lunes, 16 de diciembre de 2013

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Cien: el numero de entradas que llevo, con esta, en el blog. Cien, como los cien días de gracia que se le otorgan a todo nuevo gobierno; como las cien (mil) vírgenes o los cien (mil) hijos de San Luis. Cien: el número que simboliza a Dios, el buen augurio, el dígito salutífero: Piero di Cascia sostenía que beber un vaso con cien gotas de agua limpia de manantial aseguraba la longevidad. Cien: un número inverosímil cuando di principio a este diario, y no porque no supiera de mi propia fuerza de voluntad, que es, seguramente, la única fuerza que me ha dado la naturaleza, sino porque me constan las numerosas dificultades a las que se enfrenta todo diarista: la dispersión, el aburrimiento, la reiteración, la pérdida de confianza, la falta de público y, como todo ser humano, la mala suerte, por no hablar de los enojos técnicos a que ha de hacer frente: traslados, desconexiones, pifias. Lo inicié, sobreponiéndome a mi analfabetismo funcional informático, a los pocos días de haberme trasladado a Londres, y solo lo conseguí gracias a la benemérita sencillez de Blogger. No quise incorporarle imágenes: este es un blog textual, que reivindica, con su práctica y con su estética, la función -y la importancia, si es que algo de lo que digo consigue tenerla- de la palabra. Texto, pues, solo texto. Y continuidad, desde luego: el desafío era escribir una entrada diaria, reivindicando asimismo la etimología del término: diario, algo que se escribe cada día. Su propósito no era otro que mantenerme en comunicación con la gente: con la mía, y también con cualquiera que quisiera leerme. Hablar es fundamental, aunque no haya respuestas, o pocas: saberse escuchado es fundamental. En un contexto de cambio, y, a menudo, de soledad, decir te sustancia ante el mundo y ante ti mismo: envuelto por tu propia voz, y por la certeza del oído ajeno -que ojalá sea también atento-, te hace sentir un poco menos solo. La mecánica para mantenerlo es siempre la misma: me levanto, desayuno y escribo la entrada. A veces, tengo claro lo que quiero contar: una anécdota, una reflexión, una impresión de lectura, un recuerdo. Otras, no. Entonces me agarro a lo que leí alguna vez en el Diario de César González-Ruano: escribir un artículo -decía él- de la nada, con pura nada, y que no sea nada, sino algo persuasivo y hasta rotundo: ese es el mayor mérito del articulista, y, por extensión -añado yo-, del hombre de letras. Escribir el diario me divierte: quizá esa sea la principal razón, no sé si de su éxito, pero sí de su supervivencia. Me divierte componer entradas no muy largas, con la frescura de lo inmediato, de lo cotidiano, pero también con una atención devota a la palabra, con bagaje literario y vital, y, en la medida en que sea capaz, con humor. Escribir la entrada diaria me justifica y me libera: cuando ya la he colgado, me siento legitimado para dedicarme a otras tareas, literarias o no: para disfrutar de la vida. Y es una cosa bien modesta: unas líneas que ni siquiera están plasmadas en papel, unas líneas volátiles, en rigor inexistentes, y que acaso lean, en el mejor de los casos, unas pocas docenas de personas. Objetivamente, nada, pero, para mí, mucho. Qué lugar tan extraño, y tan insignificante, ocupamos en el mundo. Pese a ello, somos tan importantes para nosotros mismos. No sé si este diario continuará: pese a todos sus efectos terapéuticos, sigue sometido a las asechanzas de lo humano, sobre todo, de la inconstancia. En ocasiones, desganado o pajaril, no me resulta fácil componerlo, o, como diría Bartleby, preferiría no hacerlo. Pero me aferro a su existencia, me entrego a la perseverancia como otros se dan a la bebida o al insulto. De momento, aquí sigue: aquí sigo. Y durante algunas semanas, este diario, que se pretendía de mi vida en Inglaterra, lo será de mi vida en España. Hasta el día de Reyes, al menos, cuyo regalo -que no sé si es carbón- será otro viaje, otra partida.

5 comentarios:

  1. Hola Eduardo:
    Qué buen relato de Melville!!
    También, Código 100!!
    Yo estoy encantada de leer tu blog y tus historias...lo hago a diario, una rutina saludable, como todo lo que se hace con gusto!!
    Yo acabo de empezar un libro que se titula: Once maneras de estar solo, de Richard Yates, después de haber leído -Insumisión- y cuentos de Chejóv...

    Un Abrazo y sigue escribiendo, por favor!!

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  2. Hola Eduardo: Algo debí hacer mal esta mañana con el comentario, que ahora intentaré reproducir!
    No eran once (mil) vírgenes?
    Fantástico el relato de Melville, lo he leído y releído...me alegra saber que vas a hacer lo mismo, al menos, hasta Reyes, o quien sabe tal vez llegues a 357 (como Llul) o quizá más, ojalá!

    Yo lo leo todos los días, con el gusto que dan algunas rutinas, como diría Whitman "...una celebración"

    Claudio Rodriguez y no sólo CR decía "lo importante es escribir"

    Código 100

    Un fuerte abrazo

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    1. Querida Amelia:

      Gracias, como siempre, por tus cariñosas palabras y por tu interés en lo que hago. Sí, tienes razón: eran (son) once mil vírgenes. Escribir diariamente y, a veces -lo confieso-, con apresuramiento, lleva a errores como este. Te mando, también como siempre, un beso grande.

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  3. Bueno, tampoco nos vamos a poner de cara a la pared por ochenta y nueve mil vírgenes más o menos. Quizás el error hubiera sido más aparatoso de entrar en liza las Once mil vergas de Apollinaire. Bromas aparte, estas líneas solo tienen la intención de apoyar tu aventura bloguera, que sigo con la atención que puedo y me parece de extraordinario interés. Dicho queda.

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    1. Querido Alfredo:

      La verdad es que, entre las once mil vírgenes y las once mil vergas me estoy haciendo un lío del carajo, y nunca mejor dicho. Pero a eso conduce, o debería conducir, la literatura: a tener las cosas un poco menos claras. Gracias, en cualquier caso, también a ti por tu apoyo y tu compañía. Sin lectores, nada de lo que hacemos tendría sentido. Es una obviedad, pero a veces las obviedades hay que recordarlas.

      Te va un abrazo.

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