En Tarragona hay un grupo de poetas, escritores en castellano, que llevan décadas componiendo versos, buenos versos, pese a lo cual han recibido mucha menos atención, en Cataluña y en España, de la que su obra merece. Si muchos autores catalanes sufrimos el síndrome de la doble insularidad, es decir, nos sentimos aislados en Cataluña por escribir en castellano y aislados en España por ser catalanes, ellos lo padecen triple: también se sienten aislados en Cataluña por no ser de Barcelona. No son, empero, unos desconocidos: Ramón García Mateos ha ganado premios prestigiosos, tanto en España -Tiflos, Ciudad de Salamanca, entre otros- como en Hispanoamérica; Juan López-Carrillo ha publicado dos títulos memorables en sendas colecciones de las editoriales DVD y Candaya: 69, modelo para armar y Los muertos no van al cine; y Alfredo Gavín ha desarrollado una abundante y singular obra poética, tanto en castellano como en catalán, se ha acreditado como "maestro mágico" del dibujo -así lo ha calificado Juan Carlos Mestre, que algo sabe de magias y magisterios- y dirige en la actualidad la colección "Los Soles Cuadrados" de Arola Editors. Con todos ellos me une una buena amistad, que en algún caso se remonta a hace casi veinte años. Los cuatro, más el alicantino Vicente Llorente, nos juntamos para defender un proyecto ideado por Alfredo: un libro de burlas, pero de burlas serias; un libro satírico y quizá satánico; un libro en el que se pudiera decir de todo, sin vergüenza ni freno; en definitiva, un libro libre. Los tiempos parecían demandar algo así: un grito que fuera también un poemario; una devastación constituida por páginas. Y los cinco nos aplicamos a la tarea con poemas inéditos: decidimos que no queríamos refritos, ni antologías, ni desaguaderos de poemas arrinconados u olvidados, sino una afirmación candente de lo que sentíamos hoy, ahora, aquí. El fruto de ese trabajo es Libro libre, recientemente publicado por Arola, y presentado hace pocos días en un bar de Cambrils, porque la biblioteca municipal había denegado el permiso para acoger tamaño compendio de iniquidades. Nos sentimos ciertamente orgullosos de haber merecido la expulsión de los templos del saber y encontrado refugio en las tabernas de la verdad. En Libro libre se reúnen la poesía popular de García Mateos, con las "seguidillas obscenas" y las "jotas procaces" del viejo Argimiro, el último coplero, dirigidas a menudo, en la mejor tradición hispánica, a curas mastuerzos y clérigos rijosos; los sonetos "de escarnio y maldecir", de Alfredo Gavín, también de noble arraigo secular, pero renovados por un espíritu cáustico y debelador, por una saña desaforada, casi místicos, de tan corrosivos; los poemas desengañados y suavemente turbulentos de Juan López-Carrillo, cuyos miedos y obsesiones constituyen un largo hilván de pesadumbres; la pesquisa lingüística y moral de Vicente Llorente, y su capacidad para la sorpresa y el rapto; y mi poema "Dices", en el que defiendo el lenguaje genuino, limpio, veraz, frente a la maledicencia y la estupidez del lenguaje subordinado, del que el lenguaje político, o infectado por la política, es el mejor ejemplo en nuestros días. Un lenguaje individual y verdadero, por cierto, que ha de aplicarse, no solo a la denuncia de los lenguajes falsos -y, por lo tanto, los pensamientos repudiables-, sino a la de un yo igualmente falaz. Por eso "Dices" es también una autosátira, un ejercicio de legítima voladura personal, en un contexto en el que todo está saltando por los aires. Todas estas opciones se resumen en la poética contenida en el prólogo de Libro libre, "O todas o ninguna", suscrito por los cinco poetas, y cuyo final transcribo aquí: "En el lenguaje, o todas las palabras son sagradas, o ninguna lo es. «Puta» es una palabra sagrada, «follar» también lo es, y «mierda» también: sagradas y hermosas. «Belleza», o «amor», o «luciérnaga», o «lapislázuli», en cambio, pueden ser grotescas, manipuladoras: pueden servir a los poderosos; pueden ser una mierda de palabras. La sacralidad de los términos, que ha de servir para volver laica la realidad que designan –es decir, que construyen–, depende de la veracidad que los anime; de su voluntad genuina de comunicación; del rigor de su uso, que no debe atemperarse aunque recaiga en uno mismo, aunque dañe a quien los pronuncie; de su reconocimiento del otro: de tenerlo presente en su formulación, de sacrificar el yo al él, de estar, por lo tanto, siempre al borde del diálogo. O todas o ninguna: eso creemos los que suscribimos este libro, cuyo único propósito es ser libre: libre de los códigos que nos constriñen, libre de la hipocresía que devalúa el lenguaje que nos constituye, libre de la urbanidad que hace tiempo que se ha convertido en gazmoñería, libre de la sátira que el sistema es capaz de deglutir, libre de la estulticia y la pasividad y la indiferencia. Corren tiempos propicios para la indignación, y la poesía también se indigna. Pero quizá esto sea una tautología: si el lenguaje es verdadero, siempre está indignado; no es colérico, pero grita".
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