domingo, 13 de julio de 2014

En Cal Jep, otra vez.

Cal Jep se llama, en realidad, Cal Jep Llarguet, y es, de entrada, un misterio onomástico: "Jep" no significa nada, que yo sepa. El término que más se le parece es gep, "giba" o "joroba". Podría ser, pues, una deformación de la palabra, referida a alguna protuberancia del terreno -que las hay, y muchas- o a alguna protuberancia de alguno de sus dueños anteriores, porque puedo atestiguar que ni José Antonio ni Agustín, sus propietarios actuales, padecen deformación ósea alguna. Aunque puede que solo sea el hipocorístico de algún habitante de la zona, como Josep. Que este hipotético Pep se apellidase Llarguet ("Larguito") o reuniese alguna característica de largura o dimensiones excepcionales, es algo que no podemos elucidar, y que habrá de quedar ya para siempre, salvo que se emprendan minuciosas investigaciones históricas que nos rescaten de nuestra ignorancia, en el ámbito de lo conjetural. En Cal Jep viven y trabajan José Antonio y Agustín: aquí disfrutan de un paisaje extraordinario, aquí cultivan caracoles -la helicicultura es su medio de vida- y aquí compone Agustín sus poemas visuales y sus poemas versales. Hemos venido muchas veces a este rincón de la Cataluña interior, donde todo es silencio. En verano, las reuniones son multitudinarias: a la llamada de ambos, un grupo de poetas y escritores de Barcelona asaltamos sin ningún escrúpulo este pequeño paraíso, donde siempre hay mesa, hospitalidad y risas. La piscina es uno de nuestros lugares preferidos: contemplar, en un día de sol, el paisaje del Bages y las serranías que dividen las cuencas del Llobregat y del Anoia, con sus pinedas y sus encadenamientos de robles y encinas, salpicados de árboles frutales y campos de labor, mientras sentimos deshacerse a ese sol en el agua, es un privilegio tan elemental como abrumador, y un placer sin fin. Claro que a menudo se ve perturbado por las bombas inclementes, entre cerveza y cerveza, que hace Jesús Aguado, pero ese accidente, aunque desordena la paz de la alberca, nunca perturba la del espíritu, que se complace en la amistad, la conversación o, simplemente, el goce callado del cielo y del agua. Ángeles y yo vinimos ayer por la tarde, y hemos pasado aquí la noche. Mañana se sumarán a la fiesta Álex Chico y otros amigos. Por desgracia, esta vez no serán demasiados, porque varios de ellos están de vacaciones o han tenido que atender asuntos familiares urgentes, pero sí los suficientes para que reeditemos uno de esos encuentros colectivos que tanto bien me hacen, porque son prueba de una relación auténtica, que va más allá de las reglamentadas efusiones del gremio y de sus estragantes vanidades. Ayer por la tarde estuvimos charlando junto la piscina. Agustín ha montado una tumbona con unos palés de los que utilizan en su negocio. Agustín igual hace un poema visual con letras recortadas de un periódico que una tumbona con palés. Mientras charlábamos, nos visitaban las abejas, que husmeaban, inofensivas, en la piel, y a las que procurábamos no molestar: su población ha descendido alarmantemente en toda Europa; sin ellas, no habrá polinización, ni, por lo tanto, vegetación: su ausencia desertizará el continente. Al parecer, la causa de su muerte es la desorientación: no saben volver a la colmena, y se quedan en el camino. El mismo fenómeno aqueja a algunos mamíferos marinos, que perecen a mansalva en costas que no consiguen identificar, y de las que no logran salir. Pero, si con las abejas éramos amables, con las avispas éramos inmisericordes: acabé con varias de ellas con sendos zapatazos. Las avispas son dañinas, feroces y parasitarias: no sentí ningún remordimiento al hacerlo; y que me perdonen los ecologistas y los budistas. Hablamos, pues, al lado del agua, y, después de un rato, me metí en ella: estaba fría, pero, al cabo de unos minutos, ya me parecía templada. Luego fuimos a recoger fruta. Aprovechando la extensión de la finca, Agustín y José Antonio han plantado hortalizas y frutales, y recogen lechugas, tomates, calabazas, melocotones, peras, manzanas, nísperos, albaricoques, ciruelas e higos. La higuera, en particular, apunta a una cosecha generosa, pero que no se recogerá hasta septiembre. Qué pena no estar aquí para entonces. Bajamos a los bancales de los huertos sorteando gatos, que merodean por la casa con apacibilidad rural, sucios pero no desconfiandos; uno de ellos se llama Manolo. En los cultivos recogemos, sobre todo, melocotones, que ya empiezan a estar maduros, aunque tenemos que cubrir los árboles con unas redes negras, que evitan que los pájaros picoteen los frutos, y que se han caído, acaso por el viento. Los pájaros son muy bonitos y muy canoros, pero también una pesadilla para la horticultura; y su voracidad no conoce límites. Los nísperos son de carne anaranjada, como los que se encuentran en los supermercados, pero también de carne blanca, mucho más dulce. Esta blancura es un descubrimiento. Pese a la abundante merienda frutívora, no tardamos en cenar. Agustín y José Antonio son buenos cocineros, y han preparado una cena a base de setas, humus con pimentón de la Vera, empanada de atún y pasta rellena de bacalao y calabaza, regado con un ribeiro frío: es un festín. Hablamos con ellos y con Felicitas, la madre de Agustín, que nos cuenta historias de su Galicia natal: en su pueblo, por ejemplo, había un verdugo, aunque, por fortuna, ya no ejerciente, sino retirado. Y no era Pepe Isbert. El hijo del verdugo, no obstante, había heredado algunas de las costumbres de su padre, y martirizaba a las jóvenes del pueblo quemándoles el pelo, cosiéndolas a pedradas, rociándolas con orines de cerdo o haciéndoles ahogadillas criminales. Pero las susodichas no se amilaban y le devolvían las gentilezas empujándolo del puente al río, echándole caldo hirviente del puchero para los gorrinos o devolviéndole las pedradas, con puntería superior. El hijo del verdugo, en cualquier caso, nunca intentó darles garrote, lo que sin duda suponía un alivio y un cierto progreso generacional. En la sobremesa de la cena, Agustín y yo dedicamos un rato a repasar nuestras recientes anécdotas literarias, y no puede resistir la tentación de enseñarme un antología de poetas brasileños, traducida por una amiga suya, que tiene el mérito de que no solo los poemas -"Aldravias": una especie de haikús de seis palabras, cada una de las cuales forma un solo verso- sean delirantes, sino también, o quizá más, las biografías de los poetas. Esto dice la de una poeta llamada Célia: "Nacida en Itapecerica MG, el día 19-07-43. Abogada, divorciada, aposentada TCE/MG. Presidenta Acad. de Letras de Ipatinga y Acad. Itapecericana de Letras y Cultura; UBT; Socia 1980 Acad. Municipalista de Letras de MG; correspondiente del IHGMG el 27-05-2000; Socia de AJEB/RJ 2001; Acad. Internacional de Lexicografía el 20-10-2001; Portal CEN; REBRA, en 2002; Club de Escritores de Piracicaba y varios otros. Editora de los PERIÓDICOS: Janelao71/72, Itapecerica73/77, Quatro Bicas88/89; colaboradora de otros. Varios trofeos y premios en concursos, inclusive en el II Conc. Nac. de Poesías Brasilia/81, con 1º lugar entre 6218 participantes, recibiendo la Medalla dr Oro, poema "Enquantohá Vida". Participación en más de 90 antologías". Y así todo. Cansados de reír, nos vamos a acostar, por fin. Por las ventanas abiertas no se oye nada. Solo el zumbido delicioso de un monte áspero y acariciante, bajo la luna llena.

2 comentarios:

  1. Hoy el día ha amanecido gris en Cal Jep. Por suerte, los melocotones siguen madurando y la higuera exhala un recuerdo como de infancia, y nos consuela. Vuelven los recuerdos... Aquí va un abrazo!

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