Que lleguen libros a casa es una de las pocas satisfacciones que proporciona la literatura, en general, y la crítica literaria, en particular. Para los formados, como yo, en la cultura del papel, para todos aquellos que creen que cada libro constituye una aportación única al conocimiento, un tesoro singular, un hijo, recibirlos es una bendición, aunque, como también sabe cualquier amante de la celulosa, tiene sus inconvenientes: el principal, que su arribada constante acaba haciendo pequeño -y, por fin, anulando- cualquier espacio. Yo hasta me hice una casa en el campo creyendo que ya no tendría que preocuparme nunca más por ese asunto, y ya estoy pensando en comprarme un hangar a la salida del pueblo. En Sant Cugat, la acumulación de libros hace tiempo que desbordó las estanterías que cubren casi todas las paredes del piso, y ahora se apilan en mi despacho, desbaratando el orden alfabético, y cualquier tipo de orden, con el que intento domeñar el crecimiento de la bestia. Aún no he alcanzado el asilvestramiento en el que tenía, por ejemplo, Rafael Cansinos Assens su biblioteca -cuando Borges lo visitó, en los años cincuenta, describió el piso en el que vivía el antiguo maestro y vanguardista como un espeso palmeral: las columnas de libros iban del suelo al techo, y solo dejaban un estrecho sendero por el que circular entre las habitaciones-, pero, si no me hago pronto con el hangar, no tardaré en llegar a esa misma y caótica exuberancia. Pese a las dificultades prácticas que el amontonamiento de los libros produce -y al peligro en que pone a mi matrimonio; Ángeles no está lejos de formular el ultimátum clásico: "¡O los libros o yo!"-, sigo celebrando su llegada. En verano, el ritmo se ralentiza. No solo la gente está de vacaciones: también los carteros reparten con menos empeño, pero, felizmente, los libros siguen apareciendo en el buzón. En las últimas semanas, ha habido unas cuantas nuevas incorporaciones. Francisco Fuster, un historiador que navega sagazmente por la Filología, me remite Baroja y España. Un amor imposible, publicado por Fórcola. He hablado varias veces de Paco -y de Fórcola- en este diario, y vuelvo a hacerlo con satisfacción, porque sus trabajos sobre clásicos contemporáneos españoles -Julio Camba, Azorín, el propio Baroja, cuyas Semblanzas acabo de reseñar en Revista de Occidente- son ejemplares. Este "ensayo sobre El árbol de la ciencia y la crisis de fin de siglo", por ejemplo, es su tesis doctoral, pero una tesis que no se ha concebido como un producto horrendamente académico, con este tufo de claustro penumbroso, con el polvo y la ininteligibilidad de la jerga profesoral, sino como lo que dice ser: un ensayo, ágil y sustancioso, penetrante y, sobre todo, bien escrito. En él analiza el proceso de creación, la recepción y el legado intelectual de ese libro que todos hemos leído en el bachillerato (¿todos? ¿Se sigue leyendo hoy?) y que es bandera de la reivindicación barojiana de un país moderno, equilibrado, sin curas ni fanáticos, científico y pacífico.
Recibo también Del lado de la vida. Antología poética (1974-2014), de Manuel Ruiz Amezcua, con prólogo de Antonio Muñoz Molina, un volumen que recoge muestras de once poemarios, desde De humana raíz (1974) hasta De la resistencia (2011), más algunos poemas inéditos. Lo publica Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, e incluye poemas tan hermosos como este, perteneciente a Atravesando el fuego (1996):
La misma boca tuya que me llama.
Tus mismos labios míos.
El mismo fuego retozando en llamas.
La misma lengua reclamando rabia.
El mundo entero, intacto en la mirada.
Los mismos cuerpos nuestros que levantan
la misma herida entre la misma llaga.
Mi mismo amor de siempre que reclama
la misma furia tuya en la mañana.
Mi pasión por tu carne inmaculada.
Desde Manresa, Montserrat García Ribas me envía un volumen de título sugerente, Luz fue -un verso de Paul Celan-, publicado en una editorial de Gerona, Curbet Edicions, en el que ha estampado una cordial dedicatoria también en catalán. El libro ganó en 2013 el premio de poesía Vila de Martorell, uno de los más linajudos de nuestro país, y cuenta con un epílogo de Jesús Alonso Burgos, un palentino radicado asimism0 en Manresa, interesante poeta y ensayista, que ha alumbrado uno de los mejores estudios que conozco sobre la mítica Blade Runner, titulado Blade Runner: lo que Deckar no sabía, en 2011. Me gusta esta fusión de lenguas, de orígenes, de intereses, y también ese empeño en la poesía, ese agrupamiento o reducto de escritores que, en una ciudad pequeña y probablemente poco interesada en la literatura, comparten pasión y se alientan mutuamente. Conozco el fenómeno en Zamora, en Jaén, en Tarragona, en Badajoz, en Ávila. En cualquier caso, Luz fue es un libro delicado, casi quebradizo, con tanta luz como silencio, atravesado por una pureza insólita, por ritmos de sombra y madrugada. En esa esencialidad estricta, no obstante, bulle la pasión corporal y su trasunto, la pasión por la palabra, que alumbra poemas crepitantes y enigmáticos como este:
Una gruta de espejos devolvería
el resplandor del aire.
Pedazos o aromas desiertos
que se hunden en la devoción.
Ese leve sentir implacable.
De la República Dominicana me llega Prácticas de sueños, de Basilio Belliard. A Basilio, poeta y ensayista, lo conocí hace algunos años, cuando participé en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, y con él viví en la isla algunos momentos memorables. Su actividad literaria es incansable. Desde Diario del autófago, su primer libro de versos, aparecido en 1997, ha publicado media docena de poemarios más, libros de entrevistas, estudios de teoría literaria, y varias antologías de poesía dominicana y de otros países de Hispanoamérica. En Prácticas del sueño reúne un conjunto de poemas en prosa -una forma de creación a la que ha dedicado también una amplia consideración teórica: La espiral sonora: antología del poema en prosa en Santo Domingo (1900-2000)- caracterizados por el cromatismo de la palabra, por su hirviente materialidad, que acaso sea propia de la literatura dominicana. Transcribo el poema "Lluvia y fuego":
Los muertos no escuchan la lluvia cuando cae pertinaz. El fuego de la lluvia despierta solo a los muertos que murieron de muerte natural. Cuando la lluvia corre tras el hielo, espejea en ecos, silencios y epitafios. Los muertos cremados sienten el fuego de la ceniza cuando abrasa su sangre en el polvo de sus almas. La muerte en vida de los cremados emite una luz que apaga el duelo de las lágrimas. Cuando la lluvia se desprende del aire deja un fuego helado que estremece las tumbas de los muertos artificiales.
Por fin, Eduardo García me envía dos de sus últimos libros: Duermevela, con el que ha ganado el último premio Ciudad de Melilla, y Las islas sumergidas, un compendio de aforismos publicado por Cuadernos del Vigía. Eduardo, a quien también conocí en un encuentro literario -una Cosmopoética de hace algunos años-, es un excelente poeta y un excelente pensador de la literatura. Recuerdo con enorme placer su ensayo Escribir un poema, modelo de análisis textual y de reflexión sobre el proceso creador. Como poeta, Eduardo García se caracteriza por una sabia fusión de irracionalismo y figurativismo: no rechaza ningún elemento; todo sirve al propósito superior de construir algo que incorpore razón y misterio, penumbra e inteligencia, diálogo y plegaria. Su poesía es siempre precisa y equilibrada, pero también susurrante, umbría, inquisitiva. Esto dice, por ejemplo, "Extraño en el desván":
Hay un extraño en el desván, hay un cadáver
tuberías arriba, detenido
en un rincón remoto del olvido, en una zanja
que la lluvia no alcanza, prisionero
donde no silba el viento. Se debate
atrapado en la esfera
colosal de un reloj encasquillado
en el ángulo atroz de un día cualquiera.
Por las noche le escucho caminar
donde no alcanza el mar, por la escalera
se encarama al tejado. Su voz grave
con tono destemplado arroja a las estrellas
esquirlas de palabras. Le escucho tenuemente
vagar sobre las tablas, murmurando
su tosca letanía intermitente.
Un cadáver humea entre las brasas:
¿cómo se me extravió un extraño en casa?
¿Cómo pude olvidar, año tras año,
esa hueca mirada en mi rellano?
Como poeta verdadero que es, la patria de Eduardo es, como dice uno de los aforismos de Las islas sumergidas, la escritura, "un territorio nómada, suspendido en el aire".
Amigo Eduardo:
ResponderEliminarGracias, una vez más, por tus generosas palabras sobre mi trabajo, en general, y sobre mi ensayo "Baroja y España: un amor imposible", en particular. Es un honor para el libro formar parte de tu biblioteca y un lujo para mí tenerte como lector.
A título informativo, te diré (y les diré a los lectores de este blog) que, efectivamente, "El árbol de la ciencia" se sigue leyendo en el bachillerato. De hecho, el pasado mes de junio salió la noticia en un periódico de que, por enésima vez (en este caso había sido en La Rioja), habían "preguntado" un texto de esa novela en la prueba de "Lengua y Literatura" de las PAU (la antigua selectividad). Además, hace escasos días hablé con Pío Caro-Baroja (sobrino-nieto de Baroja y actual gestor de sus derechos de autor) y me decía que ese título es el único que, año tras año, se sigue vendiendo bien en la clásico colección "Letras Hispánicas" de Cátedra (esa es la edición que se recomienda en los institutos, de ahí el volumen de ventas), donde se han editado otras novelas barojianas que, por distintas razones, nunca han tenido el mismo éxito de ventas.
Con motivo del centenario de la publicación de la novela, conmemorado en 2011, escribí un breve ensayo en el que hablaba, precisamente, de "El árbol de la ciencia" como lectura generacional - y, muchas veces, obligatoria - de la juventud española. Lo enlazo aquí con tu permiso, por si algún lector tiene curiosidad o quiere recordar aquellos tiempos de instituto:
http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/noticias/5054_fuster.pdf
Te sigo leyendo por aquí. Un abrazo.
Es un placer hablar de lo que haces, Paco, por lo bien que lo haces. Y celebro que "El árbol de la ciencia" siga siendo un libro vivo en los colegios españoles. Debe de ser uno de los pocos, tal como está el patio. Yo recuerdo haberlo leído con placer, aunque, como sabes, Baroja no sea mi modelo de estilo. Pero sus ideas eran, y siguen siendo, plausibles.
EliminarAdelante con todo, y recibe un fuerte abrazo.