Hay personas que llevan la literatura consigo.
Pueden dedicarse a muchas cosas, pero nunca abandonan el consuelo de la
lectura, el cuidado y el amor por la palabra, y, también, el gusto por la
edición elegante y rigurosa. Una de esas personas es Juan Luis Calbarro, que ha
sido crítico de arte y es, desde hace varios años, portavoz de UPyD en las
Islas Baleares, pero que mantiene una multiforme trayectoria literaria, siempre
al amparo de una concepción de la literatura alejada de la alharaca y el oropel
y de toda sumisión a los fastos, a menudo vacíos, cuando no estúpidos, de la
sociedad letraherida. Autor de plaquettes
y dos espléndidos poemarios, Sazón de los
barrancos (2006) y Museos naturales (2013),
de biografías y ensayos literarios, como Apuntes
sobre la ideología en la obra de César Vallejo (2003), y de compendios de
críticas de arte y artículos políticos, ha dirigido también una revista
literaria, Perenquén, la brevedad de
cuya vida no desmiente una calidad sin fisuras y una inverosímil belleza.
Calbarro vive ahora en Brighton, a donde lo han llevado cuitas familiares y un
constante espíritu de exploración, y en la ciudad de Sussex, empujado quizá por
la melancolía de las brumas o el carácter espartano de los ingleses, ha
decidido crear una editorial. Con no demasiado atrevimiento, pero, sin duda,
con irreprochable precisión geográfica, la ha bautizado como Los papeles de Brighton. Los riesgos de un negocio así, dedicado sobre todo a
la publicación de poesía y ensayo, y que más probablemente conducen a la
quiebra que a la gloria, disminuyen gracias a un modelo de gestión nuevo,
consistente en la edición digital a demanda, que reduce los costes de impresión
y suprime los de almacenamiento y distribución. Tiene el inconveniente de que
el libro no existe en librerías, y, por lo tanto, de
que nadie lo comprará por encontrarlo en los estantes de novedades, sino por que
sepa antes de su aparición. Ahí entra en juego, con un protagonismo decisivo,
la actividad de publicidad y promoción que pongan en marcha tanto la editorial
como el autor. Ciertamente, los libros de Los papeles de Brighton no
se verán en librerías, pero tampoco se ven apenas los publicados según el
modelo tradicional; y, si lo hacen, es en un puñado de ellas y durante un
tiempo brevísimo. Luego, con suerte, quedará un ejemplar en el fondo de la
librería, si es que la librería tiene fondo, y, por fin, desaparecerá,
fulminado irremisiblemente por el horror de todo editor: la devolución.
Entonces, en el caso de que uno todavía tenga interés en comprarlo, solo podrá
encargarlo, esto es, lo mismo que hará, desde el principio, con los libros de Los
papeles de Brighton, con la
desventaja de que tardará semanas o meses en recibirlo, si es que llegan a
enviárselo, mientras que estos, remitidos por la misma plataforma digital en
que se publican, estarán en su buzón en pocos días. En dos o tres meses de
existencia, Los papeles de Brighton ya
han alumbrado cuatro volúmenes: Siete
sonetos piadosos, del reverendo padre Carlos Juliá Braun, con un breve
proemio del muy ilustrísimo y reverendísimo archimandrita católico
greco-melquita de Sfakiá (Creta), Arkadios González, en cuya portada se
reproduce el rostro del Éxtasis de Santa
Teresa, de Bernini, que quizá justificaría su remisión al no menos ilustre
ministro del Interior español, el cual ha declarado públicamente que Santa
Teresa intercede en el cielo por España en estos tiempos recios, hermanándose
así, en especulaciones ultraterrenas, con otro prócer de la intelligentsia internacional, el
presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, que manifestó estar convencido de que
Chávez había persuadido al Espíritu Santo para que nombraran Papa a un cardenal
argentino; Diez artistas mallorquines,
una recopilación de críticas de arte del propio Juan Luis Calbarro; Poesía incompleta, de Julio Marinas, un
volumen recopilatorio de la obra de este autor zamorano, tan sugerente como
poco conocido; y Aguapié, de Luis
Ingelmo, uno de los mejores traductores españoles actuales de literatura en
lengua inglesa, pero también un narrador y un poeta de fuste, que sabe aunar lo
metafísico y lo cotidiano, a Borges y a Bukowski. Pronto a aparecer está asimismo
Bajo las sábanas, de Carlos Jover, un
desgarrado y, a ratos, hermosamente sucio libro de no sabemos muy bien qué, si
poemas o relatos, o ambas cosas, o ninguna. Todos estos libros constituyen
apuestas por una literatura anómala, agresiva en su contenido y en sus formas,
pero ultimada a la sombra de un dignísimo recato, porque nada que valga la pena
se hace con vociferación, y asumida por un editor que hace lo que siempre
deberían hacer los editores: descubrir, atreverse, desconcertar.
No tendría palabras si no fuera porque tengo una: ¡gracias!
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