Nos costó llegar, o, más bien, nos costó aparcar. La zona en la que se encuentra la librería -el barrio de la Guineueta- es una mezcolanza de grandes avenidas y calles muy estrechas en la que hace años que nadie ha tenido noticia de un lugar donde dejar el coche. Dimos, por fin, con un aparcamiento municipal, y allí pudimos desembarazarnos de él, a razón de 3,05 euros a la hora. Con ese precio, yo esperaba que las líneas que delimitaban las plazas fueran de Barceló, o los grifos de los baños, de oro, pero no: todo era asfáltico y gris, como siempre. De todos modos, ya habíamos satisfecho nuestras necesidades de color: camino de Barcelona, alumbrados por chaparrones intermitentes, que descargaban entre enormes agujeros de sol, nos habían saludado varios arcos iris, a veces superpuestos unos a otros. Hilvanábamos, pues, túneles de luz, igual que ensartábamos los túneles de sombra de Vallvidrera. En Su Tinta es una librería más grande de lo que aparenta desde la entrada: al fondo, un gran espacio permite, con holgura, lecturas, presentaciones y actividades -y juegos: en una balda se amontonan tableros ajedrezados y cajas de Risk. Hasta llegar a ese extremo, los estantes acogen las novedades que pueden encontrarse en cualquier librería literaria, pero también, y señaladamente, esa literatura alternativa, y hasta de combate, que en las librerías literarias solo ocupa un lugar sombrío, si es que llega a ocupar alguno. Títulos, por ejemplo, como El derecho a la ebriedad o La represión del Estado -mucho más prometedor el primero que el segundo, en mi opinión-, lucen en los plúteos con el protagonismo que no le conceden las librerías acomodadas o biempensantes. El lugar, de hecho, tiene algo de casa del pueblo y de refugio de indignados, aunque enaltecido por los libros, que se esparcen por doquier, y entre los cuales Dices tiene hoy una presencia señera. El dueño es Arthur, un brasileño joven, que exhibe una barba merlinesca, flanqueada por otras dos tiras de pelo que no estoy muy seguro de que encajen en el concepto "barba". Pero el trípode que forman esos tres apéndices pilosos no es la única obra de ingeniería de la cabeza de Arthur: una cola, más que de caballo, de guepardo, le cae, enrollada, hasta las corvas. Arthur es del tipo brasileño rubio: en Brasil hay negros más negros que un bantú, y gente como Gisele Bündchen. El librero tiene la piel blanca y los ojos muy claros. Su sonrisa es inamovible, y su castellano, casi nativo: no se equivoca con el subjuntivo, y hasta pronuncia las zetas. Al acto han venido, por fin, un puñado de amigos. Jesús Aguado me recrimina que no pare de escribir, que lo tengo aburrido. Aboga por que vuelva a la Generalitat, para que no tenga tanto tiempo libre. Es partidario incluso de que se me prohíba acceder a ordenadores, y hasta usar lápiz y papel. Agustín Calvo y José Antonio han venido de Cal Jep para escucharme. Los veremos, con más calma, el próximo fin de semana, en el que están maquinado un encuentro en su masía. No faltan Álex Chico, Juan Vico -una novela suya será el segundo título de la colección de Libros En Su Tinta- y su compañera, Susana Pozo, cuya sonrisa es extraordinaria. También están José Antonio Arcediano, un poeta muy interesante y un creador asimismo tenaz, que, según me cuenta, proviene de estos barrios, y Efi Cubero, poeta y amiga. Me alegra encontrar entre el público a Jaume Pont y a su hija, Iris, infectada asimismo por el virus de la poesía: no sé si felicitarla o compadecerla. Jaume es profesor en un instituto que se encuentra delante de En Su Tinta, y un excelente filólogo y ensayista -suyos son varios magníficos trabajos sobre el surrealismo y el postismo-, que me dice algo que comparto absolutamente: que ha dejado el ensayo y las tareas de investigación, en parte porque ya se han muerto los autores que más le interesaban -Cirlot, Pino, Fernández Molina, Panero-, pero también porque esa tarea ha ahogado la que en verdad le seduce, y a la que quiere entregarse: escribir poesía. Yo estoy deseando también acabar la traducción de Hojas de hierba, con cuya ultimísima revisión todavía ando a vueltas, y algunas tareas ensayísticas que me han encargado, para emprender nuevos proyectos de poesía y quizá también de prosa, para horror de Jesús Aguado. Hay entre el público gente que no conozco, del barrio, que ha encontrado en la librería de Arthur un lugar donde reunirse y hablar de lo que les gusta. He aquí uno de los mayores méritos de lugares como este: ser un polo aglutinador, y también agitador, de esa rareza que son los lectores, sobre todo en un barrio periférico. Una de esas personas, de acento argentino, me da un ejemplar de Dices para que se lo firme, pero, cuando le pregunto a quién se lo dedico, no me dice su nombre, porque no quiere que conste en el papel: así se ahorraría problemas si hubiera de deshacerse a toda prisa de ellos, como ya le ha pasado en la Argentina. La presentación del poemario corre a cargo de Rafael Mammos, un poeta greco-balear, que ha vivido en los Estados Unidos y que ahora reside en Barcelona. Antes, Andreu Navarra nos ha presentado a ambos, con su bonhomía de siempre. Sin él, desde luego, ni hoy estaríamos aquí, ni existiría esta nueva colección. Rafa hace una presentación solvente. Sus gustos son amplios, y su poesía, estricta. Hace un par de años, para agradecerme que, a mi vez, hubiera presentado un libro suyo, me regaló un libro del mallorquín Andreu Vidal, entonces un completo desconocido para mí. Fue un descubrimiento, que luego reflejé en mi antología de poetas contemporáneos en catalán. Tras su intervención y mi lectura -que ha de enfrentarse a la incomodidad de ser , como casi siempre, de un poema unitario y extenso, que soporta mal la fragmentación, aunque sea fragmentario, para lo que recurro al procedimiento habitual de leer el principio y el final- se abre un animado coloquio, con preguntas y comentarios que giran mayoritariamente en torno a la podredumbre del discurso actual del poder, a su vaciedad, a su corrupción y a su violencia. La charla continúa después, cuando el acto, formalmente, ya se ha acabado. Algo que me fascina de En Su Tinta es la provisión aparentemente inagotable de cerveza: nada más llegar, Arthur me ha ofrecido una, y ahora trasiego otras dos, cortesía nuevamente de Arthur. El hombre entra en un cuarto mágico y sale, sin parar, cargado de botellines, que reparte entre la concurrencia: es maravilloso. Volvemos a casa sin lluvia ni arcos iris. En el cielo se apiñan cúmulos abarrotados de negrura. Pese a ello, todo sigue siendo, para mí, extrañamente luminoso.
Lo que me hubiese gustado poder estar allí! Lo cuentas tan bellamente que una no puede menos que desearlo, además de volver a ver a algunos amigos comunes que citas. Felicidades por ese nuevo libro que espero tener en mis manos pronto. Un beso grande!
ResponderEliminarA mí también me habría gustado que hubieras estado en la presentación, querida Isabel, como en la de El corazón, la nada, pero se comprende tu ausencia. Habrá otras ocasiones por el encuentro, sin duda. De momento, te agradezco que sigas ahí, tan atenta a lo que escribo. Es un consuelo tener lectoras -y amigas- como tú.
ResponderEliminarMás besos.