Ayer conocí a Adriana Díaz Enciso, una escritora mexicana que reside en Londres desde hace 14 años. Me habló de ella Jorge Esquinca, compatriota suyo y excelente poeta, con quien coincidí en un encuentro literario en Villahermosa hace algunos meses. Adriana y yo nos encontramos en un minúsculo café, El Buen Gusto, aledaño al Barrio Chino. Me costó algo reconocerla, porque no parece mexicana, sino inglesa: ojos azules, pelo rubio, piel blanca. Adriana, que traduce, reseña y da clases, me habló de las dificultades económicas por las que está atravesando últimamente: las becas se han agotado, las colaboraciones han disminuido, los cursos no se imparten por falta de alumnos. También Gran Bretaña está en crisis, aunque ni se acerque a la magnitud de la española; y México: su crisis es permanente. Cuando le dije que a mí, de momento, me mantiene mi mujer, ella deseó haberse casado con una mujer española. Me regaló un ejemplar de su última novela, Odio, cuyo título no es tranquilizador, pero que ha recibido excelentes críticas en México, y salimos a pasear por el Soho. Piccadilly Circus estaba abarrotado, pero Piccadilly Circus siempre está abarrotado: a las tres de la mañana de un día de nieve hay en la plaza el mismo número de gente que había ayer. Caminamos hasta la cercana iglesia de Saint James, construida por el archiarquitecto Christopher Wren, donde se encuentra la pila bautismal de William Blake, pero no pudimos verla: el templo estaba en oración, y no se podía pasar. Adriana es secretaria de The Blake Society, la entidad que lucha por la defensa y difusión de la obra del autor de El matrimonio del cielo y el infierno, y cuyo patrón es -era- Seamus Heany. Blake ha tenido mala suerte con sus residencias, que fueron muchas, en Londres. De los ocho lugares en que vivió, solo se conserva uno, que está a punto de ser vendido a un particular. Los demás han sido demolidos. Donde estuvo su casa de Lambeth, por ejemplo, se alza hoy un bloque de council houses, esto es, de viviendas de protección oficial, uniformes y feísimas. Adriana me lo cuenta con pesar, mientras tomamos un chocolate caliente cerca de la Royal Academy, de la que Blake fue alumno y donde hoy hay una magna exposición de la revolución artística mexicana. Por desgracia, el abandono del patrimonio cultural es un fenómeno común: en España se sigue cayendo la casa de Vicente Aleixandre en Wellingtonia. Nos despedimos con la promesa de nuevos encuentros, y Adriana me dedica una gran sonrisa desde el autobús, el 19, con el que vuelve a casa.
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