miércoles, 18 de septiembre de 2013

Pimlico

La primera vez que oí la palabra Pimlico fue, creo, en La bruja novata, aquella película deliciosa, pionera de la mezcla de imágenes reales y dibujos animados, protagonizada por Angela Lansbury. Mi padre me había llevado a verla a una sala de las Ramblas, en la sesión matinal de los domingos. Yo debía de tener nueve o diez años. (Releo lo anterior y me parece estar hablando del paleolítico: hace muchísimo tiempo que aquella sala ha cerrado y que no hay sesiones matinales en los cines; y muy pronto tampoco habrá cines). La pronunciaba un personaje de bombín y bigotillo, y se me quedó tintineando en el oído: Pimlico. Reunía las dosis justas de exotismo y de misterio como para cautivar la imaginación de un niño: podía ser un barrio pobre, en el que se apiñaran las casuchas y las tabernas pobladas de cockneys bebedores y jamaicanos con aros en las orejas, o bien un lugar acomodado, sin percances, incluso palaciego. Hoy sé que es lo segundo. Y quién me iba a decir entonces que hoy viviría en él. Muy cerca de mi casa están los Pimlico gardens. Comparados con otros parques de la ciudad, son microscópicos: apenas un rectángulo de césped, ribeteado por una hilera de plátanos enormes. Pero tienen un encanto instantáneo. Las copas de los árboles se extienden en un dosel magnífico, que espejea al sol dubitativo, y, con los setos que cierran uno de los extremos, fraguan un verde total, encendido de humedad. En esa membrana esmeralda se imprime la estatua blanquísima de William Huskisson, un prócer inglés que vivió entre los siglos XVIII y XIX. El político y financiero aparece togado y con un rizo en la frente, como un tribuno romano. El brazo izquierdo se dobla sobre el pecho, sosteniendo la toga; el derecho pende a un lado, y su mano sujeta un pliego enrollado. A la del brazo alzado le faltan los dedos: en su lugar asoman los cabos de metal que los armaban. Huskisson tuvo una vida política muy activa, y llegó a ocupar importantes cargos en el gobierno de Su Majestad. Sin embargo, por lo que más se le recuerda es por haber sido la primera víctima ilustre de un revolucionario invento de su tiempo: el ferrocarril. En el viaje con el que se inauguraba la línea Manchester-Liverpool -y en el que iba, junto con muchos otros notables, porque todos los políticos han sentido siempre una irresistible propensión a asistir a las inauguraciones-, Huskisson se apeó, en una parada que hizo el tren para repostar agua, y contra las recomendaciones de los empleados del ferrocarril, para saludar al duque de Wellington, que viajaba en otro vagón. Había sido miembro de su gabinete, pero había caído en desgracia, y pretendía reconciliarse con él. Aquel deseo de revitalizar su carrera política fue su perdición. Distraído por la conversación con el duque, no se percató de que, por la vía contigua, se acercaba otro tren. Cuando por fin lo vio, le entró el pánico (hay que entender que ver aproximarse a un tren en 1830 debía parecer como si todos los elefantes de Aníbal cabalgaran contra uno) e intentó encaramarse al vagón de Wellington, pero con tan mala suerte que la puerta a la que se había sujetado se abrió de golpe y lo envió justo a la vía del inminente mercancías. El monstruo le amputó horriblemente la pierna -el detalle no se ha recogido en la estatua de los jardines de Pimlico, donde ambas aparecen muy robustas y lozanas- y le infligió otras heridas que le causaron la muerte a las pocas horas. Frente a la efigie de Huskisson, al otro extremo del parque, hay otra estatua, The helmsman, "el timonel", de Andrew Wallace, inaugurada en 1996. La pieza constituye un tributo al club de remo que asoma detrás, aunque no acabe de entender por qué aparece desnudo, o, más bien, por qué, si está desnudo, luce un enorme gorro de timonel, que parece el casco de Darth Vader. Los jardines se extienden por un paseo fluvial, muy pegado a los edificios ribereños, que conducen hasta prácticamente el puente de Vauxhall, y por el que uno, a veces, tiene la sensación de caminar por un túnel. A la derecha, en la otra ribera, se aprecian las chimeneas blancas de la central eléctrica de Battersea, el edificio de ladrillos más grande de Europa. Pimlico. Quién me lo iba a decir.

3 comentarios:

  1. Minuciosa crónica, muy amena. Esa central eléctrica de Battersea ¿no es la de las altas chimeneas de ladrillo que aparecen en la portada de Animals, de Pink Floyd, enmarcando un cerdo volante? Saludos.

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    1. Celebro que te haya gustado, Alfredo, y gracias por tu correo. Sí, la Battersea Power Station -la central eléctrica de Battersea- es la que dices. También los Beatles utilizaron su imagen en alguno de sus discos, y es donde vive el protagonista de 1984, la película basada en la famosa novela de Orwell. El fin de semana que viene podrá, excepcionalmente, visitarse: quieren transformarla en viviendas y centro de negocios, y antes de que la modernidad acabe definitivamente con lo que fue, van a dejar que el público le eche un último vistazo. Yo iré.

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  2. Pues no dejes de contarnos. Me encantan estos "fetichismos" topográficos: los lugares guardan huellas elocuentes de sus habitantes y situaciones, reales o imaginarios. Ya había oído lo de la urbanización del sitio, pero no sabía si era el mismo. Permaneceré atento. Un saludo.

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