domingo, 27 de julio de 2014

Magaluf

Magaluf, un lugar desconocido para muchos, ha saltado a la fugaz celebridad de los periódicos -y de las redes sociales- gracias a un nuevo fenómeno: el mamading, que se suma a otros inteligentes hallazgos del turismo basura, como el balconing, gracias al cual varios guiris se han roto ya la crisma en las piscinas de las Pitiusas en lo que llevamos de año. El mamading consiste en que una joven se la chupe a otros jóvenes en un bar, pero no como siempre se ha hecho, discretamente, en un reservado, en penumbra, y por amor o por un calentón irrefrenable, sino con desconocidos, a la vista de todos, y a cambio de unas copas; esto es, se chupan penes como se podrían lamer polos o sorber cocacolas, sin darle importancia, al ritmo de la música. Antes, en los bares, uno se paseaba por la barra, o por la pista de baile, con el vaso de tubo en la mano, y escrutando el paisaje con la esperanza de encontrar a alguien con quien pegar la hebra; hoy, en cambio, uno puede deambular por el local sin otra preocupación que dar con la fémina adecuada: tras esa feliz circunstancia, no hay ni que decir "hola" (y mucho menos "¿vienes mucho por aquí?" o "¿estudias o trabajas?"): basta con sacar la chorra. Esta fascinante actividad saltó a la luz cuando, según informan los medios de comunicación, una joven irlandesa, con apenas 18 años, ejecutó veinte felaciones en unos minutos. La chica emulaba a la mítica reina Cleopatra, que no solo era conocida por su nariz, sino, sobre todo, por su boca (los egipcios la llamaban merichane: "la boca de los diez mil hombres"), con la que había sacado lo mejor de cien legionarios de Marco Antonio en una sola noche. Antes de valorar las consecuencias morales y antropológicas del hecho protagonizado por la joven irlandesa, hay que ponderar su virtuosismo técnico: veinte felaciones en apenas unos minutos son una barbaridad de felaciones, y, si se culminaron con éxito, la demostración de una habilidad sobrenatural. La chica fela como quien come pistachos: un momento para pelar, una breve masticación y para adentro; y, hop, el siguiente. Además, ya se sabe lo difícil que es dejarlo: se empieza comiendo un pistacho y se acaban comiendo ciento. Es una lástima, no obstante, que el valor nutritivo del semen humano no tenga parangón con el del pistacho, rico en fósforo, potasio y vitamina A; de hecho, supone un aporte calórico casi insignificante, además de que posee un sabor metálico poco estimulante (lo he leído; no lo sé por experiencia propia). De otro modo, la chica no estaría tan delgada como aparece en youtube. La familia de la imponente felatriz, muy católica, ha manifiestado que perdona a su hija, y que entiende que ha sido engañada: al parecer, el local había publicitado que regalaría unas vacaciones a quien practicase el mamading, pero esas "vacaciones" eran solo el nombre que le había dado a un combinado de ron. Si esto es cierto, la chupadora de Eire no solo era una succionadora portentosa, sino también una idiota formidable. Pero eso, en realidad, no me sorprende. Antes de que Magaluf extendiera su fama de villa refinada por el mundo, yo ya la conocía en Inglaterra. Una cadena privada proyectaba hacía unos meses -ignoro si, con el escándalo, seguirá haciéndolo: los británicos son tan depravados como cualquiera, pero mucho más remilgados: se trata de hacerlo, pero de que no sepa- un programa que se titulaba así, Magaluf, cuyo único argumento consistía en juntar en unos apartamentos del pueblo a un grupo de homínidos, a los que daban el nombre de adolescentes, y filmar sus evoluciones -o más bien involuciones- en los bares y discotecas de la localidad. ¿Magaluf?, pensaba yo. ¿Dónde estará eso? En el programa apenas aparecían españoles: las escenas se desarrollaban, británicamente, entre borracheras, vomitonas, coitos, peleas, berridos y algo remotamente parecido a conversaciones, en las que, muy de tarde en tarde, alguna palabra me resultaba comprensible; también para ellos. El acento de Gales o de Yorkshire no ayudaba, pero lo que más contribuía a su ininteligibilidad era la falta de inteligencia: en aquellos cerebros, endebles de nacimiento, y ahora magullados por el alcohol y las pastillas, no había nada, excepto una interminable sucesión de representaciones sexuales, que se procuraban materializar con desinhibición animalesca. Magaluf era, pues, para el telespectador británico, un lugar bien conocido, asociado con lo mejor (para muchos de ellos) o lo peor (para  algunos de nosotros) de la cultura mediterránea intoxicada por el urbanismo demencial y el turismo de garrafón. Ante esta visión del pueblo -y, por extensión, de España- que tienen mis paisanos del norte, no hay duda de que Magaluf hace honor a su nombre: ma haluf, un término árabe que alude a los salobrales interiores que todavía alberga, y que puede traducirse por "agua puerca". Pero no hemos de pensar que este desafuero es solo propio de los anglos, sean irlandeses o brits. También recuerdo un programa hermano de ese Magaluf inglés, Gandía Shore, que se filmó en otra gran metrópoli de la cultura española, y que reunió, a lo largo de muchos meses -y con gran éxito de público, hay que añadir-, a ocho cracks de la juventud patria, como Alberto Clavelito Clavel, Cristina Gata López, Cristina Core Serrano -que es de Vic, nada menos-, José Labrador -que precisó sus planes al inicio del programa: "no he venido a Gandía Shore con la intención de enamorarme"-, Esteban Martínez -que no es el poeta de Sabadell del mismo nombre, y que se significó asimismo por un proyecto de vida tan elemental como compartible: "¡Las feas, pa' los feos, y las guapas pa' mí!"- y la inenarrable Ylenia Padilla, entre otros. El vicio del zapeo me llevó algunas noches a la cadena MTV en la que se proyectaba el programa, y allí me quedé enganchado, hipnotizado, fascinado por lo que veía. Lo mismo me sucede cuando veo los discursos de Adolf Hitler -no entiendo ni una palabra, pero seduce bestialmente- o los de Jesús Gil y Gil, a quien Dios tenga en su gloria: la inmundicia de su gesto y su palabra, la brutalidad de su ser, ejercen una atracción perversa, casi demoníaca, a la que es difícil resistirse: tienen la belleza de la cobra, el encanto de la escolopendra; son hermosamente excrementicios. Los jóvenes de Gandía, españoles, eran equiparables a los de Magaluf, británicos: chonis poligoneras, reses de gimnasio, retrasados mentales, aunque no practicaban el mamading. La pena es que tanto Gandía como Magaluf -y Benidorm, y Salou, e Ibiza, y Lloret de Mar- están en España. La marca España y el mamading: qué grandes inventos.

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