Así se titula la que creo es la única revista literaria en castellano publicada en Londres. En realidad, es algo parecido a una franquicia -una franquicia sin beneficios, se entiende-, porque también hay un Alba París, hecha con iguales herramientas y con la misma ilusión. Alba Londres, como indica su subtítulo, Culture in translation, pretende difundir la literatura en español en las Islas Británicas por medio de su traducción al inglés. A ello se aplica un grupo entusiasta de profesores residentes en la capital, con las ayudas singulares que les ofrecen algunas instituciones, como la Universidad de Oxford, u otras especialmente interesadas en promover algún aspecto de la literatura en español. El último número publicado, el cinco, es un monográfico sobre la poesía contemporánea argentina. Asisto a su presentación en la Universidad d Birkbeck, cerca de la estación de Euston, en una zona de intensa concentración universitaria. De camino a mi destino, ya de noche, veo a un hombre de unos doscientos kilos de peso, que acaba de bajar de un autobús, pegar una bronca tremenda a un grupo de tres mujeres por cerrarle el paso en la calle. Es obvio que el abroncador necesita mucho espacio para pasar, pero también que las abroncadas no lo han hecho adrede. Espantadas, y repitiendo I am sorry como un mantra exculpatorio, las mujeres se separan lo suficiente como para que el gordo pueda circular y ceje en su increpación. Algunos metros más allá, en unos arriates, veo a otro caballero -sombrero calado, pipa en la boca, perro a los pies- echando migas a los cuervos. Los pájaros picotean el pan con decisión, pero sin entusiasmo: parecen escasamente satisfechos con una pitanza tan modesta; donde esté una buena carroña, o una nutrida nube de insectos, parecen pensar, que se quiten estas menudencias. Se mueven despacio y, de vez en cuando, despliegan unas alas casi tan anchas como las del sombrero de su alimentador, que desmenuzan la luz de las farolas, como espejos de obsidiana, en haces de destellos plateados. Pese a todo, me cuesta considerarlo una escena idílica. La presentación de la revista de hace en un aula de la universidad. Mi amiga Jèssica Pujol y un joven profesor argentino de la Universidad de Oxford leen los poemas originales en castellano y su traducción al inglés. Los autores seleccionados son Florencia Abadi, Alejandro Crotto, Martín Rodríguez, Victoria Schcolnik, Dante Sepúlveda, Marina Yuszczuk, Romina E. Freschi y Paula Jiménez. Me llaman la atención las ilustraciones del número, ingeniosas y provocativas, entre las que se cuentan algunos ejemplos de poesía visual a cargo de Sarah Kelly, uno de los miembros del equipo de redacción, y que había traducido algunos poemas míos, con ocasión del translation slam organizado en noviembre por Spain, ¡now! Sara me cuenta, en el entreacto de la presentación, que trabaja la poesía y el papel, pero no porque utilice este para escribirla, sino porque la esculpe con él: su obra está a medio camino entre la papiroflexia y el papier mâché. También me dice que ha recibido una beca para una estancia de tres semanas en la Fundación Banff, en Canadá, donde disfrutará de un inmejorable ambiente creativo: con 35 grados bajo cero fuera, pocas cosas más se pueden hacer que quedarse en la habitación, escribiendo. Charlo un rato también con Noèlia Díaz Vicedo, una profesora valenciana de la Universidad Queen Mary, redactora asimismo de la revista, y con William Rowe, un destacado hispanista recientemente jubilado, que me mira con interés desde la redondez de sus gafas, colgadas en una nariz perteneciente a una cabeza de pelo blanco, en la cumbre de un cuerpo anglosajón, alto y delgado. Cuando me puse en contacto con él, William me dijo que ya conocía mi trabajo: tenía la traducción de la poesía completa de Rimbaud que habíamos publicado en DVD, hecha al alimón entre Miguel Casado y yo. Mientras todos charlamos en varios corrillos, entra una dama que pide que bajemos el tono de voz. "Pasáoslo bien", nos amonesta, "pero no hagáis tanto ruido". Juro que, comparado con el pandemonio que se organiza en actos similares en España, el alboroto del aula apenas se diferenciaba del silencio. Sin embargo, resultaba excesivo para los vecinos. La presentación concluye con la proyección de varios vídeos en los que algunos de los poetas antologados -como Paula Jiménez, que se presenta como "astro-psicóloga"- leen sus poemas. Tomo una copa de vino más, pico algunas patatas y me marcho.
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