Hombre en azul es el título de una serie de retratos del pintor Francis Bacon, nacido en Dublín en 1909 y muerto en Madrid en 1992 (a no confundir con el filósofo del mismo nombre, primer barón de Verulam, que vivió en Inglaterra entre los siglos XVI y XVII), y también el de un libro escrito por Óscar Curieses, inspirado en la obra del irlandés. Lo acaba de publicar la extraordinaria editorial zaragozana Jekyll & Jill. Y digo extraordinaria, no solo por el atrevimiento, casi la temeridad, de crear un catalógo con autores jóvenes y poco conocidos, sino por la calidad inaudita de sus ediciones. El libro de Óscar, por ejemplo, lleva una camisa a todo color, está impreso con un cuidado bizantino en un papel de alto gramaje, incluye un juego de fotografías y unas gafas de visión tridimensional, e incorpora el detalle casi olvidado en la práctica editorial de que el borde frontal sea de un color distinto al de las páginas; en este caso, un elegante verde pálido (aunque quizá habría sido más coherente un azul celeste). Paradójicamente, el símbolo de Jekyl & Jill es un pez de plata, ese insecto tisanuro, odiado por todos los amantes de los libros, que se alimenta de la cola de encuadernar y del papel viejo. Sin embargo, y a pesar de su naturaleza deletérea, el lepisma también simboliza la busca incansable del libro, la persecución de la celulosa, la nidificación en las guardas y las contracubiertas, y eso representa muy tipo a cierto tipo de personas. Aplaudo, pues, el icono elegido, aunque, cuando no es un emblema, sino un pez de plata real, lo aplaste sin compasión. Hombre en azul, el libro de Óscar Curieses, es también extraordinario. Tuve el placer y el privilegio de leerlo cuando todavía era un mecanoscrito, y me entusiasmó su estructura imaginativa y su prosa feliz. A Óscar lo conocía yo de sus primeros libros, poemarios publicados por la benemérita Bartleby: Sonetos del útero, aparecido en 2007, y Dentro, en 2010. Del primero escribí incluso una reseña, que vio la luz en la revista Turia. Ambos eran textos fascinantes, en los que una avasalladora fuerza verbal se combinaba con una fabulación violenta, con una maraña de conflictos ancestrales. Eran volúmenes insólitos en el panorama poético español de entonces -es decir, de ahora-, por su osadía y su desgarro. Pero la literatura tiene la virtud, no solo de engrandecer la sensibilidad y de darnos placer, sino también, a veces, de enriquecer nuestras vidas, y así fue en el caso de Óscar, a quien conocí poco después de leerlo, y que se me antojó, desde el primer momento, una persona inteligente y entrañable, con la que me unían, además, algunos gustos compartidos y extraños: a los dos, por ejemplo, nos agrada visitar cementerios. Por si fuera poco, al cabo de un tiempo, descubrimos que ambos habíamos sido estudiantes de intercambio en los Estados Unidos, y en el mismo estado, Georgia. En Hombre en azul, Óscar ha formalizado algo que se aprecia de inmediato en sus poemarios: su pasión por lo visual, que ha tenido reflejo asimismo en su tesis doctoral, recientemente defendida: Leer en la imagen: Paul Auster y el cine. Sus versos son de condición pictórica, manchados por colores atormentados, por metáforas que son torceduras, por cuerpos que se pliegan y se desmigajan. Curieses ha compuesto ahora un diario apócrifo de Francis Bacon, dividido en tres cuadernos, que abarcan desde el 29 de octubre de 1989 hasta el 20 de febrero de 1992, más el relato de un sueño de agosto de 1990 y un anexo fotográfico, y no es extraño que haya elegido al pintor irlandés, porque también este entiende la carne como una materia infinitamente moldeable e infinitamente doliente; su apasionada ambigüedad, la deformación de sus figuras y sus movimientos, animada por un amor casi irreconocible, por un desvalimiento escondido a mucha profundidad, también es de Óscar. Pero en Hombre en azul no solo está presente la aflicción por una condición humana que no encuentra su acomodo en el ser, sino también, y principalmente, la razón que ordena esa experiencia o ese sufrimiento. Las entradas del diario de Bacon son punzadas exactas en el meollo del arte, reflexiones aceradas que traspasan la mera impresión y se clavan en la sustancia del hacer poético o del hacer gráfico, que aquí son lo mismo. Sin embargo, si impactan con tanta fuerza, si se nos ofrecen como hallazgos iluminadores del pensamiento, es porque no son solo pensamiento, sino también poesía, o, mejor, pensamiento poético, que acaso sea el más fecundo. La plurisignificación del verso se reconduce aquí a meditación singular, empapada de sudor y tiempo. Y el resultado son observaciones como esta: "Toda imagen se construye mediante una oscilación entre lo que el ojo mira y lo que el ojo ve, lo que suprime o añade. ¿No es esto violencia?". O esta otra: "La poesía que me interesa implica una forma de desgarro similar al que utilizo en los cuadros. Las palabras tiran unas de otras para configurar algo diferente al sentido que tendrían de manera literal. Se tensan hasta resquebrajar su significado. Lo expanden y desgarran hasta construir algo nuevo". Pero Hombre en azul es, en esencia, un diario, y, como tal, plasma el desorden vital, el deambular a menudo confuso, pero también relampagueante, de alguien inflamado por la pasión de crear y por la obsesión de entender lo creado. Por eso incorpora citas de otros autores, de Wittgenstein a David Hockney, y una multitud de observaciones turbulentas, desenganchadas de certezas, que constituyen una fiesta para la imaginación. Una de ellas me resulta muy familiar. Está fechada el 7 de junio de 1990, y dice así: "No sé de dónde vienes. Abro los ojos, y no sé de dónde vienes, pero ahí está tu cuerpo". Lo firma un autor desconocido, Edward Gaom, pero juraría que yo tengo escrito algo muy parecido. Así son los diarios: depósitos de pensamientos, pero tambien de confusiones y hasta de enigmas. En el caso de Hombre en azul, todo aparece solidificado por una gran perspicacia crítica y una prosa magnífica, hasta constituir una de las mejores poéticas, o reflexiones sobre el hecho artístico, que se han publicado en España en los últimos años.
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