Así se titula uno de los más recientes libros de Javier Sánchez Menéndez, poeta y editor de La Isla de Siltolá. Me lo hizo llegar, junto con otras novedades de la editorial, en su último envío, poco antes de volver yo a Inglaterra. Por complacer a mis superiores es una antología de su poesía, desde Motivos, publicado en 1983, hasta Cartoons, una plaquette fechada en 2011, a la que se suman seis poemas inéditos. Entre ambos, figuran muestras de otros siete poemarios, lo que configura una obra amplia, pero en constante penumbra, con un gran silencio poético -que no sé si calificar de bache- entre La muerte oculta, de 1996, y Una aproximación al desconcierto, de 2011. Las desapariciones poéticas no son infrecuentes. La más famosa quizá sea la de Rimbaud, el cual, luego de revolucionar la poesía moderna -aunque eso todavía no lo sabían sus contemporáneos; solo él-, se fue al Cuerno de África a traficar con armas y, probablemente, con esclavos. Para cuando el mundo se enteró de lo que había escrito, él exclamaba "¡merde!" si le mentaban a la poesía. Hay paréntesis menos aventureros, aunque no menos dilatados: José Hierro se pasó casi treinta años sin publicar ni un verso nuevo entre Libro de las alucinaciones, de 1964, y Agenda, de 1991; Angelina Gatell, una excelente poeta social, guardó también un abrumador silencio entre Las claudicaciones, de 1969, y Los espacios vacíos y Desde el olvido, una amplísima antología de su obra, que vio la luz en 2000; y, por no irnos tan lejos, mi buen amigo, editor de la fenecida DVD y asimismo excelente escritor Sergio Gaspar, se retrajo igualmente de toda publicación entre Aben Razín, que se remonta a 1991, y Estancia, aparecido en 2009. Tras sus tres lustros de silencio, no sé si Javier Sánchez Menéndez está intentando recuperar el tiempo perdido, pero lo parece: su ritmo de publicación es elevado, al igual que el de su editorial, que mantiene una producción abundantísima, insólita en esta época de decaimiento; y su blog también bulle de actividad. Las entradas de La vida al filo de la espada -así se llama la bitácora- destilan una extraña aspereza, pero también una íntima indefensión. Se diría que son ácidas porque quien las escribe se siente desvalido. Y así sucede también, me parece, con su poesía. "Por complacer a mis superiores" es un verso de Nicanor Parra, una de las influencias, reconocida y reconocible, más importantes de su obra, junto con Antonio Colinas y Juan Ramón Jiménez. No es una mala tríada. Los poemas de Javier son oblicuos y austeros, narrativos pero con alguna porción de bruma, inclinados a la coloquialidad, pero sin abandonarse completamente a ella. La experiencia del amor y la irradiación de la cultura en la sensibilidad y en el mundo son sus temas esenciales. Esto último no deriva, en cambio, en culturalismo: las referencias a la literatura y al arte, las reflexiones metapoéticas, la influencia de lo anglosajón, se entrelazan en una conciencia indócil, inquisitiva, que las manipula como elemento de construcción, pero también de cuestionamiento. Y nunca dibuja un espacio exclusivo: la cultura son también los dibujos animados, las canciones pop, la televisión, los juegos de cartas. La persecución de la belleza es reconocible, pero también problemática, sometida a una cotidianidad feroz y a una subjetividad líquida. En general, los poemas de Javier revelan un yo atento a su fragilidad, que la analiza con cautela y algún asombro, pero que no duda en exponerla ante nuestros ojos, como quien airea una sábana. Un yo entregado a la exploración minuciosa de los sentimientos y a la contemplación lacerante de su ambigüedad: del dolor y el placer que nos causan; de la sorpresa y la incomprensión que suscitan. Por complacer a mis superiores se me antoja una reunión de sucesos que el yo lírico no acaba de entender, pero que nosotros comprendemos bien; de exclamaciones ante lo que le deslumbra o le desborda, pero siempre lacónicas, contenidas, como si se hubieran enredado en su mirada y en su voz, como si no pudieran desasirse de una interioridad analítica, que, no obstante, reconoce su fracaso. El mundo expuesto en la poesía de Javier es un mundo al que se desea amar, pero que no se deja amar; y el yo que desea amar es un yo angustiosamente consciente de lo que le impide hacerlo: de sí mismo, en primer lugar, de sus debilidades y su insuficiencia, pero también de las ofensas del tiempo, de los errores del ser, de la confusión de todo. Así dice el poema "Snoopy", de Cartoons:
El negro perro blanco
sobre su casa roja.
Heather tiene su pelo
en arce de amor.
Una rama palpita,
mecida por el viento,
con un suave caronte.
Barquero de las sombras,
el dogo ha preferido
el corazón silvestre.
Ropa interior negra,
nada parece todo.
Recuerdos, golosinas,
un hueso y el cuaderno,
la caricia de Charlie.
Blanco parece negro.
El negro perro blanco
sobre su casa roja.
Heather tiene su pelo
en arce de amor.
Una rama palpita,
mecida por el viento,
con un suave caronte.
Barquero de las sombras,
el dogo ha preferido
el corazón silvestre.
Ropa interior negra,
nada parece todo.
Recuerdos, golosinas,
un hueso y el cuaderno,
la caricia de Charlie.
Blanco parece negro.
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