Ayer me llevé una sorpresa: Insumisión, mi más reciente poemario, aparecía como el tercer libro del año, en el género de poesía, en la lista publicada en el suplemento Babelia, de El País. La sorpresa fue especialmente grande, porque yo, para sobrevivir, me he educado en el desdén al desdén ajeno. Dicho de otro modo: como desde que gané el Premio Adonáis, en 1995, no he vuelto a obtener reconocimiento alguno, me he avezado a no reparar en la falta de reconocimiento. Escribo lo mejor que puedo y que sé, publico lo mejor que me dejan, defiendo esa publicación tanto como me lo permiten mi tiempo y mis fuerzas, y luego ya no atiendo a lo que suceda con el libro: encontrará, o no, a sus lectores; interesará, o no, a los críticos; e ingresará, o más probablemente no, en las listas de libros ensalzados, galardonados o antologados. Pase lo que pase, lo único que yo he de hacer, mientras crea que tengo algo que decir y que puedo hacerlo persuasivamente, es seguir escribiendo, que es lo único para lo que sirvo, y lo único que me justifica. No hay que haber estudiado Psicología para saber que se trata de un mecanismo de defensa: como me gustaría que me premiaran, pero no me premian, tengo que protegerme de la frustración, y esa protección no es otra que la indiferencia: me aíslo de los resultados adversos no dándoles importancia, omitiéndolos, haciendo como si no existieran: como algunos acusados por la justicia especialmente combativos, no reconozco su jurisdicción, y sigo adelante. Siempre hay una punzada de dolor, pero con los años he conseguido que sea mínima, un brevísimo arañazo en la autoestima que restaño de inmediato, girando la página del periódico o del libro, o cerrando la web que estaba visitando. A veces me consuela también pensar que esto de los premios es radicalmente azaroso: que responde a una delicada y compleja conjunción de circunstancias, entre las que figuran la amistad o enemistad, las conveniencias editoriales, la cercanía ideológica o estética, los afanes políticos y, como un factor esencial, la suerte. Todo eso es cierto, pero también que algunos consiguen que ese conjunto de factores siempre juegue a su favor, y otros, que no lo haga casi nunca. He dicho antes que en 18 años no había obtenido otro reconocimiento poético que el que ayer me proporcionó la selección de los críticos y periodistas culturales de Babelia, pero no es exacto: hace algunos años, Cuerpo sin mí, publicado por Bartleby, fue votado como el quinto o sexto -ya no lo recuerdo- mejor poemario del año por los lectores de la página Addison de Witt, aquella singular web de crítica poética que mantuvieron -creo que ha cerrado ya; al menos, no constan entradas desde el pasado abril- media docena de poetas revestidos de la ferocidad que les proporcionaba el anonimato. Aquello también fue satisfactorio, porque la mención no la otorgaban los integrantes del colectivo, sino los propios lectores. En la lista de ayer de El País -y me centro en la poesía, tanto en español como traducida, porque es el ámbito que conozco mejor-, no me sorprende la victoria de la obra completa de Blas de Otero, publicado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, un libro esencial y, tras tantos años de publicaciones parciales (alguna de las cuales he reseñado yo mismo, como Hojas de Madrid con La galerna, en 2010), imprescindible, para cuyo alumbramiento me consta que ha sido fundamental el empuje y la coordinación de mi buen amigo Jordi Doce. Aplaudo sinceramente, pues, la elección de los críticos. Los demás compañeros de podio han sido, por orden decreciente, Julia Uceda, con Escritos en la corteza de los árboles, Antonio Hernández, con Nueva York después de muerto, y Ada Salas, con Limbo y otros poemas. En poesía traducida, los agraciados han sido, en primer lugar, William Blake y sus Libros proféticos, y luego Mahmud Darwix, Arthur Rimbaud, Jorge de Sena y Anne Sexton. Llama la atención, de entrada, la ausencia de algunas de las editoriales, digamos, clásicas del país, como Tusquets, Visor o Hiperión, que no han colocado a ningún autor entre los seleccionados en ambas categorías. Particularmente, celebro que se asomen a las listas sellos minoritarios (si es que no es una tautología, tratándose de poesía), o menos difundidos, como Calambur, Bartleby o Linteo, y me felicito también por que esté ahí la traducción de Illuminations, un nuevo trabajo de Xoán Abeleira, uno de los mejores -y más laboriosos- traductores del país. En el extremo contrario, discrepo de la elección de la Poesía completa de Anne Sexton, que se me antoja una poeta sobrevalorada, a la que ha perjudicado, además, la abominable traducción de José Luis Reina Palazón (y que también he reseñado: http://www.letraslibres.com/revista/libros/rats-live-no-evil-star). Las listas son, sí, discutibles, relativas y, a veces, estúpidas, pero también inevitables, indicativas y, a veces, razonables. La de ayer, con todos sus defectos, me dio una alegría, como también me la dieron los amigos que me escribieron o me telefonearon para felicitarme. Hoy me siento agradecido, aunque mañana vuelva a sentirme solo y confuso ante la página en blanco, y convencido de que el destino de lo que escriba será, muy probablemente, el silencio.
Pues yo lo hago aquí ahora mismo, Eduardo. Me acabo de enterar por tu entrada. Y me felicito también por el libro de Ada y, sí, por la parte que le toca a Jordi en la edición de Blas de Otero.
ResponderEliminarGran abrazo y happy new year.
Gracias, Elías. Un abrazo grande también para ti, y ojalá que 2014 sea para todos algo mejor que 2013.
Eliminar¡Aggg, yo tampoco me había enterado hasta leerte aquí! Tengo el Babelia, así que ahora mismito lo voy a ver. ¡No sabes cómo me alegro! Te lo mereces, sin la menor duda, porque has escrito una obra magnífica. Muchos besos, querido Eduardo, y que sigas escribiendo muchas más. ¡Ah, y feliz 2014! (si nos dejan...)
ResponderEliminarSigue así, con esa actitud discreta, en los márgenes de la vanidad; a tu escritura le sienta muy bien la ausencia de expectativa.
ResponderEliminarFelicidades y abrazo.
Gracias a los dos, Isabel y Antonio, por estar ahí, y por vuestras palabras. Un abrazo a ambos.
EliminarLas ganas de seguir escribiendo, es el mejor premio!!
ResponderEliminarEnhorabuena, Eduardo!
Decía T.S. Eliot: La única sabiduría que podemos esperar adquirir, es la sabiduría de la humildad: La humildad es infinita.
Comparto las palabras de Isabel y de Antonio, es un magnífico libro y estás en los márgenes de la vanidad.
Como decía un gran amigo, escritor, de Salamanca; Esta curiosa vanidad de escribir, ¿tendrá uno lectores; cuántos, siquiera uno...?. Mejor una margarita sin deshojar. Basta con la margarita. Y yo añado: el último´pétalo de la tuya llevaría el SI.
Feliz Insumisión!!
Un abrazo
Un montón de besos, Amelia.
EliminarEste país va rematadamente mal cuando le dan un tercer puesto a un poeta culé...
ResponderEliminarPero si prescindimos de los extravíos del autor y nos centramos en los poemas, ese reconocimiento es, no lo dudes, inferior al que merecen.
Hala Madrid.