Hoy es, en Gran Bretaña y el resto de los países de la Commonweath, Remembrance Day: el día en que se recuerda a todos los soldados británicos caídos en combate. Y, teniendo en cuenta las innumerables guerras que ha librado este país, son muchos. El memorial se celebra el 11 de noviembre, porque en esta fecha -a la undécima hora del día undécimo del mes undécimo- se firmó el armisticio de la Primera Guerra Mundial. Curiosa y trágicamente, también el 11 de noviembre murió mi padre, aunque no en el cumplimiento del deber, sino de una estenosis de aorta. En aquella guerra horripilante -que la gente, en su ingenuidad, llamó "Grande", porque aún no había conocido, ni podía imaginar, las dimensiones de la que iba a causar Adolf Hitler unos años más tarde- perecieron 1.200.000 súbditos del imperio británico, entre combatientes y civiles, y otros tres millones y medio quedaron heridos o mutilados. Los muertos en aquella carnicería, como en tantas otras que la precedieron o siguieron, se recuerdan ahora, además de con una multitud de actos oficiales, con una amapola en la solapa. Suele ser una amapolita de papel, que yo creía, al principio, una guitarra (caramba, pensaba, qué amor por la música tienen estos ingleses...), pero que luego identifiqué con la flor. A veces, las mujeres sustituyen la frágil insignia por una joya, también en forma de amapola, de rubíes y piedras preciosas. El motivo de la amapola proviene de un hermoso, por poético, gesto. En 1915, el teniente coronel canadiense John McCrae, físico y poeta en la vida civil, que estaba combatiendo en Francia contra el káiser, asistió al funeral de un compañero, muerto en la segunda batalla de Ypres, y observó que, entre las cruces del cementerio, crecían las amapolas. Aquella simple metáfora del renacimiento de los muertos, o de la pervivencia de su memoria en el mundo (y, ciertamente, la mucha materia orgánica depositada en el suelo de los campos de Francia y Bélgica hacía que estos reventasen de flores), le impulsó a escribir un poema, "En los campos de Flandes", que dio origen a la tradición. Según dicen, McCrae no quedó satisfecho con el poema, y decidió descartarlo, pero otros soldados lo salvaron de la destrucción. Se publicó, tras el rechazo de The Spectator (nadie se libra de los rechazos de los editores, ni siquiera los héroes), en la revista satírica londinense Punch, que llevaba siglos mofándose de todo, pero que, cuando se trataba de arrimar el hombro con la nación frente a un enemigo común, no dudaba en hacerlo. El poema, un rondó, dice así, en traducción apresurada y mía: "En los campos de Flandes ondulan las amapolas/ entre las hileras de cruces/ que señalan nuestra sepultura; y en el cielo/ las alondras, que cantan con vigor, vuelan/ sin que se las oiga apenas, enmudecidas por los cañonazos.// Somos los Muertos. Hasta hace pocos días,/ vivíamos, sentíamos el amanecer, veíamos el crepúsculo,/ amábamos y éramos amados, y ahora yacemos/ en los campos de Flandes.// Proseguid nuestra batalla con el enemigo;/ a vosotros os ceden nuestras manos inertes/ la antorcha: hacedla vuestra y sostenedla alto./ Si perdéis la fe en nosotros, los que hemos muerto,/ no descansaremos, aunque las amapolas crezcan/ en los campos de Flandes". Aunque hay debate -siempre lo hay en una sociedad saludablemente democrática- sobre la pertinencia del despliegue simbólico de las amapolas, promovido por la escalofriantemente llamada Legión Británica, y criticado por muchos, que lo consideran una suerte de imposición moral y una forma indirecta de apoyar la participación de Gran Bretaña en los conflictos actuales, muy alejados de las circunstancias que justificaron la lucha en las guerras mundiales, a mí no me disgusta esta manifestación patriótica, como no me disgustan, en general, las formas civilizadas de afirmar la pertenencia a una comunidad, o, dicho con más exactitud, de compartir unos valores de justicia y entrega, de solidaridad e independencia. Paradójicamente, yo no llevaría nunca una amapola, o un clavel, si así se hiciera en España: detesto la subordinación a la muchedumbre, y el concepto de "causa", salvo en muy raras ocasiones, me irrita el colon, pero esta forma pacífica y discreta de recordar a los muertos me resulta atendible. En una nueva paradoja, los ingleses no tienen día de la patria, ni de la Constitución; de hecho, no tienen constitución: solo Día del Recuerdo. Los españoles, en cambio, sembramos el calendario de festividades patriótico-militares, sin que ello haya servido jamás para estimular el sentimiento de pertenencia a la nación, salvo para aquellos que ya lo tenían, y muy acendrado, hasta el punto de que, si uno no lo compartía, le sacudían con el asta de la bandera -con gallina, desde luego- en la cabeza. Que se lo digan, si no, a Zapatero, que recibió violentas pitadas en varios de esos actos, por socialista, antiespañol y maricón. Aquí es impensable que David Cameron, o el primer ministro laborista de turno, sean criticados cuando depositan una corona de flores -de amapolas- en el cenotafio nacional. Los muertos murieron por todos, y los vivos, todos, respetan y prolongan su legado. Hasta los escoceses, que quizá dentro de un año sean un país independiente, pero que este 11 de noviembre participan en las ceremonias y desfiles militares como siempre lo han hecho, con devoción; y son aplaudidos por ello.
Aquí mi visión de la cosa. Un abrazote.
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