martes, 18 de marzo de 2014

José María Cumbreño y La temperatura de las palabras

Antes de volver a Londres, tuve tiempo de recibir algunos libros en Sant Cugat. Pedí algunos ejemplares adicionales de mi recientemente publicado La pasión de escribil (que ya empiezo a ver transcrito por ahí, como me temía, "La pasión de escribir", al igual que este blog se convierte, en ocasiones, en "Crónicas de Inglaterra"), y Javier Sánchez Menéndez, con su acostumbrada generosidad, metió en el paquete varias de las novedades de La Isla de Siltolá, que sigue manteniendo un ritmo de publicación insólito entre las editoriales españolas. Entre esas novedades figuraba La temperatura de las palabras, de José María Cumbreño. Chema Cumbreño es un escritor bien conocido, tanto por su trayectoria como poeta como por su más reciente actividad editorial. Desde hace algunos años, es el responsable de Ediciones Liliputienses, una colección de poetas hispanoamericanos -y también algunos españoles-, caracterizados por la audacia y la singularidad de sus propuestas. El formato de los libros, breve -aunque alguno hay que es más bien laputiense-, y el carácter artesanal de la empresa la sitúan en un ámbito ajeno a los grandes circuitos empresariales, si es que algo así existe en España. Pero, en ese lugar periférico y con esa actividad igualmente periférica, por no decir marginal, Ediciones Liliputienses ha sabido hacerse un hueco en la conciencia de los lectores, a base de sentido común, mucha insistencia -que es fundamental para el éxito de cualquier proyecto- y, sobre todo, poemarios de calidad. En Hispanoamérica, ciertamente, hay un oferta casi inagotable de poetas merecedores de atención, aunque también hay que saber identificarlos en una turbamulta de autores que no lo son; y eso Cumbreño lo hace con buen ojo. (También habría que propiciar algo parecido a Ediciones Liliputienses en el continente americano: un sello dedicado a promover la poesía española; siempre me ha sorprendido el desinterés con el que se la acoge al otro lado del Atlántico, como si nada de lo que se hiciera en la península valiese la pena). José María es también conocido por su pugnacidad, en el sentido más noble del término, es decir, por el vigor con el que defiende su concepto de la poesía y la necesidad de que las mejores manifestaciones de la literatura permeen la vida cultural extremeña y española. José María es un activista cultural y un reivindicador nato, y ese carácter, tan escaso pero tan necesario, se advierte con claridad en su blog, (Casi) diario de José María Cumbreño, al que pertenecen los textos agrupados en La temperatura de las palabras, que ha visto la luz en la colección "Álogos" de La Isla de Siltolá, destinada a dar cabida a selecciones de lo publicado en bitácoras. Pero en su blog, y en el libro, no hay solo activismo, sino también humor, que es el mejor lubricante para cualquier protesta, por ácido que sea, como el que refleja esta entrada, de abril de 2011, "Los poetas emergentes": "Bienaventurados los poetas emergentes, porque suyo será el reino de los ahogados". En la de noviembre de 2009, "Acerca de los jurados de los premios de poesía", en cambio, Chema reflejaba el malestar que sentía por que los que integrábamos el jurado del premio "Ciudad de Cáceres" no fuésemos autores extremeños de origen o de residencia, y reclamaba que así fuera siempre: "ojalá pudiesen todos los premios de poesía contar en sus jurados con escritores que reuniesen estas dos características: ser de la zona (vale lo mismo vivir en ella) y poseer una obra sólida. (...) Porque, si las mismas cinco o seis personas (como ha ocurrido y sigue ocurriendo) forman siempre parte de la mayoría de los jurados de los premios más golosos, lo que se favorece es una única manera de entender la escritura". Al margen de que tres de los cinco jurados del premio eran extremeños o tenían una vinculación directa con Extremadura (como quiero pensar que es mi caso, con una casa en Hoyos), quiero precisar, con algunos años de retraso y sin perjuicio del afecto que siento por José María, que yo, desde luego, no era una de esas cinco o seis personas que han formado siempre parte de casi todos los premios de poesía más importantes: en veinte años de dedicación a la poesía, no he sido jurado en más de ocho o diez ocasiones. Por otra parte, el jurado criticado era una demostración palmaria de que, al menos en DVD, no se favorecía una única manera de entender la escritura: lo componíamos Luis García Montero, Benjamín Prado, Diego Doncel y yo, y salta a la vista que había tanta homogeneidad ahí como en el bar de La guerra de las galaxias. Lo que favorece el monocultivo estético no es el lugar de nacimiento de las personas, sino su práctica literaria. Por el contrario, la participación exclusiva de escritores del terruño sí puede promover el localismo, que es lo contrario de aquello a lo que, me parece, debe aspirar siempre la poesía. En Cataluña, por ejemplo, de eso, de promover el localismo con autores solo de la casa, sabemos (saben) un montón. Y a mí no me gusta nada.

4 comentarios:

  1. Merche Torremocha19 de marzo de 2014, 0:02

    Además que ese premio lo ganó Julieta Valero. ¿Insinuaba Cumbreño que no lo merecía esta poeta? ¿A lo mejor es que se había presentado él y le habría gustado tener un jurado que barriera para casa?

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    1. No, Merche. José María no criticaba la concesión del premio a Julieta, sino solo la composición del jurado. Esto es lo que decía al respecto su entrada: "... Julieta Valero. Una buena poeta, sí, señor. No conozco el libro ganador, pero sí los suyos anteriores. Y, aunque no todo lo que escribe me parece de la misma calidad, se trata de una escritora que procura hacer algo distinto, que explora y arriesga, verbos que debe conjugar cualquier artista que se precie. Pues eso, que me alegro por ella".

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  2. Me temo que en esas páginas o me he expresado mal o no me he expresado con suficiente claridad. Lo que criticaba era la circunstancia de que un grupo muy determinado de personas haya compuesto durante mucho tiempo la mayor parte de los jurados de galardones de poesía de España. Porque, en la última poesía española, es raro encontrar un premio en cuyo galardón no estén determinados nombres, como, por ejemplo, García Montero y Benjamín Prado. Y no hablo sólo de los certámenes de la casa Visor.
    Por otro lado, mi intención tampoco era fomentar el localismo. Todo lo contrario. Simplemente afirmaba que en aquellas ciudades en las que haya poetas de primera sería interesante aprovecharlos no para favoreces a sus paisanos, sino para aportar gustos y perspectivas distintas. En concreto, me refería a Extremadura, donde resulta muy sencillo armar un jurado con poetas de la categoría de Basilio Sánchez, Álvaro Valverde, Irene Sánchez Carrón, Elías Moro, Santos Domínguez o Pérez Walias.
    Por último, Merche, lamento que, sin conocerme, expreses esa opinión sobre mí. La prueba de que te equivocas no son sólo esas palabras que cita Eduardo, sino también la circunstancia de que, a la hora de formar el jurado del premio de poesía que convoca mi editorial, llamase a Julieta para que estuviese en él. Un saludo.

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    1. Queda clara tu posición, querido José María; más que antes, creo. Estoy de acuerdo en que los poetas que citas -casi todos, buenos amigos míos- serían excelentes jurados en cualquier concurso de poesía, aunque, no sé si por suerte o por desgracia, los jurados no se constituyen en el vacío, como entes abstractos, por la pura objetividad de los méritos (si es que algo así existe), sino que suelen responder a un conjunto de factores/intereses de los que está empedrada la realidad: editoriales, organizativos, personales, políticos y, en efecto, geográficos. Por otra parte, podría ser relativamente fácil recurrir a poetas de, digamos, la ciudad o de la región, en el caso de un premio vinculado a ese territorio, como el "Ciudad de Cáceres", pero ¿a qué ciudad o región recurrimos en premios de ámbito nacional o internacional, o que no se relacionen necesariamente con un lugar? No defiendo que siempre sean los mismos los que acaben fallando los premios, ni mucho menos. Digo que la realidad es, a veces, mucho más compleja de lo que una consideración racionalmente aséptica de esa misma realidad nos permite apreciar. Dicho lo cual, te mando un fuerte abrazo.

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