miércoles, 23 de octubre de 2013

Luis Cernuda el doliente

Cernuda vivió en Gran Bretaña desde febrero de 1938 hasta septiembre de 1947. Tras implicarse en la defensa de la República, y hasta combatir con el Batallón Alpino en Guadarrama -muchos desajustes hubo en la vida del poeta, pero pocos tan pronunciados como este: un sevillano amante de las playas pegando tiros en los riscos nevados-, se exilió en las Islas Británicas, donde vivió en Londres, Glasgow y Cambridge. Antonio Rivero Taravillo lo cuenta muy bien en Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963), publicado en 2011, una biografía que combina sabiamente el rigor y la ironía, el dato minucioso y la prosa desembarazada. Es sabido que Cernuda no disfrutó de esos años de exilio, como tampoco de los que siguieron en los Estados Unidos, donde fue profesor en Mount Holyoke, un colegio para señoritas. Lo que a otros nos habría resultado muy estimulante, a él lo sumía en un profundo aburrimiento. Solo al llegar a México recuperó la alegría de vivir, para lo que fue fundamental que descubriera el cuerpo broncíneo de Salvador Alighieri, un culturista azteca con nombre de poeta del Renacimiento. Pero en Inglaterra y Escocia sufrió, sufrió mucho: el clima lo torturaba, no menos que el puritanismo anglicano, la frialdad de la gente y un capitalismo apto tanto para producir bienes como para destruir los frutos de la imaginación y la alegría de vivir. Si Londres lo ahogaba, con sus muchedumbres y su ruido -lo que no ha cambiado: la ciudad sigue siendo un hormiguero monstruoso-, Glasgow fue lo más parecido al infierno, un infierno helado, aunque al principio descubriera el "atractivo matinal [de] hallarse en los cuartos de baño con déshabillés o desnudos escoceses". Pero la ciudad caledonia le resulta oscura, soporífera, desolada: un "amontonamiento de nichos administrativos", "una charca". Pasa después, en 1943, al Emmanuel College, de Cambridge, donde trabaja como lector de español, y donde disfruta de sus mejores años ingleses: si no de felicidad -una palabra siempre excesiva cuando se trata de Cernuda-, sí, al menos, de sosiego. En 1945, en fin, se traslada a Londres, donde colabora con el Instituto Español -con el republicano, claro; porque en 1946, se creará otro, franquista, con el mismo nombre, cuyo primer director fue el también poeta Leopoldo Panero, con el que, sorprendentemente, traba una buena amistad- y ejerce de crítico literario en el Bulletin of Hispanic Studies. Los veranos los pasa en Oxford, con su amigo el pintor Gregorio Prieto. La amistad londinense con Panero, por cierto, se prolonga en la que mantiene con su esposa, Felicidad Blanc, que se ha enamorado de él. Cuenta esta en sus memorias que una mañana le pidió al poeta que fueran solos a Battersea Park, algo agreste y apartado entonces, y que allí, después de que Cernuda le leyera "Impresión de destierro", ambos permanecieron cogidos de la mano, transportados de amor, sin tener siquiera que decirse que se querían. Dado que Felicidad Blanc no podía no saber que el poeta era "uranista" -como le definió uno de sus censores-, aquel estado de arrobo era, más bien, un estado de ofuscación, causado, quizá, por el interés que sospechaba en su marido por una de las componentes de los Coros y Danzas de la Sección Femenina que en aquel momento participaba en un festival musical en Gales. El estudio de Rivero Taravillo subraya una constante en la personalidad del poeta sevillano, que se manifiesta incluso en estos años, en los que dependía más que nunca del apoyo de sus amigos. O quizá precisamente por eso se manifestaba con mayor virulencia: porque dependía de la conmiseración de los otros, lo que evidenciaba su vulnerabilidad. Se trata de su hostilidad para con todos, de su carácter irritable y altanero, de su rencor y su esquivez. Una anécdota, de las muchas que consigna el biógrafo, lo expresa bien. En el verano de 1945, Cernuda pasa unas semanas en Wookey Hole, junto a su amiga Nieves Mathews. Come y pasa los días en su casa, donde anfitriona e invitado leen juntos, hablan de literatura y salen a pasear con el hijo de Nieves. Pero un buen día Cernuda se marcha entre dos comidas, sin despedirse, y sin que se vuelva a saber de él. Dos años después, Nieves Mathews averiguará el motivo de su desaparición: Cernuda había encontrado en su biblioteca un ejemplar intonso de La realidad y el deseo. Pero se trataba de un libro que Nieves había comprado la víspera de irse a Wooky Hole, simplemente para tenerlo cerca de ella y del poeta. Ambos ya lo habían leído y releído juntos, en Oxford. Si bien la estancia de Cernuda en Gran Bretaña fue, en lo personal, muy desafortunada, su provecho literario fue grande. Cernuda leyó a los metafísicos ingleses, a Eliot y a Auden, a Wordsworth y a Blake, a Yeats y a Shelley, a Keats y a Browning, y tradujo Troilo y Crésida, de Shakespeare. Todo ello le sirvió para esquivar, como consigna en Historial de un libro, la falacia patética y "la bonitura y lo superfino" de la expresión, y desarrollar una lengua cuidada y útil, pero carente de afectación: la austeridad y la naturalidad, tan propias de la literatura inglesa, serán dos de los rasgos esenciales de la que él escriba hasta su muerte, que se proyectarán en buena parte de la poesía española contemporánea, gracias a la creciente influencia de la obra cernudiana. Sin embargo, el sevillano celebra profundamente su marcha de Inglaterra. Lo reflejará en "La partida", un poema escrito en los Estados Unidos, pero que recoge sus impresiones de aquellos ríos grises, de aquel aire húmedo, con los que había tenido que convivir, o que había tenido que soportar, y que concluye, proféticamente: "(Adiós al fin, tierra como tu gente fría,/ Donde un error me trajo y otro error me lleva./ Gracias por todo y nada. No volveré a pisarte)".

3 comentarios:

  1. Esperemos, Eduardo, que no acabes pensando y sintiendo como Cernuda sobre la Isla y sus isleños.

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  2. Gracias por la mención, Eduardo. Y muy oportuno el recordar a Cernuda ahora que, dentro de once días, se va a cumplir el cincuentenario de su muerte. Buena estancia para ti, ya que la suya es irreparable.

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  3. Gracias a ti por tu libro, Antonio, que es un lujo y un placer. Cernuda es uno de mis poetas favoritos. No podía dejar de seguirle la pista, una vez estuviera en Inglaterra. Y tu biografía es una gran ayuda para hacerlo.

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