determinados periodos, como vocea su título, "Sobre la poesía y la vida de César González-Ruano", y como se desprende, también, de la bibliografía del trabajo, donde solo aparecen, bajo la autoría de Ruano, las antologías poéticas consultadas, su Diario, sus Memorias y su Antología de poetas españoles contemporáneos en lengua castellana, lo que no significa que no haya recurrido, cuando me ha parecido oportuno, a las ediciones originales, ni que el trabajo no sea serio, si lo son las antologías manejadas, una de las cuales ha sido publicada por el editor Linares. Es decir, el editor Linares, en dos más de sus tautológicas insensateces, me acusa de no haber hecho lo que en ningún momento he pretendido hacer, y se acusa a sí mismo de falta de seriedad, aunque ni siquiera se dé cuenta. Pero es que el editor Linares es un crac de la lógica, un campo del conocimiento en el que demuestra tanta pericia como en tantos otros: la ortografía, el buen gusto poético, la capacidad lectora, la filología en general y el matonismo. Un fiera, el editor Linares.

Y, la verdad, no sé qué pinta tiene el editor Linares: una vez quisieron presentármelo en Barcelona, pero salí corriendo. Si su apostura física se corresponde con su prestancia intelectual y su encanto personal, puede creerme si le digo que una mirada lúbrica suya no solo me abochornaría, sino que me haría temblar de espanto. 

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