sábado, 25 de enero de 2014

El placer de fracasar

A mí siempre me ha inspirado mucho el consejo de Samuel Beckett: "Inténtalo otra vez. Fracasa más. Fracasa mejor". No cuando era joven, desde luego. Cuando era joven, todo eran éxitos: sacaba buenas notas; aprobé el examen de conducir a la primera; aprobé las oposiciones a la primera; en la mili me hicieron furriel. Claro que también sufría contratiempos: todos mis amigos ligaban, por ejemplo, y yo no. Pero aquello -me decía- era un problema de maduración: todos tenemos nuestros propios ritmos existenciales, y los míos, de carácter sentimental -y, ay, sexual-, aún estaban por llegar. No era, pues, un fracaso. Los fracasos, paradójicamente, han llegado con la madurez, y, en estos últimos años, se han acumulado con estruendo. Todos tendemos a proclamar nuestros éxitos y a silenciar nuestros fracasos -yo, sin ir más lejos, lo hago en este blog, aunque intento que sea con discreción-, pero sería mucho más interesante lo contrario: airear las pifias y frustraciones, narrarlas, publicitarlas. "Iría al cielo por el clima y al infierno por la compañía", dijo Mark Twain. Pues bien, los fracasos son nuestro infierno y nuestra compañía. Su acumulación, sin embargo, produce un singular efecto balsámico, o tonificante. Cuando se suceden sin interrupción, uno acaba cogiéndoles cariño: su frecuencia hace que se perciban de otra manera. Hay quien no soporta la pulverización del amor propio que suponen, y se deprime. Otros, entre los que creo contarme, superan esa fase deletérea y se dicen: el mundo entero se alía contra mí, pero yo soy mejor que el mundo: lo demostraré sobreponiéndome a esta negación. La consecuencia de semejante autoterapia es que, cuanto más se fracasa, más se cree uno triunfador: su triunfo es sobrevivir sin desmoronarse, imbuirse del orgullo resistente de quien sabe que hace algunas cosas bien, aunque el mundo se empeñe en restringirle dolorosamente las posibilidades de demostrarlo. Quizá este no sea ese fracaso de calidad por el que abogaba Beckett -y que supone, me imagino, asumir cabalmente la condición de fracasado-, pero es el que he abrazado yo. Y me gusta. Además, me proporciona una perspectiva diferente desde la que observar la naturaleza humana. Pondré algunos ejemplos, aunque serán fracasos pequeños. A pesar de mis muchos progresos, todavía no estoy preparado para exhibir los grandes, aunque todo se andará. Desde que estoy en Inglaterra, me he puesto en contacto con mucha gente, vinculada al mundo de la lengua y la literatura españolas, con el propósito de encontrar trabajo en este ámbito o, por lo menos, de establecer algún tipo de colaboración profesional con las instituciones educativas británicas. No creo ser inmodesto si digo que mi currículum me avala. Pues bien, he fracasado siempre. Resulta hasta bonito decirlo: he fracasado siempre. Muchas de esas personas sencillamente no contestan. Otros se limitan a dar algunos consejos o hacer algunas indicaciones generales, sin facilitar información útil ni adquirir compromiso alguno. Pero, en algún caso, la respuesta ha sido memorable. Las universidades han sido aquí protagonistas. Hace meses, opté a una plaza de lector de español en la de Oxford. Las bases de la convocatoria especificaban que había que tener experiencia docente, pero que podrían valorarse "otros conocimientos transferibles" o "experiencia adquirida en trabajos no remunerados o fuera del contexto educativo". Así pues, como yo creía encontrarme precisamente en este caso, me dirigí a la persona de contacto del Departamento convocante -un español al que llamaremos José Carlos- para preguntarle si consideraban que mi experiencia en la comunicación pública, en la docencia jurídica y en el conocimiento de la literatura era transferible a la plaza ofrecida y, en consecuencia, si valía la pena, o no, que concurriese a ella. El amigo José Carlos me contestó que "en principio está usted en lo cierto cuando piensa que no cumple con ese requisito. Siempre puede argüir en su solicitud que considera que otras habilidades transferibles pueden suplir esa carencia". Es decir, me respondió exactamente lo mismo que yo le había preguntado. Ah, ser licenciado en Oxford para esto. Pero serlo en Cambridge tampoco garantiza una inteligencia señera. Una buena amiga que trabaja allí propuso a los doctorandos que coordinan un ciclo de conferencias y lecturas en la universidad que me invitaran para presentar mi poesía y también la obra de Walt Whitman, que llevo traduciendo casi dos años. Los estudiantes se pusieron enseguida en contacto conmigo para preguntarme, muy interesados, cuándo podía impartir esas charlas. Yo les respondí, a vuelta de correo, que cuando ellos quisieran, dado que mi agenda estaba libre (desierta, de hecho). Y ellos me contestaron, poco después, que, lamentándolo mucho, no sería posible hacerlo, porque todo su programa para este curso estaba completo. La pregunta que me asaltó inmediatamente fue: si todo estaba completo, ¿por qué me han preguntado cuándo podría ir? Quizá mi error fue no hacerme el interesante y decirles que tenía infinidad de compromisos en casi todas las universidades británicas, pero, a estas alturas de mi vida, mentir me resulta cansado. Lo que me resulta divertido es seguir fracasando. Pienso seguir haciéndolo con aplicación. Y hasta puede que escriba un libro que se titule Relación de mis fracasos, hundimientos y otros descalabros. Tendría gracia que fuera un éxito.

8 comentarios:

  1. Me temo que el fracaso ha dejado de estar de moda, y que hemos pasado de una época que lo ensalzaba (el necesario fracaso del que se aprende), a otra en la que directamente su posibilidad ni se contempla. En plena crisis, nos hemos recetado un medicamento contra el desánimo cuyo prospecto dice así: no te rindas, si sigues lo conseguirás, el éxito solo depende de tu capacidad de lucha, de ti y solo de ti. Estoy harto de escuchárselo a los políticos, a los anuncios de la tele cargados de optimismo imbécil, a los programas de triunfitos y triunfitas. A mí, este discurso, lejos de animarme me deprime: ahora, si fracasas, es lisa y llanamente porque no has sido lo suficientemente combativo. Me pregunto cómo se sentirán esos millones de parados que "no dan la talla".

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    1. Sí, querido Antonio. El sistema nos persuade de que él no tiene la culpa de nada de lo que nos pasa: la culpa es siempre nuestra, por no haber hecho lo debido, lo suficiente. Es importante luchar y ser capaz de sobreponerse a la decepción, pero también ser consciente de que el individuo no domina todas las claves de su existencia, y de que muchas imposiciones son injustas e insoportables.

      Besotes.

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  2. José Bergamín dijo: Mejor que acertar poco a poco es equivocarse de una vez. Podríamos decir, entonces: Mejor que triunfar poco a poco es fracasar de una vez.

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    1. También yo quiero un fracaso glorioso, esplendoroso, definitivo. I love failing.

      Abrazos triunfantes.

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  3. Querido Sr. Moga, mi más sentido aprecio, le recomiendo que vaya a ver "El placer de fracasar" con Ramón Arangüena en el Teatro Amaya de Madrid... y verá una apología del fracaso porque es fácil ir a peor si sabes cómo ;-)

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    1. Gracias por la sugerencia, Javiolfo. Lo sorprendente es que, cuando titulé mi entrada de ayer en el blog, no tenía ni idea de que se representaba una obra en Madrid con ese mismo título. Ha sido una coincidencia absoluta. Créame que, si cuando vaya a Madrid todavía está en cartel, asistiré con muchísimo interés.

      Un saludo cordial.

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  4. Ya lo habeis dicho casi todo!!
    Añado lo que decía Renard: Para triunfar de veras, primero tienes que triunfar, y luego que los demás fracasen.

    Acabo de ver la última película de los hermanos Coen, "A propósito de Llewyn Davis", no revelo nada, pero sí la recomiendo...


    Un abrazo

    (para mí, los verdaderamente fracasados son quienes "dicen" que nos representan; gente sin alma, por decirlo suave)

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    1. Tomo nota de la película de los Coen, querida Amelia. A ver si puedo verla aquí en Londres.

      Un beso.

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