Hoy llueve con ferocidad. Lleva haciéndolo desde las seis de la mañana. Esto parece Inglaterra. Una lámina de plomo se extiende desde las aceras hasta el horizonte, y en esa lámina se inscriben las gotas que caen, y reverbera el repiqueteo de su caer, y rebota el chillido de las cotorras, que hieren el aire como cuchilladas verdes. Es una mañana ruidosa: además del aguacero y los pájaros, los coches, al pisar el agua, producen un chasquido laxo, que se suma a la detonación de sus motores; y no dejan de romper truenos, que suenan como si el cielo se desgarrara, o como si alguien abriera una caja, del tamaño del firmamento, y dejara caer de repente la tapa. Pienso que, si esto dura hasta la tarde, hoy no vendrá casi nadie a la presentación de Dices. Solo faltaría que también hubiera fútbol, pero el Mundial descansa, a la espera de unas semifinales previsibles (mi apuesta: una final Alemania-Argentina, y gana Alemania). En todo caso, las presentaciones de libros de poesía y los actos poéticos en general han de batallar siempre con la fantasmagoría del público, que se revela como una entidad inasible, inconcebible, inexistente. Uno depende de los amigos cercanos en cuyo esfuerzo por sobreponerse a una salida incómoda puede confiarse, o de los parientes más íntimos, o de alguien remoto con quien se ha vuelto a contactar, y que brinda a su asistencia un carácter celebratorio, de reencuentro. Apenas hay espontáneos: gente que acuda como quien va al cine; gente sin mácula previa, desconocida y expectante. Estos son un tesoro, pero un tesoro más oculto que el del capitán Flint. Yo he estado en presentaciones donde el público lo componían cuatro personas, y donde, además, una tuvo que irse antes acabar, porque le entró un ataque de tos; fue una catástrofe: de golpe perdimos el 25% de la audiencia. O donde solo había una, un buen amigo mío, que no quiso dejar solo al autor del libro, una novela, ni a mí, su presentador. O donde no había nadie. Nadie. El acto se celebraba en una librería de la periferia de Barcelona, y cuatro personas integrábamos la mesa: el organizador de la presentación; el autor, un poeta en catalán; un presentador, otro poeta en catalán; y otro presentador, yo. Comparados con el público asistente, éramos una multitud. Consideramos la posibilidad de que el autor presentase el libro y leyese los poemas, y los otros tres hiciéramos de público: eso ya sería algo; de hecho, no estaríamos demasiado lejos de aquella otra presentación a la que acudieron cuatro. Casi un éxito. Pero optamos, después de media hora de infructuosa espera, en la que mirábamos ansiosos la puerta por si aparecía alguien, por irnos a tomar una cerveza. Recuerdo que, camino del bar, el autor no contó que acababa de hacer otra presentación en un pueblo de los alrededores de Barcelona, y que habían ido a escucharle más de cincuenta personas, pero que el editor se había confundido de fecha, y no había llevado libros al acto. En esta, en cambio, había libros de sobra, pero no había público. Estaría bien, le dije, organizar alguna en la que coincidieran ambas cosas, libros y gente. También recuerdo que pasamos al lado de una sucursal de la Caixa, y que dentro, en el recinto del cajero automático, un musulmán, descalzo y sobre una alfombra, hacía sus oraciones. Estaba orientado hacia La Meca, pero esa orientación coincidía con la del cajero, y, en consecuencia, parecía que aquel fervoroso mahometano le estuviese orando a la máquina, para que le soltara algunos billetes, o a la caja, para que le devolviera la inversión en las preferentes. Esta tarde se presenta Dices en la librería En Su Tinta (c/ Badosa, 17), uno de esos locales que no solo aspiran a vender libros, sino a convertirse en un centro de cultura, en una suerte de dinamizador literario. Por eso han creado un nuevo sello editorial, Libros En Su Tinta, que quiere ofrecer textos de calidad, dignamente publicados, y que incorporen contenidos rebeldes, alguna oposición a lo establecido. Serán unas publicaciones artesanales, de tirada limitada y distribución manual: uno de esos esfuerzos bienaventurados que se fían a la solidaridad de la gente y al amor puro por la literatura, y que tan necesarios son, pese a su modestia, para que se oxigene, para que sobreviva. Dirige la colección, junto con el propietario de la librería, Andreu Navarra, un joven filólogo e investigador al que alguien debería dar una medalla en nombre de la sociedad literaria, más aún, en nombre de la pasión literaria, por su iniciativa, por entrega constante y, sobre todo, por no claudicar (aunque él, seguramente, la rechazaría). Andreu quiere que en esa colección vean la luz las obras de los buenos escritores de Barcelona, y ha convocado para ello a poetas y narradores como Álex Chico o Juan Vico. Su atrevimiento, no obstante, le ha hecho empezar por mí. Dices es un poema unitario, compuesto por 173 fragmentos versiculares, en el que pretendo conjugar lo satírico y lo existencial. El poema nació por encargo, a iniciativa de Alfredo Gavín, un excelente poeta de Tarragona, y ya viejo amigo, que hace dos años tuvo la idea de componer un libro colectivo en el que participáramos, además de él, cuatro autores de su confianza: Ramón García Mateos, Juan López-Carrillo, Vicente Llorente y yo. Su intención era escribir algo en lo que todo se pudiera decir, y todo se dijera: un libro abofeteador, bilioso, maleducado, un libro que no tuviese miedo a ser rechazado, a ser repulsivo, un libro radicalmente libre; y así se tituló, Libro libre. Apareció en la colección "Los soles cuadrados", de Arola Editors, en junio de 2013. Libro libre, y también Dices, era, es, el fruto de la exasperación, del hartazgo por la imbecilidad y la miseria moral de nuestro tiempo. Constituye un grito -aunque un grito elaborado, en algunos casos escandido- contra la rapiña de las almas y la devastación de las mentes, y solo aspira a sacudir, a golpear, si es que la poesía conserva todavía alguna capacidad para desbarajustar el espíritu de los hombres. Dices es mi forma de practicar la poesía social, aunque toda poesía, incluso la más reflexiva, la más intimista, es social. Lo es en la medida en que denuncia, o pretende denunciar, sin elaboración, mediante su exposición directa, la victoria del prejuicio sobre el pensamiento, del lugar común sobre el lugar individual, de la ceguera sobre la luz. Pero se trata de una transcripción directa de la burricie -y de lo que es mucho más grave: de la violencia- de obispos, políticos, militares y periodistas, que quiere convivir con mi propia idiotez. Porque también los que nos sentimos ofendidos por la grosería de estos sujetos, que no son sino exudaciones de nuestra grosera sociedad, somos idiotas, y quizá más que ellos. Idiotas por no darnos cuenta de hasta qué punto estamos infectados por la basura de su sinrazón; idiotas por ser débiles, codiciosos, vanidosos, egoístas, perversos, cobardes; idiotas por escribir poemas en lugar de tomar las armas; idiotas por seguir albergando esperanzas, cuando la única esperanza es que todo acabe pronto y no nos haga sufrir demasiado. No obstante, frente a tanta idiotez, la de los demás y la nuestra, se alza un acto posible, una última posibilidad de redención: la del verbo que la reconozca, veraz, genuino, limpísimo, aunque solo enuncie suciedades; la del lenguaje que se atreva a decirse sin recovecos ni dobleces; la de la palabra cuya desnudez, cuya indefensión, evidencie la falsía de esas otras palabras que, cada día, como nubes de dípteros o emanaciones de gas, nos sobrevuelan y nos aturden, para que obedezcamos, para que sigamos en el barro, rodeados de electrodomésticos y benzodiacepinas. Burlarse de los demás es fácil; burlarse de uno mismo cuesta algo más. Yo he querido hacerlo en Dices, porque, si no nos hundimos en nuestro mundo, si no participamos de sus miserias y sus sombras, no las venceremos nunca. Aunque sea en el instante ilusorio, pero eterno, del poema.
Posdata: La sonrisa que ilustra la cubierta de Dices es la del expresidente Aznar, tan franca, tan alegre. Ah, cuánto lo añoramos.
Posdata: La sonrisa que ilustra la cubierta de Dices es la del expresidente Aznar, tan franca, tan alegre. Ah, cuánto lo añoramos.
Dices, dices muy bien!
ResponderEliminarDigo (alguien lo dijo mucho antes que yo) la mejor arma, es la palabra!!
Mucha suerte
Y un abrazo
Gracias, querida Amelia, como siempre.
ResponderEliminarCon un beso grande, también como siempre.