lunes, 13 de enero de 2014

José María Castellet

José María Castellet murió hace cuatro días en Barcelona. Escribo así su nombre, y no en catalán, que es como se ha identificado en casi toda la obra publicada desde 1965, porque fue en castellano como firmó su celebérrima antología Nueve novísimos poetas españoles. Ello no obstante, el presidente Mas se ha apresurado a decir, en su funeral, que es por hombres como Castellet por los que vale la pena construir un país, o algo parecido. Es decir, ha acercado el ascua de la muerte de alguien ilustre a la sardina de sus pretensiones, o más bien necesidades, políticas: un ejemplo más de la manipulación identitaria que practica desde que se le apareció el Jesucristo del independentismo; una indecencia más, y nunca mejor dicho. Pero no era del president de quien quería hablar, que para eso ya se bastan él y sus palmeros, sino de Castellet, aunque lo primero que he de decir es que se trata de una figura que a mí me pilló tarde, esto es, que yo siempre asocié con un pasado del que no formaba parte, salvo por Nueve novísimos, que constituyó una referencia, positiva y, a veces, negativa, pero siempre presente, en el sinuoso proceso de convertirme en poeta (en el que todavía estoy, y si no resulta pretencioso decirlo). En efecto, Castellet se dedicó a muchas cosas: fue director literario de importantes editoriales, articulista notable, antólogo reputado -antes de Nueve novísimos compiló otra selección, de menor fortuna que esta, pero no menos perspicaz, Veinte años de poesía española, en 1960-, estudioso de la literatura catalana contemporánea -con destacados ensayos sobre Espriu i Pla- y, en los últimos años de su vida, memorialista tenaz. Pero, al menos en el ámbito de la literatura española, su principal aportación fue la antología novísima, que supuso una sonora perturbación en las aguas estancadas de la poesía española de su tiempo, un embalse de realismo opositor y crítica social. O, al menos, así lo percibo yo. En 2001, la editorial Península tuvo el acierto de reeditar Nueve novísimos, con una separata impagable, en la que se recogen varios de los artículos e incluso documentos privados que saludaron la aparición del libro en 1970. Sorprende -o quizá no- que la mayoría de las reacciones fuesen contrarias al libro. Un poeta tan lúcido como Aníbal Núñez (aunque acaso molesto por no haber sido ungido también novísimo) denunciaba que, tras la aparente actitud renovadora del volumen, no existía "más que una poesía metropolitana de evasión y de divertimentos formalistas", y calificaba la poesía de Ana María Moix, la más joven de los antologados, de "mieditis, imaginación de paralítico, libertad de colegial fumando a escondidas en el retrete del internado"; Rafael Conte lo consideraba una equivocación; a Emilio Alarcos, los poetas antologados "lo dejaban frío"; para un tal Meliá, que escribía en Nuevo Diario, Castellet "dogmatiza con suavidad, esnobiza con convicción, importa ideas y tendencias sin detenerse a pagar derechos de aduana, está perpetuamente in, como los hombres maduros que no se resignan a dejar de ser jóvenes"; C. F., del alicantino Primera Página, titulaba su reseña "¡Oh, no!", y se quejaba de que los poetas antologados fueran solo "un grupo de amigos muy concretos de Centralia -Madrid y Barcelona-"; Franco Fortini expresaba incluso su miedo "ante la prisa de la mayoría de estos autores por exhibir lo que acaban de comprar, según parece, en una de las innumerables librerías parisinas que desde hace un cuarto de siglo siguen proponiéndonos Breton Péret Artaud, Artaud Péret Bataille, etc., etc."; y José Miguel Ullán, otro marginado, era especialmente cáustico en una entrevista aparecida en la revista Triunfo: "Castellet, docto ignorante del reino, confundió esta vez la coqueluche con la menstruación", decía, y también: "algún poeta potable y otros varios muy mediocres han servido de coristas para que resaltase la figura egregia, bilingüe y emplumada de la Celia Gámez de la novísima poesía en castellano, alias Pedro Gimferrer". Solo Cristina Peri Rossi y, sobre todo, Félix Grande acogieron Nueve novísimos con generosidad y un aplauso clarividente. Hoy, vista con 34 años de distancia, aquella antología no parece un error. Más allá de las polémicas que suscitara su aparición, y del despliegue publicitario del que se benefició -debido, en buena parte, a la perspicacia con que Castellet escogió el momento para darla a conocer-, su nómina incluye a algunos de los mejores poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX, como Pere Gimferrer y Leopoldo María Panero; y también Manuel Vázquez Montalbán -un espléndido poeta, al que su dedicación al periodismo y la novela ha restado presencia entre los lectores de poesía-, Antonio Martínez Sarrión, Félix de Azua y Guillermo Carnero han contribuido a nuestra lírica con aportaciones sobresalientes. En todo caso, el mérito fue de José María Castellet, que supo hacer eso a lo que deberían dedicarse antólogos y editores: promover iniciativas, articular propuestas, vislumbrar posibilidades, suscitar sinergias, abrir caminos, agitar las aguas: establecer lo que los autores por sí solos no pueden (bastante tienen ya con escribir, los pobres): vías inexploradas y caminos nuevos por los que transitar. Antólogos y editores han de disfrutar de una percepción aguda, de una intuición privilegiada para labrar nuevas arquitecturas. Y José María Castellet, sin duda, la tenía.

2 comentarios:

  1. Manuel Vázquez Montalbán puso empeño en que se publicara la obra de Aníbal Núñez, pej. Fábulas domésticas (excepcional libro).
    Conozco poco de us obra poética, espero ir descubriéndola!
    He leído que Jose Maria Castellet eligió para su funeral, lectura de "Cuatro Cuartetos"

    Un abrazo

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  2. Sí, querida Amelia: en el funeral de Castellet se leyeron fragmentos de Cuatro cuartetos, de Eliot. Sabia elección. Tenía intención de mencionarlo en mi entrada, pero se me ha olvidado. Lo haré, con tu permiso, cuando la corrija.

    Un beso.

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