Luis Ingelmo ha sido para mí, durante mucho tiempo, un hombre situado en un círculo de cordialidad, pero razonablemente desconocido. Ese "círculo de cordialidad", como un anillo de Saturno (¿o era de Júpiter?), viene determinado por la existencia de amigos comunes, de encuentros fugaces -recuerdo que, hace muchos años ya, asistió a una lectura mía en la Universidad de Salamanca, y me regaló una edición bilingüe de Bécquer, traducida por él, al alimón con Michael Smith-, de comunicaciones ocasionales y de cercanías estéticas; en el caso de Luis, además, ha habido una mutua atención a las respectivas labores creativas y, particularmente, a la traducción, que no es menos creativa que la composición de versos o de relatos, y que ambos hemos practicado. Por mi parte, y en este mundo trufado de medianías empingorotadas o, sin más, de ineptitudes oceánicas, siempre he considerado a Luis un traductor excelente. A él se deben pulquérrimas ediciones de Derek Walcott o Wole Soyinka, por poner dos ejemplos de poetas destacados (aunque también de prosistas menos célebres, como Larry Brown y sus relatos de Amor malo y feroz), y también una extraordinaria labor de difusión de la poesía española en los países de habla inglesa, por la vía de la traducción de autores contemporáneos como Claudio Rodríguez o Aníbal Núñez, pero también de clásicos como Fernando de Herrera, cuyos poemas quiere verter ahora, para pasmo del mundo, al idioma de Shakespeare. Sin embargo, la ingente labor de ingelmo no nos había conducido al encuentro prolongado, al intercambio cercano: a la amistad. Hace poco, y como resultado de uno de esos procesos mentales que siempre resulta difícil desentrañar, en el caso de las personas cuyo cerebro funciona sin descanso, como Luis, tuvo la ocurrencia de traducir una antología de mis poemas al inglés, y me escribió para poner en marcha el proceso. Lamentando el sufrimiento que semejante iniciativa vaya a irrogarle, yo he aceptado, claro: será un honor y un placer que me vierta a un idioma que tanto él como yo consideramos también nuestro. Nos encontramos, pues, en Salamanca, a donde acudimos, él desde Zamora, donde vive, y yo desde Hoyos, donde estaba pasando unos días de vacaciones. A la entrada del café Novelty, en la plaza Mayor, pude apreciar la figura robusta y el aire bukowskiano de Luis, que venía cargado con una bolsa de libros. Como dos matuteros en una permuta, ambos veníamos con nuestros alijos de literatura y cara de pocos amigos: el frío, el gentío, la navidad: todo eso, supongo, nos malhumoraba. Pero en el refugio del bar, bajo la presencia inspiradora de Gonzalo Torrente Ballester, cuya estatua de bronce a la entrada escruta a los parroquianos, y reblandecidos por el aroma de un té, la personalidad lúcida y amabilísima de Luis no tardó en manifestarse. Hablamos entonces del proyecto que nos había llevado allí, sí, pero también de nuestras estancias en los Estados Unidos, de nuestros vidas en España (y en Inglaterra), de nuestras actividades e intereses y tribulaciones. Y yo advertí enseguida un rasgo singular: Luis sabe escuchar. Puede parecer poca cosa, pero es muchísimo. Además, según la ley de la oferta y la demanda, algo así se ofrece poco, casi nada, y, en cambio, se demanda incesantemente. Tiene, pues, en realidad, un valor incalculable. Luis mira, con ojos directos pero no imperativos, abiertos como los oídos, como las manos, como la conciencia, y recibe lo que tengas que decir como quien recibe algo útil o necesario. Y quizá no lo sea. Su actitud receptiva no es teatral. Hay hábiles actores que fingen una escucha que es solo hieratismo. Uno puede llegar a percibir esa mentira en la impermeabilidad de las pupilas o en la velocidad, siempre unas décimas de segundo excesiva, con que replican a lo dicho; de hecho, esa réplica ya se estaba formando cuando uno hablaba, con independencia de lo que dijera. Entre los libros que me traía, Luis ha incluido un ejemplar de La métrica del olvido, un conjunto de relatos en los que practica un realismo sucio muy limpio, depurado tanto de las sutiles gangas estetizantes a las que no saben dejar de acudir muchos de los que alegan practicarlo, como del superfluo engolfamiento en los aspectos más cutres de la dicción, en el que también casi todos incurren. Cuando Ángeles y yo volvemos a Hoyos, ya de noche, los leo casi de un tirón, y me demoro, con especial placer, en uno cuyo protagonista se ha quedado encerrado en el piso y nos cuenta, sin esperanza ni miedo, cómo pasan los días, cómo ultima las provisiones -incluyendo al gato-, cómo se acerca a la nada. A la nada nos acercamos todos, aunque no estemos encerrados en un piso, sino en el mundo, pero siempre es un consuelo hacerlo acariciados por las palabras, sabiendo que alguien escucha nuestros gritos, y hasta los traduce.
Tampoco me gustan las navidades, y comparto todo lo que dijiste en anterior entrada, aún así y todo "Felices Fiestas y "Feliz" Año Nuevo (todos los años son nuevos).
ResponderEliminarSalamana: qué recuerdos tan buenos -allí estudié- y suelo regresar siempre que puedo...
Un Abrazo Eduardo
He leído mucho a Claudio (mi paisano) y a Aníbal; no a Luis, pero lo haré pronto!!
Así que eres zamorana, Amelia. Tengo un recuerdo magnífico de la ciudad, y algunos de mis mejores amigos son de allí. Y ahora Luis Ingelmo, que vive en Zamora, se une a este patrimonio personal. A veces, extrañamente, un lugar alejado se convierte en una especie de pequeño paraíso propio, donde se han experimentado encuentros y momentos felices. Algo así me sucede a mí con tu ciudad. Y también Salamanca me encanta: es una de las ciudades más hermosas de España, y me atrevería a decir que de Europa. En fin, que celebro que estemos vinculados también, no solo por la literatura, sino también por esta geografía personal. Y, sí, lee a Luis: vale la pena.
EliminarUn beso grande.
En este mundo tan timorato (como es el de la poesía), Ingelmo es un soplo de aire fresco. Me alegro de que al fin hayáis podido conversar un buen rato y de que su proyecto de traducir tu poesía al idioma de Shakespeare vaya para adelante. Yo sé, desde hace tiempo, que Luis es un tipo al que le gustan los retos y las tareas especialmente complicadas. Por eso nos tradujo a Soyinka y a Walcott. Abrazos a los dos.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Pepo. Un abrazo también para ti.
EliminarHoy soy yo el que comparte chocolate con churros con Luis en una gélida Zamora, y hablamos de ti. Estoy muy contento de que gente tan competente como Luis y tú os encontréis. Un abrazazo.
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