jueves, 26 de diciembre de 2013

25 de diciembre

Paseo por la mañana por el Retiro, un lugar con límites, pero siempre inacabable. Hay poca gente por las calles, pero bastante en el parque. Enseguida me llama la atención un jogger, de los muchos que cruzan la ciudad (será que la crisis ha hecho que la gente haya dejado de ir al gimnasio y empezado a hacer ejercicio gratis), que corre casi desnudo, solo con unos pantalones cortos y las zapatillas deportivas. A su alrededor pasamos todos envueltos en bufandas y anoraks, pero el maciste luce el músculo sin cáscara. No le deseo ningún mal, pero no me disgustaría que pillara una buena neumonía. Algo más allá, llego a la glorieta de la Sardana, el rincón catalán del parque. Me sorprende darme cuenta de que nunca la había visitado. Lo que atrae aquí mi atención es el monumento a Jacinto (así, con la o) Verdaguer, cuya inscripción lo define como "el mayor poeta épico de España". Y me maravilla que, hace no tanto, se considerara a un poeta catalán, que escribía en catalán, "poeta español". También Juan Ramón Jiménez, un señor de Huelva, se emocionó hasta las lágrimas al oír por la radio, en su exilio de Puerto Rico, a la escolanía de Montserrat entonar el "Virolai", una canción popular catalana, en catalán. Hoy esto seguramente no sucedería. Entre todos -aunque unos más que otros- hemos conseguido deshacer esos vínculos de ciudadanía -y también de identidad- entre gentes de orígenes, y hasta de idiomas, distintos, que hasta hace poco nos unían, o, por lo menos, nos acercaban. Rodeo el monumento a Alfonso XII del Gran Estanque (cuya monumentalidad impide, precisamente, que se aprecie la figura del rey) y bajo hasta el "Bosque del Recuerdo". Quiero averiguar qué se recuerda ahí. Es, como intuía, un monumento a las víctimas del terrorismo, discreto, en el que predominan, por razones obvias, los cipreses. Lo que capta mi ojo aquí es la leyenda dispuesta al pie del montículo: "a todas las víctimas del terrorismo, cuya memoria permanece viva en nuestra convivencia y la enriquece constantemente". Aparte del redundante "todas" (si el monumento es "a las víctimas del terrorismo", y no se indica nada que las acote o reduzca, ya se entiende que son todas) y de las cacofónicas rimas internas (permanece, enriquece, constantemente), chirría que su memoria permanezca "en la convivencia". La memoria permanece en las personas, que es donde surge y donde radica. La "convivencia" es un concepto y, como tal, carece de recuerdos. Que la palabra aparezca aquí obedece solo a la voluntad de subrayar el valor que se considera antitético a lo denunciado por el monumento: es, pues, una operación ideológica como cualquier otra, aunque basada en el hecho trágico del asesinato. Me pregunto si no podría haberse encontrado una redacción menos burda: algo que recordara a los muertos y condenara la barbarie del terrorismo sin esta torpeza ñoña, algo que atendiera, desnudamente, al hecho terrible de la desaparición de algunas personas por la saña de quienes subordinan la humanidad a la ideología. Cuando dejo el "Bosque de los Recuerdos", atravieso el de "los planteles", que es uno de mis rincones favoritos del parque: umbrío, poco transitado, agreste sin ser enmarañado. En este bosque -que, a diferencia del anterior, sí lo es- abundan los animales: los perros de los paseantes, las urracas, los patos y ocas de los estanques, y hasta un gato que parece un tigre. Salgo de "los planteles" por el Palacio de Cristal, a cuya transparente airosidad se suma la de los movimientos de taichí que practica un joven en una plazoleta cercana. Conforme deshago el camino, vuelvo a oír el "Jingle, Bells" que lleva tocando toda la mañana un saxofonista monomaníaco en algún rincón del Gran Estanque. En realidad, no toca la canción entera, sino solo sus acordes centrales, lo que convierte su actuación en una tortura. Entre las abundantes estatuas que jalonan el parque, hay muchas de próceres y militares, pero muy pocas de literatos. Aunque, como para compensar, encuentro dos que tienen que ver con las letras: las de Francisco de Paula Martí Mora, el inventor de la taquigrafía española -y de la pluma estilográfica-, y fray Pedro Ponce de León, el inventor, en el s. XVI, del método oral puro para enseñar a hablar, leer, escribir y contar a los sordomudosde. Consolado por su hallazgo, salgo a la Puerta de Alcalá y vuelvo, sin dejar de caminar, a casa.

2 comentarios:

  1. Hola Eduardo: Después de varios días hablando con amigos y famliares sobre la "Ley de Seguridad Ciudadana" (ya tiene sorna el nombre) y sobre la Ley del (No) Aborto y, ver "Oliver Twuist" por segunda vez ayer por la noche, ante la falta de sueño me puse a leer "De la libertad" de John Stuart Mill, traducido por otro Eduardo, Gil Bera. Me resulta interesante y hoy después de haber leído tu -25 de Diciciembre- y reocordado las conversaciones de sobremesa me vino a la memoria lo que ahora trranscribo del libro: "...el principio requiere libertad de gustos e inclinaciones, de trazar el plan de nuestra propia vida según nuestro carácter, de hacer lo que queramos, sujetos a las consecuencias que puedan seguirse de ello, y sin impedimento por parte de nuestros semejantes en tanto no les perjudiquemos, aunque puedan pensar que nuestra conducta es estúpida, perversa o equivada..."

    Soy corredora popular -abrigada- y puedo decirte que siento "envidia" cuando en las carreras veo a corredores/as con poca ropa, corren más ligeros aunque con la misma libertad que el resto y también puedo asegurarte que correr no es nada barato, sobre todo, cuando quieres salir de tu ciudad a correr medias o enteras maratones. Lo de la neumonía, sé que es una fina ironía!!.

    Un abrazo

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    1. Bueno, este corredor que vi en el Retiro no es que fuese con poca ropa: es que iba prácticamente desnudo, con un frío de mil demonios. Me recordó a esos bañistas finlandeses o rusos que se meten en agua helada cuando están a 10 bajo cero. Debo confesar que, al verlo, sentí dos cosas: cierta envidia, por poder resistir, con tan aparente tranquilidad, la temperatura que hacía (y, ay, por el cuerpo que tenía), pero también cierta incomodidad por esa voluntad de singularización que caracteriza algunos comportamientos anómalos: cuando uno se significa tan llamativamente como alguien que va (casi) desnudo por la calle, cuando los termómetros (casi) marcan 0, no puedo evitar pensar que hay algo desajustado, algo innecesario, algo groseramente obvio, en ese comportamiento. Por lo demás, querida Amelia, aplaudo a los corredores populares con toda sinceridad; yo también lo he sido. Y, sí, correr en medias maratones, o en maratones enteras, puede ser muy costoso, pero hacerlo sin esa pretensión, solo como una manera de estar en forma, como hace mucha gente, es baratísimo: solo necesitas un chándal (bueno, el tipo del Retiro, ni eso) y unas zapatillas deportivas. Así te ahorras la cuota del gimnasio, y, actualmente, con la que está cayendo, sospecho que eso es algo por lo que se han inclinado, con buena lógica, muchas personas.

      Un beso grande.

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