Hoy vuelvo a España, para la presentación de Insumisión en Barcelona y Madrid. Dentro de algunas horas, iniciaré la torturante liturgia aeroportuaria, que tanto me gustaba cuando era joven, pero que ahora se me antoja una maldición bíblica, un tormento diabólicamente diseñado por alguien que odia a la humanidad. Volveré, en efecto, unos días, y luego regresaré a mi nuevo hogar. Pero ¿lo es? ¿Qué viaje es este, que me lleva a la que durante muchos años ha sido, y sigue siendo, mi casa, y que me arranca de ella, al cabo de poco, para traerme a la que todavía siento como una patria extraña, como un hospedaje temporal? Si soy sincero conmigo mismo, aún no he abandonado España. Mi actividad diaria se nutre, exclusivamente, de los proyectos que traje conmigo: un libro de viajes, una antología de poesía contemporánea en catalán, la traducción de Whitman, un nuevo poemario y las críticas en los diferentes medios con los que colaboro, entre otras ideas y posibilidades. Hasta este diario es una ocurrencia urdida en Barcelona, cuando preveía la posibilidad de marcharme. Casi todos los días compro El País, que me cuesta un dineral, pero que me permite seguir creyéndome con las mismas rutinas que ahí: en mi país. Y algunos días, también, los paso sin hablar prácticamente en inglés con nadie, sino solo en castellano con Ángeles y Álvaro. Londres es, de momento, únicamente un escenario, el lugar físico que rodea, como la isla que es, el lugar mental en el que vivo. Por ese escenario pasan personas, nubes, algunos sucesos: menudencias, en realidad, de las que hablo en este blog, pero que aún no me han atrapado, que aún no me han agarrado y zarandeado y empapado. Hablo de ellas como si las fotografiara, con mucha ligereza y alguna turbiedad. Pero son fotografías. Julio Camba, a quien tanto he citado en este diario -y no solo porque fuera un magnífico cronista, sino porque vivió varios años en Londres-, decía en alguno de sus artículos que había llegado a conocer bien la vida inglesa, a hacerse una representación exacta de sus reglas y características, pero que no había llegado a abrazarla emocionalmente: que no había sentido ninguna comunión sentimental con Inglaterra. Esa conexión emocional también a mí me falta. Sé que es pronto todavía, pero no estoy seguro de que la alcance nunca. El inglés es un ser al que se puede fácilmente admirar, pero con el que es difícil congeniar. Lo rodea un telo, una envoltura aislante, algo que nos aleja del núcleo de su ser, o que nos lo hace inaccesible. Adriana Díaz Enciso, mi amiga mexicano-londinense, que estuvo casada con un britón, me contó que su marido había atravesado una depresión, pero que, como era inglés, no se había dado cuenta: pensaba que la vida era así de triste. Más perturbador me resulta pensar que podría volver a Barcelona tan fácilmente como me vine aquí. Sin embargo, no estoy seguro de que eso resolviera más fracturas de las que abriría. Hoy luce el sol en Londres, que entra, sin tapujos, por la ventana; hace frío, pero es un frío candente, iluminado. Pronto cogeré la maleta.
Estás, eso es lo importante!!
ResponderEliminarAcabo de recoger ahora mismo "Insumisión"
Este silencio es, otra vez, la palabra:
-Mis palabras son palabras que preguntan y hablan de lrealidad...-
Tengo una amiga que vivió en Londres hace muchos años y cuando le preguntaban cómo eran los ingleses, ella contestaba, ingleses!
Buen viaje...
Ojalá te guste el libro, Amelia.
ResponderEliminarUn beso grande.